Elecciones en Brasil, ¿qué pasará?

Brasil, entre la inercia del pasado y la demanda del cambio

05:32PM –  Texto: Ricardo Angoso rangoso@iniciativaradical.org/web

El ambiente de pesimismo y desasosiego que se respira ante el futuro indica que el gigante de pies de barro del continente puede entrar en recesión en los próximos meses, si es que no lo está ya.

Las próximas elecciones en Brasil pasarán a la historia del país por el factor sorpresa que ha supuesto la irrupción en campaña, contra todo pronóstico, de la candidata del Partido Socialista Brasileño (PSB), Marina Silva.

A pesar de que todo parecía presentarse como un paseíllo triunfal para la actual presidenta, Dilma Rousseff, y candidata del Partido los Trabajadores (PT), las recientes y últimas encuestas publicadas hacen prever un duelo entre ambas muy ajustado y casi se da por seguro que habrá una segunda vuelta, a celebrarse el próximo noviembre.

Del candidato conservador, Aécio Neves, apenas se habla y las encuestas le vaticinan un escaso apoyo, estando por debajo de los veinte puntos porcentuales y a mucha distancia de las dos candidatas favoritas. Sus votos solo serían decisivos en una segunda vuelta muy ajustada.

La muerte del candidato Eduardo Campos, también socialista, el “descubrimiento” de un escándalo multimillonario de corrupción en la empresa petrolera Petrobras y un ambiente económico no muy halagüeño caracterizado por informes que señalan que la desaceleración está a la vuelta de la esquina para este gigante latinoamericano, por no hablar del alza de precios y un ambiente social muy caldeado, han servido para alterar el panorama político y generar el actual escenario.

Y también para que, por primera vez, los brasileños se muestren muy desencantados por la forma de gobernar de Rousseff y manifiesten una tímida tendencia al cambio. ¿Será así?

Los primeros síntomas de agotamiento se produjeron durante el campeonato de fútbol, celebrado entre junio y julio de este año, cuando miles de brasileños se echaron a las calles de sus ciudades para protestar por la carestía de la vida, el aumento de los transportes públicos y la imposición de un modelo económico que cuando menos es falaz, ya que en términos macroeconómicos presenta indicadores muy positivos que no se traducen en mejoras sociales.

Es cierto que la clase media está creciendo y que los índices de pobreza se han reducido en estos años, pero precisamente ahí reside la gran paradoja de Brasil: estos nuevos sectores sociales ahora demandan su espacio y visibilidad política. Los jóvenes desconfían de su clase política y expresan su malestar en la calle; las protestas son fruto del cambio y también de que las instituciones políticas no representan a estos nuevos sectores que exigen, a codazos, su lugar en la sociedad brasileña.

Luego los próximos años parece que vienen cargados de pocas esperanzas y señales de desactivación económica. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), Brasil tendrá un crecimiento menor del esperado en los próximos dos años y apenas crecerá por encima del 2%, muy por debajo de resto de los países emergentes, si exceptuamos a Rusia y a México.

Desde hace años varias organizaciones económicas internacionales, entre ellas el FMI, han señalado al ejecutivo brasileño la necesidad de hacer reformas drásticas en su políticas económica y fiscal. Instalados en una suerte de conformismo y autosuficiencia no justificada, los actuales dirigentes brasileños han hecho caso omiso de las recomendaciones que les venían del exterior y no han sabido rectificar en muchos de los aspectos que les diagnosticaban para evitar la crisis del sistema, como reformas estructurales en la administración y en el modelo de Estado y en sus relaciones con el exterior.

AMBIENTE DE CAMBIO

Aparte de estas consideraciones en clave económica, hay otros elementos que explican el agotamiento de este período, como por ejemplo el ambiente de pesimismo y desasosiego que se respira ante el futuro, aspecto en que influyeron también hasta las goleadas que le fueron infligidas a la selección brasileña en el pasado mundial donde no casualmente eran el país anfitrión. Todo indica, sin ser un genio, que el gigante de pies de barro del continente puede entrar en recesión en los próximos meses, si es que no lo está ya.

Otro elemento que juega en contra de la presidenta, pese al apoyo que en estos días le presta el expresidente Luiz Inácio Lula, es que entre las dos candidatas hay una enorme “bolsa” de descontentos, de votantes de la derecha que podrían dar un voto de castigo al partido gobernante y de mucha gente joven ansiosa de aires nuevos y que, en el caso de una segunda vuelta, se decantaría por Silva. Más de la mitad de la población brasileña tiene menos de 30 años y es precisamente en ese “nicho” donde más abunda el descontento, la falta de expectativas y el deseo de dar un giro radical a sus vidas.

Rousseff está viviendo de las “glorias” del pasado, de los éxitos relativos de Lula, que dejó a la economía en paz y no intervino en su curso, pero esa herencia se está terminando y los sondeos así lo muestran. La candidata oficialista ya está cambiando el discurso, invitando a abandonar el pesimismo y haciendo frente a una crisis del modelo que ya no se puede ocultar. Lo que hace unos años funcionó con Lula, ahora no sirve y hace falta una remoción de dicho modelo. A no ser que haya un cataclismo político-electoral en las próximas semanas, algo que no se prevé a primera vista, es más que seguro que habrá una segunda vuelta que enfrente a las dos candidatas, dos mujeres tan distintas en lo personal como diferentes en sus estilos y discursos.

LA BATALLA SE DARÁ EN EL CENTRO POLÍTICO

Así las cosas, la batalla se presenta muy reñida y coincide en un momento de agotamiento de un sistema que funcionó con Lula y que ahora muestra señales inequívocas de desgaste. ¿Será capaz de remontar Rousseff esta situación y revertir la tendencia que muestran los sondeos? Es difícil cuantificar cuántos votos más le puede dar a la candidata oficialista la reciente entrada en campaña de Lula, que todavía goza de una gran popularidad, y cuántos le puede restar el reciente escándalo de Petrobras, en el que por cierto ha aparecido implicado el difunto candidato Campos.

De la misma forma, de cara a una segunda vuelta electoral, habría que analizar y conocer más en profundidad el comportamiento que podrían tener los electores del centro y la derecha y del resto de los candidatos sin posibilidades, toda vez que un voto anti-Rousseff en ese segmento en una segunda vuelta le daría la victoria a Silva.

El espacio que ambas candidatas se disputan, como suele suceder en casi todas las elecciones, es el del centro político y allí se dará la batalla. En la habilidad para conquistar ese electorado, junto con su química para captar a los descontentos, estarán las claves para llegar a alcanzar la victoria. En definitiva, es una lucha entre la inercia del pasado, que fue de éxito pero del que también se puede morir, como señaló alguno en su momento, y la demanda de abrir una nueva página que quizá ya no se puede detener con la fuerza de una maquinaría aparentemente desfasada. Veremos qué ocurre.

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