AUGE, AGONÍA Y OCASO DEL TEA PARTY TRAS EL ATENTADO DE ARIZONA
POR RICARDO ANGOSO
LOS ORÍGENES DE UN MOVIMIENTO FALLIDO
La deriva extremista y derechista del Partido Republicano tras la llegada de Obama al poder tuvo su principal efecto en la creación y más tarde rápido crecimiento del llamado Tea Party. La supuesta causa del nacimiento de este grupo político tenía mucho que ver con cierto sentimiento de frustración tras la derrota ante los demócratas, el supuesto auge de las políticas izquierdistas y de corte social por parte del nuevo mandatario de la Casa Blanca y la moderación mostrada por los republicanos durante la campaña electoral y después, vista como el origen y explicación de su naufragio electoral.
Conscientes de que hacía falta un nuevo discurso y un giro a la derecha que revitalizase a los republicanos, el Tea Party fue inicialmente un estado de opinión frente al nuevo rumbo que tomaba el país y un llamado al ultraconservadurismo más reaccionario frente al regreso a la izquierda por parte de la nueva administración. El Contrato de América fue el programa político del Tea Party desde sus orígenes y en el mismo se fundamentaban las líneas básicas de lo que debería ser una futura acción de gobierno: menos impuestos, recorte en los gastos federales, derogación de las leyes sanitarias y sociales de Obama y, sobre todo, limitar la acción del Estado en todas las esferas de la vida privada.
Proyectado por el periodista Glen Beck y cotejado por el senador Jim DeMint, el Tea Party muy pronto vio en la ex candidata a la vicepresidencia Sarah Palin su líder natural y su principal activo para dar la batalla a los “comunistas” de Washington. Sin embargo, el proyecto muy pronto aglutinaría a lo más rancio de la sociedad norteamericana y se situaría ideológicamente en la extrema derecha. Contrario al aborto y a los matrimonios entre personas del mismo sexo, el movimiento aglutinó rápidamente a xenófobos notorios, cristianos radicales, conservadores recalcitrantes, grupos antigay y colectivos contrarios a cualquier reforma migratoria. El movimiento crecía y crecía y cuanto más lo hacía más se deslizaba por la pendiente de la extrema derecha, desligándose del electorado de centro republicano que es la base natural de su fuerza y nervio.
LA PRUEBA DE FUEGO DEL TEA PARTY
Luego llegó la prueba de fuego: las elecciones parlamentarias de noviembre de 2010, en que el Tea Party le echó un pulso a los republicanos más moderados y ganó la partida. Aquellos que no les secundaron quedaron fuera de juego y los que hasta entonces no les habían seguido, como el senador John McCain, hicieron guiños a la derecha para salir en la foto, es decir, ser reelegidos.
Los resultados en aquellas elecciones, en las que el presidente Obama fue duramente derrotado al obtener unos exiguos resultados y perder el control del Congreso y retroceder escaños en el Senado, fue el momento del auge pero paradójicamente el comienzo del ocaso. Un giño del electorado a la derecha pero no un cambio de rumbo definitivo.
El Tea Party, sin embargo, obtuvo unos excelentes resultados y, según cálculos fiables, un centenar de congresistas y quince senadores estaban cerca de sus posiciones. Eran unos resultados prometedores y muchos ya auguraban la posible presencia de Sarah Palin como candidata frente a Obama en las próximas presidenciales. La receta derechista, patriótica y populista, que reivindicaba la América profunda y rural frente al cosmopolitismo de los demócratas, había tenido éxito y los líderes del Tea Party se mostraban aún mas confiados de su próxima victoria, que acabaría siendo total y absoluta, según sus errados vaticinios.
EL TEA PARTY, UN REGALO PARA OBAMA
Pero una vez que siembras vientos, inevitablemente, acabas recogiendo tempestades, tal como ahora les está ocurriendo. El Tea Party se ha visto en el ojo del huracán tras el reciente atentado acaecido en Arizona y que hirió de gravedad a una de las congresistas demócratas más conocidas, Gabrielle Giffords, “un objetivo a batir” que la mismísima Palin había puesto en su “punto de mira” en una de sus páginas de Internet. La relación causa-efecto ya es señalada por numerosos medios norteamericanos y las críticas se han ensañado, y con razón, contra el Tea Party. No casa ese estilo brutal y selvático con el espíritu norteamericano, Washington no es Mogasdicio, obvio.
Su discurso radical, conspiratorio y poco dado al civismo, junto con sus poses radicales y extremistas, han dañado considerablemente su credibilidad y han ayudado, paradójicamente, al presidente Obama, que tras esta llamada a la caverna y al pensamiento troglodita se percibe y se sitúa hoy en el centro político para la mayor parte de los norteamericanos. Su popularidad ya llega al 50%, más que Clinton en la mitad de su mandato. Mejor imposible y sin hacer nada de nada, sin mover ficha y desgastarse. Luego el daño causado en las filas republicanas es muy grande, pues ha deslizado al partido hacia la extrema derecha y no se percibe ningún líder capaz de competir con Obama en las próximas presidenciales, cada día que pasa más cercanas.
El Tea Party como movimiento de opinión, como instrumento de movilización en la sociedad civil norteamericana, tuvo éxito, pero una vez alejado del centro cayó en la marginalidad política y cortocircuitó sus posibilidades reales de ser una alternativa a Obama. Un voto de castigo en unas elecciones legislativas es una cosa, incluso ha ocurrido en Francia y otras partes de Europa, pero de ahí a elegir a un presidente de extrema derecha va un trecho que los estrategas del Tea Party nunca evaluaron. Creyeron ver en sus éxitos iniciales la posibilidad de la victoria, pero era un espejismo, pues la proyección de sus ansias y ambiciones en la realidad chocaba con la realidad sociológica de los Estados Unidos. Y no lo quisieron ver; ahí comenzó su agonía irremediable, su casi cantado final.
Las elecciones en Estados Unidos, como en casi todas partes del mundo, se ganan en el centro. La extrema derecha sólo tiene la posibilidad de ser un grupo marginal, aunque con fuerza, en la política norteamericana, pero no de ganar unas elecciones presidenciales. Incluso dos presidentes de este país con una enorme carga ideológica, como el republicano Ronald Reagan y el demócrata Bill Clinton, sólo consiguieron repetir su mandato cuando oscilaron hacia el centro y abandonaron las primigenias ideas que les auparon al poder.
El Tea Party ha sido el mejor regalo que ha podido recibir Obama en la mitad de su mandato, una manzana envenenada para los republicanos y quizá, aunque a algunos el bosque nos les deje ver los árboles, el final definitivo de sus escasas expectativas electorales para las próximas elecciones presidenciales. Si además la situación económica remonta, aunque sea levemente, y el desempleo cae unas décimas, la victoria de Obama será total y el país volverá ineludiblemente al centro. Adiós, Tea Party, adiós.
Hace unos años los republicanos decían que tras su debacle el mejor regalo que habían recibido eran las políticas auspiciadas por el primer presidente afroamericano de la historia de los Estados Unidos. Hoy es al revés, y Obama se beneficia de ese intento de suicidio que ha sido el Tea Party para el centro derecha norteamericano. ¿Serán capaces de cambiar de estrategia los republicanos o, por el contrario. se afianzarán en sus errores siguiendo la estela de la lenta agonía y segura muerte que lleva al fracaso de la mano del Tea Party? El tiempo nos dará la respuesta.
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