La Colombia de Santos, ¿hacia dónde va?

¿Hacia dónde va la Colombia de Santos? se pregunta Ricardo Angoso

Opiniones

Publicado el 12.12.2010 16:11
Por Ricardo Angoso

La agenda del nuevo presidente
El nuevo presidente, Juan Manuel Santos, tiene ante sí grandes retos y desafíos, pero sobre todo tiene que ser capaz de generar un crecimiento económico que redunde en beneficio de los más desfavorecidos y derrotar a la pobreza. Luego está la violencia endémica, sobre todo proveniente del grupo terrorista de las FARC, pero que también tiene otros frentes de batalla, como la delincuencia común y aquella que proviene del narcotráfico. Colombia no quiere ser México, aunque el 50% de los colombianos, según una reciente encuesta publicada por el diario El Tiempo, se sienten inseguros en su propio país.
¿Hacia dónde va Colombia? La pregunta es la pregunta del millón, es decir, si Colombia en los próximos años estará en el grupo de cabeza del continente, junto a Brasil, Chile y Perú, o si, por el contrario, seguirá siendo uno de los enfermos crónicos de América Latina. Si así fuera, será a merced de una clase política  insensible a las demandas de la sociedad, clientelista y sin escrúpulos. El desafío ahora, tras haber ganado en seguridad durante el mandato de Uribe, es social, pues la pobreza galopante amenaza el proceso de modernización económica y política. Luego está la lucha contra la corrupción, fundamental en un país donde no se avanzó en la transparencia administrativa y donde la sociedad no es especialmente crítica ante este tipo de comportamientos abyectos.
El crecimiento económico y el auge de las inversiones extranjeras en este país no redundó en beneficio de la mayoría del país, y simplemente ahondó las ancestrales desigualdades sociales en una de las naciones con una estructura de la riqueza más desproporcionada. Por ejemplo, en Colombia nunca hubo una reforma agraria y la propiedad de la tierra pertenece a los grandes latifundistas, muchas veces ligados al paramilitarismo, la extrema derecha más rancia, criminal y cavernícola del mundo. No se puede generalizar, pero haberlos haylos, como las meigas de Galicia.
El actual gobierno del presidente Juan Manuel Santos, que no tiene nada que ver para muchos con el anterior de Álvaro Uribe pero que para otros, pero sobre todo los que se sitúan a la izquierda en Colombia, representa la misma política aunque con distintas caras, tiene ante sí ese desafío: demostrar al mundo que tiene voluntad de cambio y, sobre todo, de afrontar el desafío social en un país donde no cabe ya ni un pobre más, como señalaba el senador Jorge Enrique Robledo. Veinticinco millones de pobres, de los cuales una quinta parte al menos son indigentes, son un motivo fundamental para cambiar de rumbo y ofrecer al país un futuro mejor, donde prime la igualdad de oportunidades, el acceso universal a la salud, la vivienda y la educación y un empleo digno con un salario del mismo apellido.
De lo contrario, de perpetuarse en la senda de anteriores gobiernos sin rectificaciones sociales y sin cambios estructurales, el país puede verse abocado a  bruscos virajes e insospechadas mutaciones, pese a la generalizada creencia de la oligarquía de este país de que los colombianos tienen una paciencia infinita y nunca plantearán sus demandas en clave radical. Santos, que ha ganado las elecciones con un discurso basado en la cohesión social y la unidad nacional, tiene ante sí este reto sobre su mandato, el de rectificar la senda andada y hacer posible el binomio de crecimiento económico junto con bienestar universalizado. Y no tiene tiempo que perder, pues el resto de las economías del continente muestran un pulso decidido y dinámico y han hecho de lo social su bandera, habiéndose conseguido importantes avances en la lucha contra la pobreza en Brasil, Chile y Perú. ¿Se apuntará Colombia al proceso continental o preferirá quedarse al margen?
LUCHANDO CONTRA LA INERCIA DEL PASADO TRAS OCHO AÑOS DE LARGO URIBISMO
El problema radica en que la presencia del grupo terrorista  Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) genera importantes gastos en materias de seguridad y defensa, amén de haber creado una potente red de intereses políticos y económicos que temen más a la paz que a la guerra. Este núcleo duro de las Fuerzas Armadas colombianas, muy ligado al anterior presidente Álvaro Uribe, acapararon durante largos años de conflicto importantes prebendas, buenos salarios, beneficios económicos y un status social envidiable para la mayor parte de una sociedad depauperada y abatida por la pobreza. Pero también las víctimas de las FARC se cuentan por miles, el dolor causado ha sido inmenso.
Sin quitarle méritos al anterior presidente Uribe en el desempeño y manejo de la seguridad, tampoco se pueden minimizar los “daños colaterales” causados en materia de derechos humanos, como los denominados falsos positivos (más de 2.000 asesinados por las Fuerzas Armadas y los cuerpos de seguridad en los ocho años de mandato uribista). Para algunos, sin embargo, la cifra de víctimas es mucho menor, aunque una sola ya justificaría la condena y la apertura de un proceso judicial en un país democrático normal y corriente.
Pero también hay que decir que, al igual que la ETA española, las FARC tampoco muestran un gran interés en un proceso político de diálogo que ponga fin al conflicto y a la búsqueda de una salida justa y negociada al mismo, sino que cada vez aparecen más ligadas al narcotráfico y a otros negocios ilícitos. Son una auténtica mafia que tortura, asesina, mata, secuestra y, sobre todo, extorsiona. No se puede equiparar a los verdugos con las víctimas, que muchas veces son miembros de las Fuerzas Armadas y los cuerpos de seguridad colombianos, sería una impostura moral establecer una equidistancia política entre ambos.
EL MOMENTO DE SANTOS PARA LLEVAR ADELANTE LOS CAMBIOS Y SU ALIANZA CON EL LIBERALISMO
Pero, en fin, el pasado se va y nunca vuelve  y ya nadie lo puede cambiar, por mucho que se empeñen los detractores de Uribe, que pretenden llevarlo a la Corte Penal Internacional, e incluso sus partidarios, que lo ensalzan hasta la veneración ciega. Ahora es el turno de Santos y ya se está preparando el camino para consolidar un bloque parlamentario que le permita sacar adelante sus proyectos legislativos y propuestas programáticas.
La mayoría social que pretende formar Santos pasa por el liberalismo, los conservadores más moderados (como su ministro de Minas, el ex embajador de Colombia en España Carlos Rodado), los ex uribistas, como sus ministros Germán Vargas Lleras y Juan Carlos Restrepo, e incluso algunos sectores de la izquierda moderada, como los que lidera el ex candidato presidencial Gustavo Petro.
Esta suerte de gran alianza cimentada en el proyecto de Santos de la unidad nacional es vista con recelo por la derecha y desconfianza por la izquierda del Polo, aunque el actual presidente, como buen jugador de póquer, sabe que las grandes batallas políticas se ganan desde el centro y no desde los extremos. Santos no quiere mirar hacia atrás, como la mujer de Lot, y convertirse en una muda estatua de sal; no vino para estar de oyente de Uribe, sino de presidente. Se preparó todo una vida para ello.
Y para esa batalla pretende refundar al Partido Liberal, que ve a Santos como un mesías con las tablas salvadoras y al hombre que ejecutará su revancha frente a Uribe, el presidente que les traicionó y les dejó fuera del juego político durante años, casi una larga década. Es una suerte de venganza política contra su antiguo colega de partido, un plato que se toma frío y que irrita especialmente a los uribistas más recalcitrantes. Cuanto más irritados estén los uribistas, mejor, piensan los liberales de siempre. “Que se aguanten, ahora es su turno”, murmullan en privado,
¿RUPTURA ENTRE SANTOS Y URIBE?
Para muchos analistas en Bogotá, la ruptura entre Santos y Uribe está servida y tan sólo es cuestión de tiempo, máximo si se tiene en cuenta que el anterior presidente se empeña en desacreditar a la justicia de su país, que tilda de izquierdista y de haberle organizado un juicio político, y que el nuevo mandatario ya ha salido en defensa de la misma. Choque de trenes, obvio.
Además, la reciente huida de una dirigente del DAS-una suerte de CNI colombiano-, María Pilar Hurtado,  implicada en el sucio affaire de las “chuzadas” (escuchas) ilegales, que al parecer fue ordenado desde las máximas instancias e implicó el espionaje telefónico de numerosos dirigentes políticos y judiciales colombianos, amén de periodistas, ha vuelto a enfrentar a ambos líderes y quizá abra la puerta para más deserciones en el bando uribista hacia el exterior y un más que seguro encontronazo. ¿Será así? El tiempo nos dará la respuesta.
En cualquier caso, la nueva agenda política de Colombia es muy distinta a la del anterior mandatario, pese a que la inercia del pasado sigue pesando como una losa y a que los intereses creados por Uribe siguen condicionando una buena parte de las acciones del actual ejecutivo, sobre todo en lo que se refiere a los asuntos relativos a la seguridad y a la defensa del país. La llamada política de “seguridad democrática”, que consiste en la mano dura contra la guerrilla sin posibilidad alguna de diálogo, continuará con toda certeza, aunque quizá con matices, como un mayor respeto a la decisiones judiciales y al mismo poder judicial, siempre denostado y criticado por la bancada uribista. De todas formas, Santos es un continuismo con matices y todavía queda mucho tiempo para sentar el juicio definitivo acerca de sus verdaderas intenciones. O quizá, como asegura la edición colombiana de Le Monde Diplomatique al analizar los primeros cien días del presidente, Santos es tan sólo un viraje sin ruptura. Veremos qué pasa.

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