Obama. La cabra siempre tira al monte
Florentino Portero
GEES
5 de Junio de 2009
Una de las iniciativas de la nueva Presidencia americana, fuera quien fuese el presidente, debía ser el tratar de establecer unas coordenadas en las relaciones con los estados musulmanes. La “Guerra contra el terror” y el “Eje del Mal”, unidos a las guerras de Afganistán e Iraq y las amenazas del uso de la fuerza contra Irán habían permitido a formaciones políticas y grupos mediáticos presentar a Estados Unidos como un enemigo del Islam dispuesto a lanzar una nueva cruzada. El propio Tariq Ramadán, el más insigne islamista europeo, lo recordaba recientemente desde uno de los think tanks norteamericanos más próximos al partido demócrata. Era por lo tanto previsible que Obama buscara una oportunidad para tratar de revertir la situación.
El senador Obama fue el más izquierdista de la Cámara Alta, el breve tiempo que trabajó en ella. Sus amistades particulares y el ámbito en el que desarrolló su actividad política confirmaban su opción radical. Sin embargo, durante la campaña electoral optó por la ambigüedad y el infantil reclamo del derecho a la utopía y cuando llegó a la Casa Blanca se rodeó de veteranos poco dados a experimentos radicales: Jones, Blair, Clinton o Gates. Todo parecía indicar que durante su primer mandato quería centrarse en la crisis económica y en las grandes reformas sociales, dejando para el segundo, si se hacía realidad, una nueva acción exterior.
Desde estas coordenadas se esperaba un discurso en El Cairo abierto al diálogo, positivo en su valoración del Islam, pero firme en los principios fundamentales. No ha sido así. Del mismo modo que la cabra siempre tira al monte, el progre que hay en Obama se ha impuesto al frío y calculador político que es. Su discurso en la Universidad de El Cairo es el primero realmente suyo, el que mejor refleja su visión, el que mejor expone esa mala conciencia occidental que caracteriza a la izquierda norteamericana.
“La asociación entre América y el Islam debe basarse sobre lo que el Islam es, no sobre lo que no es”. Esta es la clave, éste debe ser el cimiento de una estrategia y esto es lo que Obama ha evitado. Su intervención se fundamenta en un conjunto de falsedades que le permiten montar un discurso irreal de fácil cooperación entre ambos mundos. Afirmar que el Islam “preparó el camino” para el Renacimiento y la Ilustración es una ambigüedad que esconde una falsedad. El redactor cuidó el no afirmar categóricamente lo que se da a entender, pero aún así es evidente lo excesivo de la afirmación. El Islam nos puso en contacto con la ciencia india o con el pasado clásico, pero sus aportaciones son limitadas. Afirmar que la historia demuestra hasta qué punto el Islam es tolerante es otro exceso perfectamente injustificado. Si algo demuestra es que los no creyentes eran sometidos a un trato discriminatorio, privados de parte de sus derechos. Marruecos fue la primera nación que reconoció a Estados Unidos y la Berbería la primera guerra que la nueva nación libró. ¿Por qué valora lo primero y oculta lo segundo? Su referencia a España es directamente surreal. Cita Andalucía y Córdoba durante la Inquisición como ejemplo de tolerancia islámica, como si Córdoba no fuera parte de Andalucía y como si la Inquisición hubiera sido aplicada bajo dominio musulmán. La Inquisición castellana fue establecida en 1478 muy poco tiempo antes de que desapareciera el último reino musulmán, el de Granada, en 1492. La Inquisición persiguió a los falsos conversos en los reinos cristianos, mientras que en los musulmanes los cristianos padecían un estatuto vejatorio.
Por mucha imaginación que le eche, la historia no es la herramienta más apropiada para mostrar un Islam abierto y respetuoso. Hay estados de mayoría musulmana donde la igualdad entre credos es real, son estados en los que la ley civil se ha impuesto a la Sharia. Naturalmente que puede haber un entendimiento y convivencia con el mundo musulmán, siempre y cuando se abandonen viejos usos tal como ocurrió en el cristianismo y el judaísmo.
El problema fundamental del texto es que se plantea desde la tensión Islam vs. Occidente, cuando esto no es lo relevante. El hecho histórico fundamental es el conflicto civil entre islamistas y nacionalistas y Obama no aporta nada relevante a este hecho. Su sentimiento de culpa le lleva a establecer un discurso desnortado para tratar de salvar la imagen de su país.
Por lo demás, el eje del discurso de Obama es, en sus grandes trazos, el de cualquier otro presidente norteamericano, incluido Bush. Hay excesos de mea culpas y ausencias de responsabilidades en el campo contrario. El problema, y esto es algo que a los progres norteamericanos les cuesta entender, es que este discurso será interpretado por las masas islamistas como otro ejemplo de injerencia imperialista, pero esta vez desde la debilidad. Obama no va a calmar las aguas, sólo va a conseguir convencer a muchos de que el “tigre de papel” es vulnerable, de que Estados Unidos pasa por un período de debilidad que conviene aprovechar.