Del baile al horror: la madrugada del 7 de octubre
Por David Rosenthal
El testimonio de Alejandra López, una colombiana que sobrevivió a la masacre del festival Nova en Israel
El 7 de octubre de 2023, mientras miles de jóvenes bailaban en el festival Nova, en el desierto de Re’im, Israel fue sorprendido por el ataque terrorista más brutal en décadas. Terroristas de Hamás ingresaron desde Gaza con armas automáticas, granadas y fuego indiscriminado, asesinando a más de 1.200 personas, entre ellas 364 solo en Nova, y secuestrando a 253 hacia Gaza. Hoy, dos años después, más de un centenar de ellos siguen cautivos, invisibles ante un mundo que parece haber pasado página demasiado rápido.
En medio del caos de ese amanecer estaba Alejandra López, una colombiana residente en Israel desde hace diez años. Sobrevivió escondida durante ocho horas bajo fuego directo, perdió a su mejor amiga en el ataque y aún hoy batalla con las secuelas emocionales.
Este es su testimonio en conversación con David Rosenthal. No es solo una crónica de horror, sino un llamado a la memoria, la empatía y la claridad moral.
David Rosenthal (DR): ¿Quién eres y cómo llegaste a Israel?
Alejandra López (AL): Me llamo Alejandra López, tengo 32 años y llevo 10 años viviendo en Israel. Vine desde Bogotá cuando tenía 21. Tengo un hijo de 11 años —su padre es israelí— y hemos construido nuestra vida aquí.
He trabajado toda mi vida en educación y arte con niños. Siempre fui muy activa: trabajo, mi hijo y mucho tiempo con amigos. Me encantaba ir a festivales, era parte importante de mi vida.
“Pensaba que tenía una vida perfecta. Nunca imaginé que bailar pudiera terminar en una escena de terror.” — Alejandra
DR: ¿Cómo describirías tu vida antes del 7 de octubre?
AL: Normal y feliz. Como todo país, Israel tiene sus tensiones, pero yo me sentía segura. Salía con mi mejor amiga, íbamos a conciertos y festivales constantemente. Teníamos una rutina entre maternidad, trabajo y disfrute. Nada hacía pensar que algo así podría pasar.
DR: ¿Ya conocías el festival Nova?
AL: Sí, ya había ido a tres eventos en ese mismo lugar, cerca del kibutz Re’im, en el desierto. Nova no era mi primer festival; era parte de una comunidad grande, con diferentes fiestas temáticas en todo el país. Había música electrónica, colores, espiritualidad, meditación… siempre era algo muy libre y pacífico.
DR: ¿Cómo fue la organización para ese fin de semana?
AL: Teníamos el grupo de siempre. Conocíamos a quienes organizaban la fiesta y compramos las entradas casi un mes antes. Yo viajé en un carro con tres personas más: dos chicas y un chico. Mi mejor amiga venía en otro vehículo desde Eilat con más gente.
Llegamos el sábado a las 3:00 de la mañana, ya con la fiesta en pleno. Armamos la carpa, saludamos gente, nos mezclamos con la música.
“Cuando entré pensé: esta va a ser una de las mejores fiestas de mi vida.”
DR: ¿Había mucha gente?
AL: Muchísima. Cuando llegamos ya estaba el lugar lleno. Mucha gente disfrazada, colores, carpas, actividades. Estaba todo tan bonito, tan tranquilo…
DR: ¿En qué momento algo empezó a sentirse raro?
AL: Cerca de las 5:50 – 6:00 a.m. Yo estaba cerca del escenario y vi luces raras en el cielo. No entendía si eran fuegos artificiales o qué. Y de repente cortaron la música.
Unos pocos policías gritaron algo como “¡misiles, misiles, evacúen!”.
Hasta ahí nadie comprendía el peligro real. Pensábamos que eran cohetes como los que a veces caen desde Gaza. Recoger cosas, calmarnos, salir ordenadamente. Nadie imaginaba lo que venía.
DR: ¿Qué pasó cuando intentaron evacuar?
AL: Intentamos recoger nuestras cosas. En ese momento mi mejor amiga llegó, pero el código de su entrada no funcionaba al salir y quedó atascada en la zona de acceso. Yo no lo sabía aún. Yo subí al carro con los otros tres con los que había llegado y empezamos a salir por la carretera hacia Re’im, buscando algún refugio.
En el camino vimos a un amigo cubierto de sangre en medio de la carretera. Al principio creí que era maquillaje o disfraz, pero no. Era sangre real. Él gritó:
“¡Hay terroristas! ¡Están matando gente en la fiesta!”
Ahí fue cuando entendimos que esto no eran misiles. Era una masacre.
DR: ¿Cómo reaccionaron?
AL: Nos paralizamos unos segundos. Luego mi amigo —que es militar— se puso al mando. Nos dijo que todos al suelo, luego de que entráramos al carro otra vez, pero en cuestión de segundos ya todo el mundo estaba en pánico.
En la carretera se formó un trancón de gente intentando huir. Carros chocados, otros abandonados. Algunos gritaban, otros estaban inmóviles en shock.
“Era como un trancón en el infierno. Unos gritaban, otros no podían moverse. El miedo era físico.”
DR: ¿En qué momento empezaron a correr?
AL: Cuando vimos que había gente corriendo hacia nosotros gritando “¡terroristas, terroristas!”. Bajamos del carro y corrimos por un terreno arenoso, como si fuera desierto abierto. Algunos caían. Otros se tropezaban. Nos gritaban que nos escondiéramos.
Encontramos una especie de depresión en el suelo, como un hueco cubierto de ramas y raíces, y allí nos metimos muchos. Yo logré escribirle al padre de mi hijo: “Estoy escondida, algo raro está pasando”.
DR: ¿Fue allí donde comenzaron los disparos?
AL: Sí. Empezaron a tirarnos granadas y disparos directamente al hueco donde estábamos. No sé cómo no nos dieron.
“Yo solo corrí sin mirar atrás. Nunca había pensado en cómo suena una bomba cuando cae tan cerca.”
Nos levantamos y corrimos hacia otro hueco, un poco más arriba, también cubierto de ramas. Ya solo estábamos dos chicas y un chico. Una amiga se había quedado atrás. Mi amigo decidió volver por ella. Yo seguí escapando con la otra chica.
DR: ¿Cuánto tiempo estuvieron escondidas?
AL: Ocho horas. Sin agua, sin batería en los teléfonos, sin saber qué pasaba arriba.
Escuchábamos de todo. Las voces de los terroristas, riendo, cantando en árabe. Se oían mujeres suplicando. Se oían ráfagas y explosiones constantes. No paraban nunca.
“No veíamos nada. Pero escuchábamos todo. A veces es peor oír que ver.”
El aire estaba caliente, no por el clima, sino por los incendios y los cuerpos quemándose alrededor. Teníamos espinas, garrapatas, hormigas encima, pero lo ignorábamos. El cuerpo entra en modo supervivencia.
DR: ¿Cómo lograron salir?
AL: Nos movíamos muy despacio para no hacer ruido. Encontramos a un chico israelí escondido detrás de una roca. Él tenía agua y teléfono. Le pedí que me dejara llamar al padre de mi hijo y lo hice.
Cuando contestó, escuché disparos desde su lado también. Le pregunté dónde estaba y me dijo: “Estoy en Re’im. Entré a buscarte.”
DR: ¿Él entró solo a buscarte?
AL: Sí. Dejó a nuestro hijo con amigos en Hadera y vino. Esquivó controles y entró por zonas laterales. No sé cómo. Pero lo hizo.
Él nos buscó con dos soldados. En un momento escuché que alguien gritaba mi nombre. Me dijeron que no me moviera, pero yo sabía que era él. Salí corriendo.
En el trayecto vimos a un guardia de seguridad herido, con balazos en las piernas. Ayudamos a cargarlo. Yo tomé su arma para él apoyarse mejor.
DR: ¿Qué viste al salir del escondite?
AL: Todo lo que antes solo había escuchado. La escena más brutal que alguien pueda imaginar.
“Había chicas colgadas en árboles. Cuerpos sin rostro. Genitales mutilados. El 80% de los cuerpos estaban desnudos.”
“La violación fue usada como arma de guerra. No solo contra mujeres. También contra hombres.”
Había carros con gente completamente carbonizada adentro. El olor… eso no se olvida nunca.
DR: ¿Cómo fue el trayecto fuera de allí?
AL: Nos llevaron hacia Ofakim. En el carro nadie hablaba. Nadie lloraba siquiera. Era como si el cuerpo todavía estuviera en modo de guerra.
A mi mejor amiga la buscaron durante dos semanas. Yo miraba en canales de Telegram de Hamás para ver si la encontraba viva o muerta. Finalmente, supimos que la quemaron viva a la salida de un refugio.
“Éramos como hermanas. Y la perdí sin haber podido ayudarla.”
DR: ¿Cómo ha sido la vida después de sobrevivir a algo así?
AL: Es una montaña rusa. Estoy en tratamiento psicológico y psiquiátrico desde hace dos años. Tomo medicación. Octubre es un mes que me enferma físicamente: fiebre, vómito, ansiedad. Mi cuerpo recuerda antes que mi mente.
La música fuerte me provoca ataques. Ver hombres desconocidos me provoca miedo. Ir al supermercado, si hay muchos árabes, me incomoda. Todo el mundo dice “qué bueno que sobreviviste”, pero sobrevivir es otra guerra.
“A veces siento que sigo escondida en ese hueco, solo que ahora el hueco está adentro.”
DR: ¿Te aferraste a la fe después de esto?
AL: Sí. Yo venía de una familia cristiana, pero era escéptica. Después del 7 de octubre empecé a orar todos los días. Me aferré a Dios a mi manera.
“No sé si soy cristiana o judía. Solo sé que le hablo a Dios y le agradezco por despertar viva.”
En casa celebramos Rosh Hashaná, Sucot… Mi esposo es judío. Viviendo aquí diez años, uno adopta todo eso. Hoy puedo decir que me siento israelí.
DR: ¿Recibiste apoyo del Estado?
AL: Mucho. El gobierno nos paga un estipendio mensual mientras no podemos trabajar. Tengo psicóloga, psiquiatra, asistencia domiciliaria. También me ayudaron a tramitar mi perra de apoyo emocional, que adopté después del 7/10. Ella ha sido parte de mi recuperación.
DR: ¿Te quedarías para siempre en Israel?
AL: Sí. Esta es mi casa. Mucha gente se fue después del ataque. Yo decidí quedarme.
“Si pude seguir viviendo después de ese día, puedo seguir viviendo aquí.”
DR: ¿Has tenido alguna experiencia negativa por ser colombiana?
AL: Sí. Últimamente un vecino me acosa. Me grita “colombiana”, me sigue con un pitbull. Hace poco su padre me agredió físicamente. Llamé a la policía y terminé yo retenida varias horas junto a mi hijo, como si fuera culpable también.
“Sobreviví a Hamás… y ahora tengo miedo de un vecino que me acosa.”
Me sentí revictimizada. Más porque los policías eran hombres y árabes. Les dije: “Soy sobreviviente del 7 de octubre”, y no les importó.
DR: ¿Tienes un mensaje para Colombia, especialmente por la postura del gobierno?
AL: Me duele la ignorancia. Me duele ver gente justificando lo que vivimos por ideología. En Colombia hay masacres, guerrilla, secuestros… ¿y aún así algunos apoyan esto?
Sobre el presidente Petro… yo vengo de familia militar. Si alguien fue guerrillero y no le importó matar antes, ¿por qué le importaría ahora lo que vivimos nosotras en Israel?
“No espero empatía de quien jamás la tuvo. Pero por lo menos que no nieguen lo que vivimos.”
Dos años después del 7 de octubre, el duelo en Israel no ha terminado. No puede terminar mientras más de 50 secuestrados sigan en Gaza, sin luz, sin contacto, sin comida, sin nombre en los titulares. Tampoco puede terminar mientras sobrevivientes como Alejandra sigan luchando por reaprender a vivir.
“No hablo para que me tengan lástima. Hablo para que no olviden lo que pasó.”
Que su voz —fuerte, herida, pero viva— sirva como recordatorio:
La memoria no es una opción. Es una responsabilidad.