EL TRIUNFO DE LA MISERIA POLÍTICA Y EL CASO DE HONDURAS
Por RICARDO ANGOSO
Ricardo Angoso ha sido observador electoral en las últimas elecciones hondureñas, es Coordinador General de Diálogo Europeo y dirige la revista Lecturas para el Debate.
Los recientes acontecimientos vividos en Honduras han mostrado a las claras la hipocresía que reina actualmente en las relaciones internacionales. Los gobiernos del mal llamado mundo libre, con España a la cabeza, no han estado a la altura de las circunstancias que un caso tan complejo reclamaba, mientras que la diplomacia brasileña, con una historia a sus espaldas de prestigioso buen hacer consolidado tras décadas, se ha comportado de una forma absolutamente tercermundista y ajena a los usos de lo que se presumía (¿?) que era una gran potencia, o en ciernes. Se presumía, ya digo. La dura reacción de la comunidad internacional contra las autoridades constitucionales de Honduras, que tan sólo evitaron el golpe de Mel Zelaya con un contragolpe sujeto al ordenamiento político y constitucional de este país centroamericano, han evidenciado que existe un doble rasero con respecto a los Derechos Humanos y las exigencias democráticas a los Estados.
Si el país es pobre, con apenas recursos naturales y sin peso político, como el ejecutivo de Tegucigalpa de ahora, se le golpea y machaca sin contemplaciones desde las instituciones internacionales, al tiempo que se toleran todo tipo de desmanes y tropelías a países como Venezuela, donde ya la comunidad judía ha soportado excesos retóricos, profanaciones de sus instituciones religiosas y desmesurados ataques por parte de su máximo líder, el déspota Hugo Chávez, que llevado por su odio hacia el pueblo hebreo ha llegado a romper las relaciones con el Estado de Israel. Aquí ya nadie dice nada, ni la OEA, ni las Naciones Unidas, pues los petrodólares mandan e imponen su silencio.
El presidente Lula, adorado por la izquierda continental y otros desinformados, se ha mostrado junto otros líderes latinoamericanos inmisericorde y brutal con Honduras; a la que han llegado a expulsar de la OEA, cerrar sus embajadas en el exterior, privando de asistencia a miles de hondureños, por lo general de estratos muy humildes, y cancelar todos los acuerdos políticos, económicos y humanitarios con este país, en una suerte de bloqueo que hasta ahora –ni siquiera Cuba- ninguna nación de este continente había sido sometida. Qué vergüenza.
Mientras esta auténtica cruzada se desarrollaba con toda su fuerza e intensidad, secundada incluso por Argentina, Chile y España, países que uno creía hasta ahora que estaban libres del pernicioso influjo chavista, Lula recibía con todos los parabienes y honores al carnicero de Teherán, un dirigente político que el pasado mes de junio masacró, torturó, violó (sí, como lo oyen) y asesinó a decenas de jóvenes indefensos que reclamaban en las calles iraníes limpieza en las elecciones celebradas en la tiranía persa, una demanda casi metafísica para un país que vive desde hace ya más de tres décadas en las cavernas prehistóricas. Ese sujeto, que niega el Holocausto y exige borrar de la faz de la tierra a Israel por ser una “entidad asesina y terrorista”, se llama Mahmud Amadineyad. Lula se muestra fuerte con débil, en este caso Honduras, y débil con el fuerte, como Irán. ¿O es que acaso estábamos engañados con Lula? No es mi caso, siempre me pareció un memo dispuesto a reírle las gracias a Chávez y a encenderle puros al otro sátrapa caribeño, Fidel Castro. Son de la misma calaña, no se engañen.
El Gobierno de Zelaya, que tenía como canciller a una tal Patricia Rodas que comulga con el antisemitismo más primario y que nada más llegar al ministerio entabló relaciones con Teherán, Managua y La Habana, capitales de tres de los sistemas polìticos más impresentables del mundo, tenía una agenda secreta y pretendía sentar régimen siguiendo la estela de la Venezuela de Hugo Chávez. Los judíos de allí, pero también los cristianos y los evangelistas, estaban preocupados ante la peligrosa deriva que tomaba el gobierno zelayista, presagiaban lo peor y que las maniobras de este gran histrión que es Zelaya dieran el resultado esperado, lo que hubiera sido el principio del fin y el comienzo de la pesadilla que ya viven otros pueblos de la región. Por suerte para todos, no fue así y esta vez a Chávez el tiro le salió por la culata. En Honduras ni habrá bases de Hezbollá, ni cooperación con Teherán, ni ruptura de relaciones con Israel. El curso de la historia ha sido cambiado por el tesón, la cazurrería y la terquedad de ese viejo zorro de la política hondureña que es Roberto Micheletti, el primer líder de América Latina que derrota a Chávez. Enhorabuena.
Sin embargo, a pesar de que Honduras ha celebrado unas elecciones democráticas de una forma ejemplar, la miseria política se ha impuesto y los países del Alba siguen en sus trece y no reconocen los resultados que las urnas tan limpiamente han arrojado. Se anuncian nuevas sanciones contra este machacado país y es más que seguro que de aquí al 27 de enero, en que tomará posesión el nuevo presidente recientemente elegido, Pepe Lobo, la tensión irá en aumento y asistiremos a nuevos episodios tendentes a torcer la voluntad inquebrantable del pueblo hondureño, que ya es libre quizá para siempre.
Comienza una nueva era para Honduras y los negros nubarrones que se divisaban parecen alejarse para siempre. Puede que Telesur sigue tratando de negar los nuevos vientos que soplan en Tegucigalpa. Que el diario Gramma arroje su solidaridad falsa y gratuita hacia el pueblo hondureño. Que los Zelaya, Rodas, Ortega, Chávez, Correa, Castro y compañía traten de confundir con sus mentiras e infundios al viejo estilo lo que realmente ha ocurrido en Honduras, pero hay una realidad innegable: Honduras se salvó el 28 de junio de caer en el foso chavista y perder, quizá para siempre, la capacidad de decidir su propio destino. Nuestra comunidad internacional, aunque las cosas también van cambiando para los nuevos dirigentes hondureños, seguirá mostrando su faz más cínica e hipócrita, pero nosotros, apenas una minoría amiga del pueblo judío y sabedores de lo que estaba en juego en Honduras, respiramos hoy más tranquilos y estamos seguros de que nuestra apuesta por la denigrada casua hondureña era, ni más ni menos, por la libertad. Ni más ni menos.