La amenaza chavista sigue presente en honduras
Por Ricardo Angoso
OPINION Un año después de que tomara posesión el presidente Porfirio Lobo, y para decepción de muchos, la amenaza chavista sigue presente en este país y, además, ahora ha encontrado extraños aliados de “cama”: la administración norteamericana de Barack Obama. Lunes, 24 de Enero de 2011
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Un año después de que tomara posesión el presidente Porfirio Lobo, y para decepción de muchos, la amenaza chavista sigue presente en este país y, además, ahora ha encontrado extraños aliados de “cama”: la administración norteamericana de Barack Obama. El sucio “juego”, que ya ha sido denunciado valientemente por el analista y congresista norteamericano José Cárdenas en Foreign Policy, pretende reintegrar como sea a el ex presidente-bufón Manuel Zelaya en la vida política hondureña y dejar que una parte de su antiguo equipo, liderado por la inefable Patricia Rodas, desempeñe un rol determinante en el futuro de este machacado país centroamericano.
La estrategia pasa por rehabilitar a Zelaya al coste que sea, darle la impunidad jurídica que le permita regresar sin peligro de ser encausado y, por decirlo de una forma llana, hacer borrón y cuenta nueva olvidando todos los desmanes y tropelías perpetradas por este mandatario de opereta.
Como señala muy acertadamente Cárdenas, “en efecto, absolviendo a Zelaya de sus crímenes se abriría la puerta a su regreso, cosa que parece ser la actitud de la nueva administración con respecto a Honduras. En declaraciones muy poco difundidas, en su viaje de 2010 a Tegucigalpa, el Subsecretario de Estado Arturo Valenzuela, dijo que “la reconciliación nacional avanzará aún más cuando Honduras sea capaz de resolver la cuestión del retorno del ex presidente Zelaya para que el país pueda recuperar su lugar [en la Organización de Estados Americanos]“.
EL GOLPISTA ERA MANUEL ZELAYA No olvidemos que Zelaya abandonó el poder por la vía institucional tras haber vulnerado durante repetidas veces el orden político y constitucional hondureños; fueron las instituciones representativas del país las que le pusieron fuera de juego y el ejército, una vez que lo depuso, tan sólo obedeció el mandato que tenía y que los hondureños le habían dado a través de la Carta Magna de esta nación. Así se evitó un inútil e innecesario baño de sangre.
Zelaya, que intentaba fundar un régimen siguiendo la estela de Los países “bolivarianos” del continente que lidera el sátrapa de Caracas, Hugo Chávez, se comportó de una forma ilegal e ilegitíma, en contra de la Ley y la Constitución hondureña. Antes ya había traicionado los ideales del Partido Liberal por el que había sido elegido y muchos anticipaban que el siguiente paso era poner rumbo hacia la dictadura. Esos pronósticos no eran errados.
Secuestrado por el núcleo duro del izquierdismo hondureño, que práctico la táctica del “entrismo”, Zelaya no era más que un Kerensky de esta historia bufa, un personaje destinado a ser lo que Lenin llamaba los tontos útiles. Líderes políticos que se utilizan en un momento dado del proceso hasta que surgen las “condiciones adecuadas” para desplazarlos y hacer la verdadera revolución. El verdadero golpe de Estado de Honduras es el que preparaban Rodas y Zelaya, que eran el Caballo de Troya de Chávez en Centroamérica para expandir el “socialismo del siglo XXI” hacia el norte, y no el cambio político acaecido el 28 de junio de 2009.
La verdadera líder de este auténtico giro en el país hacia la izquierda bolivariana era Patricia Rodas, que sabía que nunca llegaría al poder con esas ideas trasnochadas y castristas que defendía y que tendría que utilizar a los liberales, más concretamente a un inconsistente Zelaya, para hacerse con el poder. Rodas aprovechó el momento oportuno para conseguir sus objetivos y con la ayuda de sus “patricios” consiguió manipular a Zelaya para imprimir el giro chavista a su gobierno. Los “patricios” eran el círculo íntimo de Zelaya: Rodolfo Pastor, Enrique Flores, Arístides Mejía y Milton Jiménez, principalmente.
Una vez puesto fuera de juego, Zelaya siguió actuando bajo los dictados del círculo de Rodas y más concretamente atendiendo a los dictados del mismísimo Chávez, que creyó encontrar en la crisis hondureña una nueva ocasión para atacar al “imperio” y erigirse en el líder continental con que sueña en convertirse. Como sigue señalando Cárdenas,“desde su salida del poder, el oligarca convertido en radical-populista no ha mostrado arrepentimiento por sus abusos de poder y por su falta de respeto a la Constitución del país. Ha seguido ondeando una bandera ensangrentada desde el exilio en República Dominicana. Sus acciones de entonces y ahora demuestran que no le importa un pepino poner en peligro vidas hondureñas al servicio de su agenda política”.
Lo más peligroso de toda esta estrategia tendente a la rehabilitación política de Zelaya y sus acólitos es el titubeante papel que está adoptando el presidente Lobo en el proceso. En vez de negarse en firme, como un dirigente sereno, responsable, dotado de legitimidad y con ideas propias, se muestra titubeante y pusilánime, muchas veces dejando la puerta abierta al regreso del ex presidente y otras negando sin mucho convencimiento que esté negociando este asunto. Este arriesgado juego de Lobo le resta credibilidad a Honduras, ahuyenta las inversiones y descoloca a los poderes fácticos hondureños y a la sociedad en general.
Son ya muchos, tanto en el exterior como en el interior del país, los que tienen nostalgia de aquel hombre que sin ser de maneras refinadas y un tanto brusco en las formas, por decirlo suavemente, puso orden en el país, creó las condiciones para celebrar unas elecciones modélicas y posibilitó el final del sainete hondureño tras ceder el testigo del poder a Lobo. Ese hombre, visto hoy como un héroe por muchos, se llama Roberto Micheletti. Mientras el país afronta el peligro de una nueva conjura chavista, su figura se proyecta con más fuerza y esperanza en una sociedad tan necesitada de figuras en las que creer después de tantas mentiras e infamias.
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