Colombia es un país morboso. Y los medios de comunicación y el debate público son reflejo de esa característica nacional.

La semana pasada se conocieron dos noticias que dejaron al país atónito. Pero mientras una de las noticias fue completamente irrelevante, la otra es delicadísima y ambas ocuparon el mismo espacio.

La primera fue que un campesino del Tolima ganó casi cuatro millones de pesos por prestar sus servicios para evitar la lluvia en la clausura del Sub20. Teniendo en cuenta que un aguacero en el evento hubiera sido desastroso y que el chamán cumplió (no sabemos si por suerte o conocimientos esotéricos) con el objeto del contrato, esto no tendría ni por qué ser parte de la agenda nacional.

La segunda noticia fue que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, nombró como nuevo ministro de Defensa al general Henry Rangel Silva, un gran aliado de la guerrilla de las Farc y con presuntos vínculos con el narcotráfico. Pareciera increíble, pero el segundo tema pasó inadvertido en la agenda de la opinión pública ante el irrelevante debate del chamán y sus honorarios.

Errado.

El nombramiento de este nuevo ministro es un acto hostil por parte del gobierno venezolano y eso no puede pasar desapercibido ni por los medios, ni por la opinión pública, y menos por el Gobierno Nacional.

El presidente Juan Manuel Santos, después de hábilmente conciliar las relaciones con el país vecino, ahora quedó en la posición más incómoda ante la cachetada que le metió su par venezolano con esta designación.

El presidente Santos tiene tres posibles escenarios públicos. El primero es pronunciarse sobre el tema atacando el nombramiento y por consiguiente desafiando al gobierno vecino (es decir, a su nuevo mejor amigo) y tensionando de nuevo las relaciones.

El segundo es no manifestarse sobre el tema, pero ese silencio puede ser interpretado por el país como el que calla otorga.

El último es declararse en respeto de la autonomía venezolana para nombrar a quien quiera en el Ministerio de Defensa y por consiguiente enfrentarse a la sociedad colombiana que encuentra imperdonable que Chávez haya puesto en el cargo a alguien que tiene una relación cercana con Timochenko.

Ninguna de las opciones es completamente positiva. Todas tienen riesgos y elementos en contra, pero lo que es cierto es que después de restablecer las relaciones con el vecino país y firmar los acuerdos comerciales con Santos, resulta imperdonable que Chávez nombre al mayor enemigo en la cúpula chavista a manejar esa cartera que tiene implicaciones serias en la seguridad colombiana y en la defensa en la frontera.

Es cierto que unas declaraciones dadas a la ligera y de forma apresurada hubieran estropeado estas relaciones que gozan de mediana cordialidad y que benefician a ambos mercados en el tema económico. La prudencia de Santos es una actitud aplaudible, pero no lo puede ser el silencio total.

Es necesario que la Presidencia y la Cancillería colombianas, establezcan algún tipo de canal diplomático efectivo para hablar directamente con el gobierno venezolano sobre este asunto y establecer que ese nombramiento es insostenible.

En la situación actual, tener un aliado de la guerrilla manejando la cartera de Defensa en Venezuela es absurdo. Genera intranquilidad interna puesto que eso podría significar, en el mejor de los casos, un retroceso en materia de seguridad al tener de nuevo la guerrilla cómodamente en el país vecino, y eso sin pensar en los peores escenarios.