Chile: la responsabilidad de la izquierda en la intervención cívico-militar del 11 de septiembre

ENTREVISTA | Joaquín Fermandois, historiador

‘No descarto que reviva el propósito revolucionario en la izquierda chilena’

Joaquín Fermandois.Joaquín Fermandois.

Joaquín Fermandois (Viña del Mar, 1948) es uno de los historiadores más influyentes de Chile. Estudió en su país, en Alemania y en España, donde se doctoró en Sevilla en 1984. Su especialidad son las relaciones internacionales y la Historia Contemporánea. Acaba de publicar‘La Revolución inconclusa’. La izquierda chilena y el Gobierno de la Unidad Popular, donde desmenuza el proyecto socialista de Salvador Allende a 40 años de su fin.

Pregunta.- ¿Qué fue la revolución con empanadas y vino tinto de Allende?

Respuesta.- Se trató de construir un sistema socialista modelado, hasta donde sabemos, en la URSS, en Cuba y en Alemania Oriental. La particularidad no sólo era que no fue impuesto desde fuera, como casi todos los sistemas marxistas en Europa después de 1945, sino que en el caso chileno se emplearon las vías constitucionales, electorales. No se podían usar otras, aunque algunos sectores se veían tentados por el asalto armado al poder.

P.- ¿Hubiera podido coexistir la democracia con el proyecto de la Unidad Popular (UP) en Chile?

R.- Por democracia, la UP –sin excepciones en esta época- entendía sistemas como el soviético, el cubano y el de la RDA. En relación a ellos se decía que la “vía chilena” al final tendría unas particularidades propias que nunca se especificaron.

P.- ¿Y cuáles eran esas particularidades?

R.- Un sistema multipartidista, ya que socialistas y comunistas eran fuertes, pero la mayoría de los partidos pequeños de la coalición tenían personalidad propia. Aquí había algo inquietante, ya que todos los dirigentes de la UP manifestaban que el sistema de la RDA era “multipartidista”. Me da la impresión de que a Allende le agradaba ser considerado por los europeos y por un amplio público como democrático en el sentido occidental del término. No los quería desilusionar. Por otro lado, él era el portavoz de su coalición, no tenía dentro de ella el poder de un Castro o de un Ho chi Minh dentro de las suyas.

P.-¿Por qué Allende tuvo que firmar unas garantías constitucionales para llegar al poder?

R.- Si no lo hacía corría el riesgo, pequeño pero potencialmente explosivo, de que la Democracia Cristiana (DC) no votara por él, sino por el candidato que salió segundo, lo que desencadenaría una especie de “golpe blanco”. Era poco probable. Pero hubiese sido posible que la DC se abstuviera, siendo elegido de todas maneras Allende, aunque debilitado.

P.- ¿Allende dijo que había firmado dichas garantías por una mera cuestión táctica? ¿No plantea eso dudas sobre su compromiso democrático?

R.- Esto tiene que ver con su creencia, que era la de la izquierda, de que la verdadera democracia, era lo que ahora denominamos “socialismo real”. Sólo aseguraba que durante su Gobierno no se llegaría a esa meta, porque era una primera fase de “transición a la democracia”. Allende –en general- tuvo un comportamiento propio de un parlamentario democrático hasta 1970. Al llegar al Gobierno puso en marcha el proceso que, de consolidarse tal como él lo acariciaba, no conducía a una democracia. A grandes rasgos, el Gobierno siguió la pauta constitucional. No tenía otra opción tampoco. Paralelamente se dio una estrategia semilegal e ilegal, en las calles, hasta que la oposición adoptó el mismo curso.

P.- ¿Qué quería decir Allende cuando afirmaba que tenía “una fe irrevocable en el pueblo, en su conciencia, en su responsabilidad”? ¿Por qué dice usted que los trabajadores “eran su gran mito personal”?

R.- Fundamentalmente en su lenguaje “el pueblo” eran los sectores populares, en especial los trabajadores. Es el gran mito de la izquierda revolucionaria en los siglos XIX y XX. Hay algo de cierto en esto. En Chile existía correlación social en el voto, pero no era absoluta ni mucho menos. Una parte no pequeña de los sectores populares votó por Allende que, como todo líder complejo, tenía varias personalidades. No cabe duda que en términos públicos lo que más le gustaba era ser “representante de los trabajadores”. Destaca la intención en su discurso final.

P.- ¿Concebía Allende que un trabajador pudiera oponerse a su proyecto?

R.- Le contrariaba mucho y expresaba su desazón, como en una huelga del cobre en 1973. Le parecía ilógico. Es probable que también le doliera. La mayoría lo apoyó, pero no fue una ínfima minoría ni mucho menos la que lo rechazó o descreyó de él.

P.-¿Por qué Allende se llevaba mejor con el Partido Comunista (PC) que con su partido, el Socialista (PS)?

R.- El PS se caracterizó siempre por el fraccionalismo y el cacicazgo. El PC, en cambio, se perfilaba exactamente por lo contrario: la disciplina férrea y el total secretismo en sus discusiones internas. Si alguien disentía en público, se le expulsaba por “desviacionista”. Desde comienzos de la década de 1950 se dio la convergencia entre Allende y los comunistas, en metas y procedimientos, en casi todos los temas. Los comunistas confiaban en él, y como no podían pensar en un éxito electoral sin alianza con los socialistas, en cuatro elecciones presidenciales apoyaron a Allende. Aunque propiciaron atraerse a las fuerzas armadas para el proyecto de la izquierda, desconfiaban de las inclinaciones de los socialistas por la vía armada y en general del modelo castrista. Si bien ante este último había algunas ambigüedades de Allende, éste era el mejor hombre para los comunistas y lo apoyaron de manera consistente durante su Gobierno.

P.- ¿Cómo fue posible que las Fuerzas Armadas se mantuvieran impermeables a las doctrinas de izquierda? En Perú no ocurrió así, por ejemplo, con Velasco Alvarado.

R.- En el caso peruano al final los mismos militares derrocaron a Velasco. Más importante, ha habido en América Latina y en el mundo, y en el mismo Chile, militares que representaban un nacionalismo de izquierda. Con la sola excepción de Etiopía en 1974, nunca un ejército preexistente ha apoyado como causa propia una revolución marxista. Y éste fue el carácter con el que los militares chilenos interpretaron la situación en 1973. Además, respondían a una profunda fractura dentro del país, que les llegó también por las familias.

P.- Usted plantea que había dos almas en la izquierda chilena con un sólo objetivo: implantar el socialismo. ¿Puede caracterizar esas dos corrientes?

R.- Una, alcanzar el socialismo –en nada diferente del “socialismo real”- por las vías institucionales, aunque esto incluía sobrepasar la legalidad en pequeñas acciones cotidianas. La otra, si bien usaba el medio electoral y las instituciones, éstas sólo deberían servir de trampolín, un medio más, mientras al mismo tiempo se movilizaba a diversas fuerzas colectivas para provocar una confrontación y expropiar rápidamente la gran y mediana empresa, organizando al mismo tiempo un aparato militar a la luz del día.

P.- ¿Allende se sentía más identificado con una de estas dos almas? ¿Con cuál?

R.- Es complicado responderlo. Tenía un alma dividida entre las dos. En lo principal, siempre dijo que haría lo mismo que Fidel Castro, pero por métodos pacíficos. Ese es el desgarro que recorría el alma de Allende.

P.- ¿En qué consistía esa revolución inconclusa de la que usted habla en su último libro?

R.- En que la UP pudo triunfar en su propósito de consolidar el proceso revolucionario –si agotaba a la oposición-, pero ello fue evitado tanto por la movilización de los opositores y por el levantamiento de los militares en septiembre de 1973. No niego que “inconclusa” pueda tener otro sentido: de que en el largo plazo reviva el propósito revolucionario en la política mundial, aunque ciertamente tendrá otros contornos, diferentes al que se derrumbó con el Muro.

P.- En 1993 conocimos unos papeles del PCUS que trataban sobre Chile y desde Moscú no se ahorraban expresiones para mostrar la molestia que suponía la experiencia allendista en el tablero global soviético. El Chile de la UP era como un molesto grano en el trasero para la URSS ¿Comparte esta lectura?

R.- Los que conozco son documentos aparecidos en 1998, sacados a luz por la historiadora Olga Ulianova y publicados en Estudios Públicos. Estos, más otras fuentes, revelan que la URSS sí apoyó bastante a Allende, aunque hubiese estado dispuesta sin mayor problema a que ganara otro candidato en 1970. La UP representaba el núcleo de la estrategia soviética en América Latina, aunque desconfiaba de su sector castrista. No sin prevenciones, Moscú se acercó también en estos años al PS, aunque sólo confiaban plenamente en los comunistas. Moscú ayudó, en efecto, pero muy lejos de lo que esperaba la izquierda chilena. La URSS era más débil de lo que todos nos imaginábamos, y esto lo tenemos muy claro ahora. También, al revés que en el caso de Cuba, no estaba dispuesta a una confrontación con Washington por el caso de Chile.

P.- ¿Por qué ha buscado en la RDA claves de la experiencia chilena?

R.- Por dos motivos. Uno es que la izquierda asumió a su manera la admiración por lo alemán que siempre ha habido en Chile. La RDA se formó con el mito de la “unidad de socialistas y comunistas”, y eso era lo que representaba para los chilenos, además de fuente de ayuda práctica. El otro motivo venía del régimen alemán. Tenía que legitimar su mito originario y Chile, donde había unidad de socialistas y comunistas, les servía. Pero con no menor ahínco buscaban reconocimiento diplomático –no tenían relaciones diplomáticas con ningún país latinoamericano y no muchas en el mundo hasta 1971, excepto Cuba- y también querían mayor intercambio comercial.

P.- ¿Qué encontró?

R.- En lo básico además de las relaciones entre el SED (Partido Comunista de la RDA) y los socialistas y comunistas chilenos, todo muy bien documentado, amén de las relaciones estado-estado, lo más importante es que constituye la fuente más directa que tenemos donde socialistas y comunistas expresan de manera franca su visión de las cosas y sus intenciones últimas, aunque todo envuelto en un lenguaje muy ideológico. Como digo en el libro, todo se hablaba “en marxismo”.

P.- El régimen de la RDA se hizo famoso por su capacidad de espionaje y control social a través de la Stasi. ¿Copió la UP algunos de sus métodos? ¿Sus líderes fueron espiados en algún momento?

R.- Por algunos indicios da la impresión de que la seguridad de la RDA ayudó durante la UP a organizar el aparato clandestino de socialistas y comunistas. Los informes al Comité Central demuestran “inteligencia política”. La verdadera influencia en este sentido, de vigilancia y espionaje, vino después del golpe militar de 1973.

P.- ¿Dónde estaría hoy Chile de haber triunfado la revolución de Allende?

R.- Interpreto la pregunta como qué hubiese sucedido con la consolidación de un sistema socialista en Chile tal como lo proponía la UP y Allende. Mi idea es que esto era posible aunque al final hayan sido derrotados. Sabemos que una hipótesis contrafactual es muy aventurada. Dos problemas se pueden poner como hipótesis, uno es que le hubiera sido difícil sobrevivir a los embates de la década de 1970 en el cono sur, incluyendo a una posible guerra internacional. En segundo lugar, con la Caída del Muro un sistema así con toda probabilidad también se habría derrumbado. No hubiera contado con la fundación por una personalidad carismática mediante una epopeya, como fue el caso de Fidel Castro en Cuba donde el régimen sobrevive basado en el personalismo y en algo que se parece al estado patrimonial.

P.- ¿Cómo se explica el resultado electoral de la UP en marzo de 1973 cuando la situación económica se deterioraba rápidamente?

R.- La UP perdió en votos e incluso declinó en relación a la única vez que tuvo la mayoría absoluta, las elecciones municipales de abril de 1971. El 43% que obtuvo fue una votación importante y representaba a un electorado movilizado. Tuvo más que en 1970 con Allende (36,3%), pero estas últimas se dieron entre tres candidatos; las de 1973 fueron polarizadas, con dos opciones, lo que llevó una tendencia a equipararse. En segundo lugar, algunos sectores de la oposición habían instalado ante el público la meta irreal de obtener los dos tercios, y por ello se sintieron derrotados y en cierta manera lo fueron a pesar del casi 55% que obtuvo la oposición unida. Es indudable que una parte de la población consideró que a pesar de los problemas, el Gobierno de Allende le había proporcionado recursos. También hay que tener en cuenta que la votación de los opositores representaba también a un tipo de electorado movilizado, de una manera que lo hacía por primera vez en el siglo XX.

P.-¿No tiene la sensación, a la vista del debate en torno a los 40 años del golpe de Estado, de que Chile nació el 11 de septiembre de 1973?

R.- Entiendo que desde fuera de Chile se pueda pensar de esta manera, aunque creo que es más que una exageración. Ni siquiera podríamos hablar de una refundación. En los años 1980 hubo más bien una lenta y tensa recuperación de algunas virtudes tradicionales y, al mismo tiempo, una gran renovación en lo político y económico que explica lo que yo veo como una transición exitosa a la democracia a pesar de las criticas actuales. Lo que sí ocurrió a partir de 1973 es que hubo un notorio cambio de dirección del país, creándose una tendencia que dura hasta el día de hoy, aunque ésta no puede ser identificada con los propósitos iniciales del régimen de Pinochet, que se parecían más bien a un arquetipo franquista.

P.-¿No resultó paradójico -y beneficioso para la transición chilena- que casi en el mismo momento en que se agota la dictadura militar en 1989 se derrumba el paradigma comunista con la caída del Muro de Berlín?

R.- Fue un factor fundamental. En realidad lo veo como algo que influyó desde antes de la caída del muro. Gran parte de la izquierda chilena se había desilusionado del modelo marxista, lo que ocurrió de manera paralela al socavamiento interno de estos sistemas y en general de la pérdida de credibilidad intelectual y política del marxismo en Europa Occidental. Se dio una convergencia con el sistema occidental de democracia. Desde otra perspectiva, el régimen de Pinochet, ya muy transformado a fines de los ochenta, con la crisis del socialismo real se quedó sin el enemigo que le había dado su legitimidad original.

P.- ¿Ese desencanto de la izquierda chilena con el “socialismo real” se transformó en fe en el libre mercado, en aceptación a regañadientes del mismo o en rechazo contumaz?

R.- Sí, hubo en una mayoría esa transformación, aunque con matices. Sobre todo, en la mayoría de esa mayoría ha habido también mucha mala conciencia e incomodidad. Es una explicación de por qué ahora les cuesta tanto defender su propia obra a partir de 1990.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *