El enredo hondureño: una explicación

El enredo hondureño
En Libertad Digital
La crisis diplomática desatada tras la deposición del presidente Zelaya es más el resultado de la inacción de los que tenían que haber defendido el papel jugado por el Parlamento y la Justicia hondureños que por la acción de los que buscan la trasformación del régimen democrático en un Estado populista de corte bolivariano.
Zelaya intentó que el Parlamento modificara la Constitución para poder volverse a presentar a las elecciones presidenciales previstas para dentro de unas semanas. El Parlamento no consideró su petición y ahí comenzaron los problemas, las maniobras… que concluyeron en su deposición. Honduras se estaba jugando su futuro democrático y una clara mayoría decidió resistir con firmeza a la andanada bolivariana.
A nadie le extrañó que sus compañeros de filas en la región orquestaran una campaña en contra de lo ocurrido, denunciando un supuesto golpe de estado militar que nunca existió. Los militares que se encargaron de echar a Zelaya del país obedecían órdenes del Tribunal Supremo, no actuaban por propia voluntad ni estaban defendiendo una determinada opción política. Simplemente cumplieron con su obligación. La acusación no era sólo falsa, además era burda, como cualquiera podía y puede comprobar.
La sorpresa vino del comportamiento norteamericano. El Departamento de Estado no oculta su preocupación por la expansión del bolivarianismo, por sus connivencias con el narcotráfico y por la compra masiva de armamento. La propaganda venezolana descarga su artillería contra Obama, que ha pasado a convertirse en el emperador por necesidad del discurso populista. Por todo ello lo lógico es que Estados Unidos hubiera manifestado preocupación por la crisis hondureña, al tiempo que hubiera dejado que las elecciones se desarrollaran con normalidad. Una posición clara y firme de Washington hubiera animado a otros a actuar de forma semejante. Sin embargo, esa no fue la opción que Obama tomó.
La presidencia norteamericana está obsesionada con mejorar su imagen internacional y dejar atrás el estilo unilateralista a la hora de defender ideales o intereses. Por una parte no están tan seguros de la superioridad de sus valores. Por otra no se encuentran con fuerzas para mantener más pulsos internacionales. Quieren ser un país “normal”, gobernar con otros y poder volcarse a la trasformación de la sociedad norteamericana. En este marco Obama optó por abandonar a los demócratas hondureños a cambio de ganar imagen entre las sociedades latinoamericanas. Es evidente que eso era hacer el juego a los bolivarianos, pero en Washington se tiende a pensar, como ha señalado Carlos Alberto Montaner, que ese es un problema de los propios latinoamericanos, que un auge de Chávez y cía sólo puede dañar a las sociedades que los amparan, no a Estados Unidos.
La incoherencia de esta política se pone de manifiesto si la comparamos con la crisis colombiana. Estados Unidos ha solicitado y logrado el uso de bases militares en este país para combatir de forma más efectiva el narcotráfico, que es el medio a través del cual se financian las FARC, a su vez aliadas con los bolivarianos ¿Qué sentido tiene defender la democracia colombiana frente a la injerencia de venezolanos y ecuatorianos si luego se deja caer la hondureña? Ninguno. Pero eso no es el problema a ojos de Obama. Honduras es un precio aceptable para mejorar la imagen de Estados Unidos o eso creen.

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