Europa, entre el conflicto geopolítico y el desconocido coste de la paz
Europa necesita una verdadera catarsis moral para edificar un “ejército europeo”, verdadero pilar de la Alianza Atlántica a este lado del Océano


Alguien en la Casa Blanca quiso reeditar la imagen de Vercingetórix ante César después de Alesia. O la de Luisa de Prusia suplicante ante Bonaparte en Tilsit. Pero no había gloria en el supuesto vencedor -hasta ahora, sólo en las elecciones- ni estoica resignación en el supuesto vencido. Lo que vimos desde nuestras casas fue prepotencia en una de las partes y gallardía en la otra; iguales, en un universo wetsfaliano, tan desiguales en el interregno que vivimos. Era eso lo que se quiso escenificar mirando a Moscú, verdadero rival de Washington en este vasto y prolongado conflicto de intereses euroatlántico, desvelar bruscamente su entramado y sacrificar una víctima, por ambas partes detestada, para propiciar el entendimiento.
Ucrania no ha perdido, ni Rusia ganado, una guerra proxy en la que se ha polarizado la rivalidad entre Occidente y Rusia, no ya ideológica como en la Guerra Fría, sino geopolítica, como lo había sido siempre y ha vuelto a ser. Es una guerra proxy o delegada porque, en un conflicto generalizado entre la Alianza Atlántica, dinamizada por la superpotencia americana, y Rusia, poseedora del mayor arsenal nuclear del mundo, lo impensable puede suceder. Una guerra limitada, pero de alta intensidad, en la que Ucrania, defendiendo con bravura su identidad nacional y su libertad, derrama también su sangre por esa Europa a la que desea unirse, a cambio de ser sostenida en su lucha por un Occidente idealista y multilateralista que se ha guardado mucho de implicarse en ella.
A comienzos de esta década, Occidente, complacido en su éxito durante las tres anteriores, venía creyendo que el orden liberal y la globalización eran el mejor antídoto de la guerra. La Alianza Atlántica, desaparecida la URSS tras la Guerra Fría, se había conservado y aun ampliado como testigo del triunfo del orden liberal. Rusia que, por el contrario, veía las cosas en un contexto geopolítico, en 2014 estaba ya preparada para la acción, e intervino en Ucrania durante la Euromaidan mediante una estrategia híbrida. La crisis se zanjó en los Acuerdos de Minsk que respetaron la soberanía y las fronteras de Ucrania, garantizadas por el Memorándum de Budapest de 1994, pero Rusia se quedó con Ucrania y con su base de Sebastopol.
Pretendo así, en primer lugar, atraer la atención de los lectores al hecho, ahora evidente, de que la guerra de Ucrania es la manifestación violenta y limitada de un conflicto mayor entre la comunidad euroatlántica y Rusia. Y, segundo, que fue en el marco de ese conflicto en el Rusia provocó la crisis en diciembre de 2021, exigiendo a Estados Unidos y a la Alianza Atlántica un compromiso de neutralización de Ucrania, crisis que desembocó en la invasión de su vecino eslavo en abierta violación de la Carta de las Naciones Unidas. Quede claro, ante todo, que Rusia fue la agresora, pues una mentira repetida cien veces puede alcanzar visos de verdad. Y que no sólo es Ucrania, sino Europa la que se encuentra ante un riesgo geopolítico objetivo que, complacida en su soft power, no había sabido afrontar.
Ucrania defendió denodadamente su libertad y su soberanía frente a la agresión rusa en 2022, y tuvo éxito. En mayo, debió haberse puesto final a la crisis internacional mediante un compromiso cuando Rusia se encontraba en un momento de debilidad, pero la Administración Biden despreció la oportunidadque representaba el Protocolo de Estambul. La guerra continuó, sin advertir que las sanciones económicas no eran suficientes para derribar a una Rusia resiliente. Luego, las fuerzas ucranianas, privadas del elemento aéreo esencial para la aplicación de la Air Land Battle Doctrine, fracasaron en la maniobra operacional. La subsiguiente guerra de desgaste no puede ser indefinidamente soportada por Ucrania sin un apoyo norteamericano que se le acaba de negar.
Después de tres años de guerra, un nuevo líder de Occidente ha dado una patada a la mesa heredada de la Administración demócrata para jugar una nueva partida con China, y para eso tiene que abandonar las que los Estados Unidos jugaban. En Oriente Medio, Israel ha logrado expulsar de la partida a la banda chiíta. Sólo queda a Donald Trump llenar el vacío de Gaza moviendo a los árabes a concertarse con Israel como buenos hijos de Abraham. En Europa, salir del compromiso con Ucrania -solemnemente adquirido por Estados Unidos como garante en el Memorándum de Budapest de 1994- no es tan sencillo, porque no hay victoria que administrar. Aquí el pequeño David ucraniano sigue luchando contra el Goliat moscovita sin que las piedras de su honda, dosificadas con cicatería por sus sedicentes aliados occidentales, hayan logrado derribarlo.
El Presidente norteamericano, a quien los obstáculos materiales o morales no le arredran, ha querido en un gambito simplificar el tablero sacrificando a Ucrania y a Europa, que estorbaban su deseado diálogo con Rusia para poner fin a la guerra, a la crisis internacional e incluso al conflicto geopolítico subyacente. Para ello, ha mostrado su desdén, a Europa en Múnich, por medio de su Vicepresidente, y a Ucrania en Washington. Luego, en rondas sucesivas de conversaciones en Riad y Estambul, las delegaciones rusa y norteamericana han negociado lo esencial para restaurar sus relaciones mutuas.
La concertación de Estados Unidos con Rusia a espaldas de la valerosa Ucrania y de la orgullosa pero indolente Europa sólo puede contemplarse a este lado del Atlántico como una “traición a los parientes“, una de tantas ingeniosas expresiones de Samuel Hunttington para describir la forma en que una gran potencia puede forzar a sus clientes, en una crisis, a sacrificar sus intereses en aras de un compromiso que ponga fin a la misma. En este caso, Ucrania representa a los ojos de Rusia a una infiel Helena de Troya, entregada políticamente a Occidente por su amor a la libertad. Pero tres años de lucha no pueden zanjarse dejando la víctima a merced del agresor sin que, desde la occidentalizada Polonia, víctima de episodios similares, resuene la autorizada voz de Lech Valessa: “La gratitud se debe a los heroicos soldados ucranianos que derramaron su sangre en defensa de los valores del mundo libre”.
Según el expeditivo estilo de la nueva Administración norteamericana, es decir, a empujones, el Presidente ucraniano ha sido inducido a aceptar un verdadero diktat sobre explotación de minerales y tierras raras que vincula a ambas partes en la solución a la que se llegue. El acuerdo en sí no tendría por qué ser malo, sobre todo estando orientado a la reconstrucción, aunque sea bajo la óptica del beneficio que parece ser el norte del magnate estadounidense. Lo inaceptable son las formas, esenciales en democracia, y tal vez más el desconocido coste de la paz, en los términos de una negociación con Rusia de la que las naciones de Europa y la misma Ucrania han sido excluidas.
Si los negociadores del Kremlin se levantasen de la mesa triunfantes del conflicto geopolítico patente en el órdago de diciembre de 2021, Europa vería agravado ese riesgo existencial que Vance negó en la Conferencia de Múnich de marzo de 2025, puesto que Rusia jamás ha cumplido lo pactado. Entiéndase bien, he dicho Europa, no la Unión Europea, con la que tantas veces se llama a confusión; la realidad parece haberse impuesto cuando los líderes de nuestras decadentes naciones -dicho sea con el mayor sentido de pertenencia- han tenido que ser convocados por el premier del no menos decadente y extracomunitario Reino Unido para tratar de cuestiones tan serias. Carente de soberanía, la Unión Europea no es un actor estratégico.
En nuestros oídos resuena el eco del Santo Papa Wojtyla: “Europa, sé tu misma“. ¡Cuánto tiempo perdido desde que se pronunciaron estas proféticas palabras! Cuanto esfuerzo para edificar una unidad solamente burocrática mientras se sustituían nuestros verdaderos valores por un progresismo hueco… Más allá de esos 800.000 millones de euros prometidos con voluntarismo burocrático por Ursula Von der Leyen, Europa necesita una verdadera catarsis moral para edificar un “ejército europeo”, verdadero pilar de la Alianza Atlántica a este lado del Océano. Su construcción sólo puede ser fruto de la sinergia de las Fuerzas Armadas de las naciones del Viejo Continente que, siendo ellas mismas, inspiren la moral de sus militares en defensa de su identidad y de la adhesión a la libertad legados por nuestra Historia. El valor mostrado por Ucrania en su defensa nos honra y nos concita.
Agustín Rosety Fernández de Castro es General de Brigada (Ret.) del Cuerpo de Infantería de Marina.