El juicio a Tintín, otra boutade progre

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EL JUICIO A TINTÍN O LA ESTUPIDEZ PROGRESISTA

POR RICARDO ANGOSO

No contentos con sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos, que en paz descanse, de exhumar los del ilustre prócer Simón Bólivar en Caracas o de     hacer regresar en loor multitudes al depuesto presidente-bufón de Honduras, Mel Zelaya, el del estúpido sombrero de cowboy que se corría sus juergas en la embajada brasileña y luego dormía a pierna suelta, los progresistas del mundo se aprestan a llevar ante los tribunales al periodista Tintín, nuestro héroe  de las viñetas de la infancia.

Aunque pueda parecer ridículo, estos majaderos y dueños del despropósito, que pretenden también erradicar la Coca Cola, los trajes de Armani y las hamburguesas, porque responden a los vulgares apetitos del “imperio”, han descubierto ahora -más de 80 años después de su publicación-, que el cómic de “Tintín en el Congo” es vulgar, racista, colonialista y, por supuesto, reaccionario. Para esta progresía grotesca, nada se salva, ni siquiera Tintín.

El abogado de la acusación progresista, bien aplaudido por los medios de comunicación progres y los periodistas de la corte roja, es un abogado congoleño de aspecto limpio y rostro casi pazguato, prototipo de liberal de nuestro tiempo y un botarate sin escrúpulos que se aferra a esta causa como Zapatero a la tan malograda “memoria histórica”. Gozar de este minuto de gloria al precio de semejante esperpento parece, cuando menos, un insulto a la inteligencia. La imbecilidad se está extendiendo por el mundo y es preocupante, algo así como el malhumor del presidente Rafael Correa, la vulgaridad de  Hugo Chávez, la ignorancia de Evo Morales, la zafiedad de Raúl Castro, el histrionismo de Zelaya y la simplicidad manifiesta, casi rozando la idiotez congénita, de José Luis Rodríguez Zapatero.

A este paso, y siguiendo las indicaciones de un amigo mío argentino, vamos a tener que volver a releer a Borges y editar una nueva suerte de reaccionarionarismo internacionalista que nos salve de tanta boutade y disparate. Juzgar a Tintín, que es un personaje de cómic creado por Hergé en un contexto y una época determinada, pretende ser una suerte de nuevo juicio contra las potencias colonizadoras que llevaron el desarrollo, la modernización y el progreso a un Africa devastada, atrasada y subdesarrollada, a pesar de las consabidas violaciones de los derechos humanos y los consiguientes daños colaterales, ¿quién lo niega?

PUESTOS A DAR IDEAS: EXTENDAMOS LOS PROCESOS

Y puestos a dar ideas, por qué no enjuiciar a otros ilustres difuntos que no son personajes de ficción, como Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Ezra Pound, Luis Ferdinand Celine, Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Wiliam Shaskespeare, Lezama Lima, Miguel de Cervantes y Rubén Darío, por citar algunos, pues seguramente les encontrarán algo en sus páginas y son, como Tintín, sospechosos de crímenes contrarrevolucionarios. Al menos notorio derechismo, claro, aquí no se libra ni Dios; Zapatero comenzó quitando los crucifijos de las escuelas y acabó legalizando el aborto más radical y los matrimonios de las lesbianas (con perdón). Además, si juzgan a personajes de cómic como Tintín ¿por que no juzgan a muertos? Eso es dar ideas y no lo que hace Zapatero: copiarlas.

Hasta ahora pensábamos que Tintín se vería libre de pecado. Pero no, hijos míos, esta plebe roja que no se detiene ni ante Cristo, dicho sea de paso, ¿cómo iba a ser capaz de dejar libre al estereotipo mundial de periodista reaccionario? Aquí ya no vale con ser neutral, como Hergé, sino que hay tomar partido por la hornada guevarista y castrochavista para no acabar siendo condenado para siempre.

Puede que a este señor pazguato y “moderno” le den la razón los tribunales belgas, cuyos jueces estarán acojonados ante la posibilidad de que les declaren reaccionarios oficiales y sean arrojados A la hoguera de la verdad suprema, pero a Tintín, como a ese señor senil y gaga de La Habana que lleva dando la lata cinco largas décadas, mi querido Hergé, la historia le seguirá absolviendo. Tanta estupidez ya llegó a la cima de la racionalidad y la progresía, que hasta ahora parecía una cosa seria, ya no es más que un largo  culebrón de estupidez paupérrima y contagiosa.

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