Los colombianos están preocupados porque Chávez designó ministro de la Defensa al General Henry Rangel Silva, seguramente el antiguo mejor amigo, en Venezuela, de Timochenko, nuevo comandante supremo de las FARC. Pero, ¿acaso estarían esperando en Bogotá que la reconciliación entre Chávez y Santos, basada en un loable gesto de madurez y pragmatismo, conveniente a los intereses de ambos países, impidiera una decisión que la revista Semana califica de “casi desafiante”?
Seguramente Santos y la cancillera María Angela Holguín, quien le tiene la medida tomada al presidente venezolano (luego de su pasantía por la embajada colombiana en Caracas) no fueron tomados de sorpresa por la designación de alguien que se mostró dispuesto a agregar, en la lista de la quincalla bélica que Chávez le compró a Putin, un delivery de misiles y otros juguetes para las FARC. Una cortesía del Gobierno venezolano para derribar helicópteros y matar soldados colombianos, sin mencionar el préstamo de 300 millones de dólares y las “facilidades” para operar en Venezuela, incluyendo centros de atención para guerrilleros heridos y refugio para jefes como el propio Timochenko, quien se dice está en territorio nacional, amén de participación en el negocio del petróleo.
Al fin y al cabo se trata de una decisión soberana que no sólo repercute en el Palacio de Nariño, sino al interior del país (Rangel aseguró que las FAN están casadas con Chávez y no reconocerían un triunfo de la oposición) y en Washington, donde Rangel aparece en la lista negra del Departamento del Tesoro. Pero ya algunos columnistas de Bogotá comparan a Santos con Chamberlain y a Chávez con Hitler, cuando, en realidad, Chávez hace rato dejó en la estacada a sus antiguos aliados (su apoyo se basaba en descabellada idea de que podían tomar el poder por las armas), consciente de que tienen la guerra perdida y esos nexos lo dañan internacionalmente.
Quizás ignoran que los subalternos del Presidente venezolano se limitan a cumplir órdenes con ciega obediencia a sabiendas de que cualquier gesto de autonomía les puede costar la cabeza. Por eso, si alguna vez Rangel Silva fue el mejor amigo de Timochenko, entre otras razones porque esa era la línea de Comandante en Jefe, ahora éste ha cambiado de posición y la cálida relación entre el guerrillero colombiano y el militar venezolano ha entrado en punto de congelación. De allí que Santos y Holguín no se inquieten en demasía por la desmesura de Chávez a quien, entre otros escenarios, quizás consideren, junto con Rangel Silva (y a pesar de una malhadada experiencia previa), como mediador en unas eventuales negociaciones de armisticios y de paz.
Fuente: El Universal (Venezuela)