HONDURAS: LAS RAZONES DE UNA CRISIS ANUNCIADA
Por Ricardo Angoso
PLANTEAMIENTO FUNDAMENTAL:
El cambio politico acaecido en Honduras, golpe de Estado para los seguidores del depuesto Manuel Zelaya y simple relevo institucional para los representantes del presidente de facto, Roberto Micheletti, demuestra a las claras la debilidad de la democracia hondureña y su crónica tendencia a la inestabilidad. Pero no todo son causas endóngenas, sino que la intromisión externa, concretamente del régimen de Hugo Chávez y sus aliados de la Alternativa Bolivariana para Nuestra América (ALBA), precipitaron los acontecimientos de una forma dramática y nos han llevado al actual punto muerto. ¿Serán las próximas elecciones, convocadas para el 29 de noviembre por las actuales autoridades no reconocidas internacionalmente, la salida correcta a la crisis?
INTRODUCCIÓN
Las recientes “turbulencias” vividas en las últimas semanas en Honduras, que llegaron a su climax tras la intervención del ejército destituyendo al ex presidente Manuel Zelaya, apodado Mel por sus seguidores, el pasado 28 de junio, muestra a la claras el fracaso de un sistema que no fue capaz por la vía institucional de gestionar la gravísima crisis política que padecía el país desde hacia meses. También se percibe claramente la incapacidad de la clase política de esta nación centroamericana por resolver sus diferencias en las instituciones representativas y por la vía del diálogo, al tiempo que pervive la inercia de un pasado en donde la utilización de la fuerza fue un elemento capital junto con otros elementos exógenos que conviene analizar en profundidad para entender las claves de este complejo y abigarrado “paisaje”.
Luego están otros factores, que tienen más que ver con la psicología política que con la ciencia de este mismo apellido, como la irresponsabilidad de Mel por continuar su huida hacia adelante –y nunca major dicho- en aras de perpetuarse en el poder al margen de la legalidad política y constitucional y el desprecio hacia las formas democráticas esgrimido por sus partidarios antes y después del siempre anunciado golpe de Estado. Sin tener una vision general de lo acaecido en este pequeño y depauperado país antes del 28 de junio, será muy difícil comprender los acontecimientos que se suceden en cascada desde esa jornada histórica y los previsibles escenarios hacia donde puede evolucionar el “sainete” hondureño.
LAS RAZONES DE LA SINRAZÓN ZELAYISTA
En primer lugar, mucho antes de la intervención del ejército, durante el pasado mes de junio, Zelaya fe desautorizado por el parlamento, el poder judicial y la máxima instancia electoral hondureña. El origen de esta serie de desautorizaciones provino de su errática decisión de plantear una consulta sobre su reelección, que iba claramente en contra de la Constitución hondureña, y que seguía la misma deriva autoritaria que los procesos reeleccionistas de Ecuador, Nicaragua y Venezuela, sus principales apoyos en su aventurada deriva interior y exterior.
La Constitución de Honduras no deja lugar a la duda y pone fuera de la Ley a aquel presidente que pretenda reelegirse, tal como intentaba Zelaya. “No podrán reformarse, en ningún caso,el artículo anterior –se refiere al 373, sobre la reforma constitucional-, los artículos constitucionales que se refieren a la forma de gobierno, el territorio nacional, al período presidencial, a la prohibición para ser nuevamente Presidente de la República, el ciudadano que lo haya desempeñado bajo cualquier título y el referente a quienes no pueden ser Presidente de la República por el período subsiguiente”, reza el artículo 374 de la Constitución de la República de Honduras, en un texto que no se presta a las especulaciones banales.
Incluso la Conferencia Episcopal, en un comunicado emitido el 3 de Julio de este año tras los acontecimientos del 28 de junio, aseguraba que “Conforme a lo contemplado en el Artículo 239 de la Constitución de la República “Quien proponga la reforma” de este Artículo, “cesa de inmediato en el desempeño de su cargo y queda inhabilitado por diez años para el ejercicio de toda función pública”. Por lo tanto, la persona requerida, cuando fue capturado, ya no se desempeñaba como Presidente de la República”, refiriéndose claramente al ex presidente Zelaya.
La denominada “cuarta urna”, que es como se denominaba a la reelección de Zelaya, sembró la discordia civil, el enfrentamiento entre los distintos poderes civiles, la desunión en las filas liberales, que hasta ese momento habían sido su principal sustento, y la polarización del país en dos bloques que al día de hoy se han tornado en antagónicos. La consulta para la reelección abrió la Caja de Pandora de los enfrentamientos, conflictos y rencillas que desembocaron en el proceso iniciado el 28 de junio.
Sin embargo, el conflicto entre el entorno de Zelaya, entre los que destacaba con luz propia y especial protagonismo su ex canciller Patricia Rodas, estaba servido desde los primeros días. Venía de lejos y el mes de junio fue tan sólo el catalizador de un sinfín de tensiones y desencuentros. Conviene recordar que Rodas, la todopoderosa presidenta del Partido Liberal hondureño y bien conocida en los círculos izquierdistas de su país por sus simpatías con la revolución cubana y los sandinistas, ha tenido una influencia decisiva en la evolución política de Zelaya. Con vínculos familiares con Nicaragua y asidua visitante de este país desde hace años, donde solía asistir frecuentemente al aniversario que marcaba el final de la dinastía Somoza, Rodas al parecer habría convencido a Zelaya, en una fecha tan reciente como julio de 2007, para que asistiera a este evento. Craso error en un continente donde los símbolos y gestos tienen tanto o más valor que los hechos en sí mismos.
No olvidemos que Honduras es uno de los países más conservadores de Centroamérica y, quizá, el principal baluarte católico de la región. País muy vinculado a la estrategia norteamericana durante los tiempos de la “doctrina de seguridad nacional”, en que se debía de luchar desde dentro para acabar con el “enemigo comunista”, Honduras acabó convirtiéndose en el “portaviones” desde donde se gestó la “contra” destinada a acabar con la revolución sandinista en los ochenta y posee uno de los ejércitos más influenciado y formado, vía la fenecida Escuela de las Américas, por el ejército norteamericano. Los cambios, en esta zona del mundo marcada por la tradición y el conservadurismo, tienen que hacerse de una forma pausada y moderada, es decir, la sociedad hondureña no fue muy receptiva a los radicalismos y a los excesos que exhibía Zelaya.
Unos meses más tarde de su baño de multitudes sandinista, en donde los líderes de Honduras, Nicaragua, Panamá y Venezuela, animados por la mismísima Rodas y la esposa de Daniel Ortega, Rosario Murillo, llegaron a cantar “El pueblo unido jamás será vencido”, el presidente Zelaya llegó a defender públicamente la inclusión de Honduras en la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), objetivo que más tarde concluiría exitosamente. Paradójicamente, el ahora presidente de Honduras, Roberto Micheletti, votó a favor de la inclusión de Honduras en el ALBA.
Pero sigamos con el relato de los hechos que ahora nos ocupan. Entre el año 2007 y el 2008 se suceden los contactos e intercambios políticos y comerciales con la Nicaragua sandinista y con la Venezuela de Chávez, la izquierdización de la política exterior hondureña es clara, mientras comienza a crecer la preocupación en las filas del empresariado de este pequeño país, de donde procede Zelaya, en la Iglesia católica –un baluarte ultraconservador en uno de los países más religiosos del continente, como ya se ha dicho antes- y en el ejército, seguramente el más ligado de toda América Central con los Estados Unidos y con mejores relaciones con todas las administraciones norteamericanas de todos los signos. Hasta Ronald Reagan lo ensalzó en los tiempos de su peculiar “cruzada” contra el comunismo.
En enero de este año, Zelaya comienza a concretar y consolidar su acción exterior en esta dirección izquierdizante. Nombra, de una forma sorprendente y causando un gran revuelo –hasta los periodistas presentes en la rueda de prensa en la que se anuncia su nombramiento abuchean al máximo líder y le muestran su disconformidad con tal medida-, a la ya citada Rodas como nueva canciller de Honduras. Así comienza la súbita transformación de Zelaya y el influjo del hechizo de la nueva cancillera. También un cambio radical, que preocupa a todos en el exterior, pero sobre todo a los Estados Unidos y sus aliados en la zona, en su rumbo en la política internacional.
Una vez consolidado su poder, en enero de 2009, Rodas comienza sus contactos con Teherán, siguiendo los pasos de Chávez, intensifica las relaciones con Cuba, apoyando amplios programas de cooperación bilateral, y mantiene un alto nivel de interlocución y diálogo con Bolivia y Ecuador –dos de los principales aliados continentales del régimen de Caracas-. El antecesor en el cargo a Rodas, Milton Jiménez, conocido también por sus ideas izquierdistas y su cercanía a Zelaya, se vio superado por la izquierda.
La comunidad judía hondureña, por ejemplo, puso el grito en el cielo cuando la cancillera anuncia su intención de establecer relaciones diplomáticas con Irán, antesala segura, tal como ha pasado en Venezuela, de un enfriamiento en las relaciones de este país centroamericano con Israel y un auge del antisemitismo. La retórica antisemita, rayana a las tesis del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, es uno de los ejes centrales del discurso del presidente Chávez en política exterior; atacan a Israel y, de paso, al mundo judío.
Pero la influencia de estos países en la vida política hondureña también comienza a notarse en el interior. Siguiendo los pasos de sus nuevos aliados, Zelaya, ya transformado en el Mel más populista y caudillista de su mandato, anuncia también su intención de reelegirse por otro período, contraviniendo la Constitución y el ordenamiento jurídico hondureño, y su deseo de celebrar una consulta –al estilo de la realizada por Chávez en Venezuela- para legitimar un proceso que a todas luces resultaba ilegal, tal como ya se ha expuesto en otra parte de este escrito. La preocupación en la sociedad hondureña llegó al paroxismo cuando se anunció dicha consulta para el pasado 28 de junio.
CRÓNICA DE UNA “COLISIÓN” INSTITUCIONAL ANUNCIADA
La bipolarización del país estaba servida y los sectores más moderados de la sociedad hondureña, donde la figuras de Roda sembraba la desconfianza, creyeron ver en la mano de la cancillera las erróneas decisiones que tomaba el máximo líder, cada vez más cerca del chavismo que de los ideales liberales con los que se aupó al poder por la vía democrática. Rodas, que había recibido duras críticas durante su mandato como presidenta del Partido Liberal, sobre todo por sus ideas izquierdistas, había conseguido en muy poco tiempo sembrar la división en su formación política, dejarla al margen de las grandes decisiones que tomaba Zelaya, que cada vez iba más por libre, y sembrar el caos y el desorden en el proceso de renovación de cargos tras su salida por su nombramiento como canciller de Honduras. Por cierto, que en dicho proceso fue elegido presidente del Partido Liberal su sempiterno enemigo y actual presidente de facto de Honduras, Roberto Micheletti. El proceso de elección, claro está, se celebró de una forma libre y democrática.
Las espadas entre Rodas y Micheletti estaban en alto desde el pasado mes de abril y la crisis en el seno de los liberales hacía presagiar futuros y seguros enfrentamientos entre ambos con consecuencias para todo el país. Mientras la crisis se revelaba en toda su dimensión sobre este telón de fondo, Zelaya seguía con sus preparativos para llevar adelante su dichosa consulta. La supuesta mansedumbre que mostraba Zelaya ante Rodas, según testigos presenciales que les han visto “actuar” juntos, no era digna de crédito. Ante este afán de Zelaya y sus partidarios por seguir en el poder a cualquier precio, las instituciones hondureñas respondieron duramente en su contra, argumentando que la reelección del presidente va en detrimento del orden constitucional y socava los principios jurídicos sobre los que se asienta el endeble Estado de Derecho hondureño. Zelaya se estaba quedando aislado en la sociedad y parecía desconocerlo.
Paralelamente a sus maniobras para continuar con la consulta puesta en entredicho, el Tribunal Supremo Electoral, la Corte Suprema de Justicia, la Fiscalía General y el Congreso de la República declararon ilegal la misma. Asimismo, y en una vuelta más de tuerca, el Congreso aprobó una Ley el 23 de junio donde se rechazaba la celebración del referéndum. Rodas, mientras tanto, callaba, pues sabía de su impopularidad y de la encrucijada a la que había llevado a su presidente.
Luego los acontecimientos se suceden en cascada y precipitan, de una forma irreversible, las fatales consecuencias que tienen para Honduras unas decisiones erróneas y una percepción de su propia realidad social cuando menos fallida. Zelaya, en un arrebato autoritario, destituye al jefe de las Fuerzas Armadas, el general Romeo Vásquez Velásquez. El “”pecado” de Vázquez fue haberse negado a obedecer acciones ilegales y prestarse al juego presidencial que ya estaba fuera de Ley.
Zelaya pretendía que las Fuerzas Armadas llevasen a cabo el trabajo logístico relacionado con la consulta y que incluso tomasen partido a su favor, en una peligrosa acción que amenazaba con provocar seguras consecuencias, tal como ocurrió ulteriormente. ¿No es acaso un golpe de Estado utilizar al ejército para llevar a cabo una acción ilegal e inconstitucional por parte de un ejecutivo desautorizado?Y la Corte Suprema vota en contra de tal destitución que tan sólo responde a los caprichosos deseos de su presidente y que actúa siguiendo fórmulas del pasado ya en desuso en un Estado plenamente democrático.
Mientras, Zelaya, en plena huida hacia delante y siguiendo el llamado del hechizo que le domina desde principios de este año, descalifica a todas las instituciones hondureñas, desde el legislativo al poder judicial, pasando por el ejército, la Iglesia y la propia formación que le había dado todo en su carrera política, denominando a todos ellas como parte de lo peor de la “oligarquía” hondureña y de estar al servicio de los más oscuros intereses de la derecha centroamericana.
El conflicto entre las partes tan sólo podía desembocar en una segura colisión entre los poderes constitucionales hondureños y el ex presidente que traicionó el mandato que el pueblo y su partido le habían entregado hace apenas tres años. De nada sirvieron las serias advertencias que en las primeras semanas de junio le habían lanzado las Fuerzas Armadas hondureñas, el legislativo, la Iglesia católica, algunos dirigentes de su antiguo partido e incluso algunas figuras de la escena internacional, como el enviado norteamericano John Dimitri Negroponte o el Subsecretario para América Latina del Departamento de Estado norteamericano, Thomas Shannon, quien también pidió al depuesto mandatario que no siguiera adelante con sus planes suicidas.
Zelaya estaba jugando con fuego y lo sabía, tan sólo debía de desconvocar la consulta ilegal y pactar una salida consensuada a la grave crisis institucional que padecía el país. Simplemente, una salida democrática y dialogada con todos los actores políticos; así se hubieran evitado males mayores. Incluso un medio conocido por sus ideas zelayistas, como Le Monde Diplomatique, reconocía en una de sus últimas ediciones que Zelaya tuvo todo lujo de detalles en los días previos a la intervención del ejército, encuentro con Negroponte por medio, de que su afrenta sólo podia acabar de la forma en que acabó.
Pero, en lugar de cesar en su titánica obra en contra del orden legal, quizá jaleado y animado por sus socios de la ALBA, entre los que destacan los dirigentes Hugo Chávez, Fidel Castro y Daniel Ortega, Zelaya decidió seguir su camino y dar la batalla, es decir, apostar por la celebración de la consulta ya desautorizada por todos los poderes institucionales y convocar a todas sus fuerzas para llevar a cabo la misma. Zelaya se mostraba impertérrito en su absurdo proceso de deslegitimación política que tan sólo podia terminar tan absurdamente, y valga la redundancia, como ha concluido.
CONTINUIDAD CONSTITUCIONAL EN UNA SITUACIÓN DE CRISIS
Así las cosas, y con la tensión en aumento en la calle, el 28 de junio las Fuerzas Armadas, de acuerdo con el resto de las instituciones del Estado, decidieron actuar y poner fin a la crisis institucional. Puede que la estética política con respecto a la acción, así como la forma en que se procedió después, expulsando a Zelaya, sea discutible, pero no cabe la menor duda de que el golpe de Estado no fue más que una acción técnica destinada a contribuir a la apertura de un proceso de normalización política y constitucional. Se puede discutir acerca las formas, obvio, pero el diagnóstico no era errado: el país estaba paralizado institucionalmente y al borde del enfrentamiento civil. Tampoco descartemos la posibilidad de un golpe de timón al estilo de los que Chávez acostumbra. Se consumó una dolorosa pero necesaria acción que redundaría en el beneficio general y evitaría el derramamiento de sangre. Una acción tipícamente hondureña, si examinanos la larga historia de este país en intervenciones militares, pero no fuera del orden constitucional.
Es cierto que no ha habido una transición pacífica y tranquila, que el cambio no se ha llevado de una forma dialogada, pero no es menos cierto que la continuidad institucional se ha garantizado y que todos los poderes, legislativo, judicial y ejecutivo, han continuado funcionando sin interrupción. Los militares no participaron en la acción del día 28 de junio para hacerse con el poder, sino para contribuir a la normalización política de Honduras. Desde luego que, se diga lo que se diga desde los mentideros zelayistas, los militares no dieron el golpe para quedarse en el poder, sino para cambiar la acción del Gobierno.
Pese a las acusaciones de la Organización de Estados Americanos (OEA), las Naciones Unidas, la Unión Europea (UE) –condicionada por la política exterior española- y los Estados Unidos, en el sentido de que se había transgredido el orden constitucional, el “edificio” jurídico del Estado de Derecho hondureño ha salido indemne de la reciente crisis. Fue el legislativo, de la mano del actual presidente del país, Roberto Micheletti, el que aprobó la suspensión de Zelaya y el nombramiento del actual máximo mandatario. ¿No reside, acaso, la soberanía nacional de los países en los parlamentos?
Manipulada por los aliados izquierdistas de Hugo Chávez en la región, la comunidad internacional no analizó los antecedentes de la crisis ni tuvo en cuenta el profundo colapso institucional que vivía en el país, al borde de la confrontación civil entre los partidarios del ex presidente Zelaya y los que defendían el Estado de Derecho. El verdadero golpe de Estado, técnicamente hablando, fue el ejecutado por Zelaya al romper con las instituciones democráticas, traicionar el compromiso adquirido ante su electorado y su propio partido, el liberal, y descartar el consenso de su agenda política para desbloquear una situación que tan sólo podía acabar como ha concluido. Además, había preparado para el día 29 de junio la escena final del golpe maestro: la disolución del parlamento hodureño y el vacío legal que permitiría todo tipo de tropelías y desmanes. El telón estaba cayendo, Honduras se encaminaba, quizá, hacia una dictadura sin apenas intuirlo.
HONDURAS, PRIMER GRAN FRACASO ESTRATÉGICO DE CHÁVEZ
Aparte de estas consideraciones en clave interna hondureña, la intromision externa de los países de la ALBA en los asuntos de Honduras no ha cesado desde la deposición de Zelaya. Apoyo de los diplomáticos cubanos, nicaragüenses y venezolanos a los partidarios del presidente saliente en suelo hondureño, contraviniendo todas las normas del derecho internacional; cobertura a bandas armadas de simpatizantes de Zelaya en la frontera nicaragüense; hostigamiento politico, mediatico y diplomatico en todos los foros a las nuevas autoridades hondureñas; expulsión de los embajadores no zelayistas en Argentina, Chile, España, Méixco y otros países; imposición de un bloqueo económico y comercial a Honduras utilizando todos los medios y, finalmente, boicoteo permanente a toda forma de diálogo y reencuentro entre los dos bloques enfrentados en la crisis, concretamente “torpedeando” el Plan Arias, han sido, a modo de rosario resumido, las medidas casi “bélicas” tomadas por Chávez y sus partidarios contra la Honduras que trata de resituarse en la escena internacional tras la larga crisis vivida. Zelaya, que al día hoy se sigue considerando Presidente de Honduras y como tal es reconocido por la comunidad internacional, ha perdido todo su crédito politico, al margen de cual sea el desenlace del contencioso hondureño.
Y es que el primer gran error en la percepción occidental a la hora de analizar los acontecimientos que se han sucedido desde hace unos meses en Honduras es descontextualizarlos de la realidad actual en América Latina. Estamos viviendo un enfrentamiento, en clave geopolítica, entre dos bloques con claras diferencias políticas e ideológicas. A este respecto, hay que reseñar que el continente vive desde hace diez años inmerso en una lucha a muerte entre los que defienden los modelos democráticos de corte occidental para sus países o los que abogan por una suerte de caudillismo populista de ribetes autoritarios y con una clara apuesta, en lo económico, por la cubanización de sus maltrechas economías. Es lo que Chávez denomina el “socialismo del siglo XXI”, que hasta el día de hoy, que se conozca, no ha dado más resultados concretos que un Estado venezolano infuncional minado por la corrupción, el nepotismo y el despilfarro de los fondos procedentes de la bonanza petrolera, y que en otros Estados del continente –Bolivia, Ecuador y Nicaragua- se “ensaya” con resultados parecidos. Fórmulas caducas y fracasadas, junto a la emergencia de un autoritarismo de nuevo cuño, son las principales características de este sistema político. Luego está la calidad de la democracia, que se pretende descafeinar y vaciar de contenidos reales en aras de la perpetuación de unas élites que utilizan el sistema como un medio para seguir en el poder y no como un fin en sí mismo; pretenden la legitimación democrática de cara al exterior pero desconfían de los mecanismos mismos del sistema en el interior de sus países.
En cierta medida, el modelo político inspirado por Hugo Chávez recuerda mucho, al menos en las formas, al régimen nazi, que también utilizó los medios democráticos para llegar al poder y una vez conseguido el mismo subvirtió el orden vigente y clausuró todas las instituciones democráticas, comenzando el largo camino hacia la tiranía. Verdades que molestan en Occidente en aras de preservar nuestros pingües negocios e intereses en esta zona del mundo. El fin justifica todos los medios.
La intromisión de Chávez en la vida política de otros países es un rasgo característico del proyecto hegemónico y totalitario que encarna el ex militar venezolano. Ex golpista y autoritario, Chávez apoyó, en su momento, al contrincante izquierdista y populista de Allan García en Perú, Ollanta Humala; simpatiza, sin ocultarlo, con la organización terrorista colombiana FARC (homenajeada sin rubor y ensalzada por los partidarios del sátrapa de Caracas en las calles venezolanas); apoya a las organizaciones más izquierdistas de todo el continente y ha tejido, con la ayuda de Ecuador, la infuncional e increíble alianza denominada ALBA, una suerte de Pacto de Varsovia bis que trata de aglutinar a las nuevas potencias izquierdistas de la región. Incluso, en fechas recientes y a través de su programa televisivo Aló Presidente, siguió considerando a las FARC casi como una heroica y valiente fuerza guerrillera que lucha contra un ejército (el colombiano) tildado de criminal por el dictador de Caracas. ¿Se puede caer más bajo?
Honduras era parte del proyecto político estratégico de Chávez. Había intereses políticos y económicos en juego para adueñarse de este pequeño país centroamericano. Seguramente, si las acusaciones se concretan, era la base para la introducción del narcotráfico en los Estados Unidos y Europa sin tener que sacralizar negativamente la imagen de otros países. Una vez consolidado el poder de Zelaya, pensaba el sátrapa venezolano, la cubanización del país, al estilo de lo que había pasado en Bolivia, Ecuador, Nicaragua y la misma Venezuela, estaría servida. Sin embargo, el dictador venezolano, que se cree con derecho a entrometerse sin limites en la vida política de todos los países sin ningún sonrojo, esta vez se vio superado por los acontecimientos y la reacción hondureña, desde luego, no estaba contemplada en el guión, en vista de la violenta respuesta de Caracas.
UNA SALIDA DEMOCRÁTICA SIN INTROMISIONES EXTERNAS
En estas circunstancias, y cuando el Plan Arias parece ya definitivamente “aparcado”, toda vez que ha sido desautorizado por una de las partes (Chávez y sus aliados), que consideran al máximo líder centroamericano como una “marioneta” de los Estados Unidos, la única alternativa realista a la actual coyuntura es la celebración urgente de unas elecciones libres y democráticas, tal como han hecho las nuevas autoridades para el 29 de noviembre en busca de una legitimidad democrática que hasta ahora la comunidad internacional les ha negado.
Chávez desautorizó el denominado Plan Arias porque otorgaba al ex presidente hondureño un papel acorde a la situación y legal, aunque provisorio, tal como aseguraba el profesor Fernando Mires, al que cito textualmente: “El rol que asigna (el acuerdo que auspiciaba el presidente costarricense) a Zelaya es el que corresponde a un presidente democrático, pero ese no era el rol que soñaban Chávez y Zelaya. Bajo las condiciones sugeridas por Arias, Zelaya habría retornado al gobierno por algunos meses a cumplir un rol administrativo que no habría sido otro que organizar las elecciones para el futuro gobierno del cual él no iba a formar parte. Cualquier politico avezado lo habría aceptado de inmediato. Zelaya habría quedado así situado en una excelente posición política para después convertirse en el principal líder de oposición al futuro gobierno, cualquiera que hubiera sido”. Pero el plan, que era genuinamente democrático y sustentado sobre firmes premisas políticas y morales, no estaba hecho a la cintura de Chávez, que pretendía asentar y consolidar el verdadero golpe de Estado: el perpetrado por Zelaya contra las instituciones democráticas hondureñas en las difíciles semanas que precedieron al fatídico 28 de junio.
Finalmente, vayamos con el asunto de la legitimidad democrática del actual ejecutivo hondureño. Decir que el actual gobierno hondureño no tiene legitimidad para organizar y celebrar las mismas es una incongruencia política, pues desautorizaría la naturaleza y la validez de todas las Transiciones a la democracia en Europa occidental y oriental y en la misma América Latina, donde fueron los regímenes autoritarios los que organizaron los comicios que propiciaron y permitieron el cambio político y la posterior consolidación de las incipientes (y nuevas) democracias. Si esa aseveración tuviera validez y se considerase dogma de fe, la de que no carece de legitimidad el actual gobierno de Tegucigalpa, las Transiciones democráticas de España, Portugal y Grecia, por poner tan sólo tres ejemplos cercanos, nunca hubieran concluido con éxito.
Como dice el analista y ex canciller mexicano Jorge Castañeda, al que cito textualmente, “todo ello conduce a un callejón sin salida, o a una posible trampa montada por Chávez y el ALBA en la que parecen haber caído ya España, Argentina, México y otros.(…)Nadie con un mínimo conocimiento de la historia de los últimos 30 años puede argumentar la ilegitimidad por una razón: por definición, el proceso fundacional de un régimen democrático que sustituye a uno autoritario proviene de elecciones organizadas por una dictadura o su equivalente, con mayores o menores niveles de negociación, supervisión internacional o unilateralidad del régimen saliente. En Chile, en 1988, Pinochet impuso el referéndum con sus propias condiciones; en España, en 1977, el rey Juan Carlos logró una importante negociación previa; y en varios de los países del este europeo las elecciones las realizaron los regímenes autoritarios salientes, cuyo mejor ejemplo fue el de Jaruzelski en Polonia. En 1994, en Sudáfrica, fue el régimen del apartheid el que administró el proceso electoral en el que triunfó Mandela. No hay otra manera de hacerlo cuando se trata de una transición pacífica a la democracia. Por ello la tesis de ilegitimidad carece de sentido”.
Desde luego, y como en todos los procesos politicos, tiene que haber algunas limitaciones, pues la presencia de la denominada “cuarta urna” en las elecciones impediría el normal juego entre los diversos actores politicos y porque sería fuente generadora de conflictos y “turbulencias” en la campaña. También sería illegal, pues Zelaya ha sido destituido y su sucesor ya habrá sido elegido –el 29 de noviembre, es decir, el último domingo del mes de noviembre, como ocurre cada cuatro años-. El sistema politico hondureño no prevé la reelección, está fuera de la Ley, máxime viniendo de quien no ha sido más que una fuente permanente de problemas y contenciosos en la vida de este antaño tranquilo país. Quizá un “cordón sanitario” que aisle a los dos polos ahora enfrentados sería una parte sustancial del final de este largo “culebrón” centroamericano.
En definitiva, los hondureños tienen que tener la última palabra en un proceso limpio, transparente y competitivo sin intromisiones externas y sin llamamientos al enfrentamiento entre las partes, tal como los que realiza Zelaya de una forma irresponsable en estos días de caos y confusión. Luego se necesita la cooperación de la comunidad internacional, especialmente de la Unión Europea (UE) y los Estados Unidos, para llevar a cabo un proceso que necesitará de tiempo, buenhacer politico y diplomatico y prudencia por las partes en liza; de lo contrario, no descartemos que la violencia sea la continuación del diálogo por otros medios. La OEA, dado el control casi absoluto que ejerce actualmente Chávez sobre la misma al controlar la mayoría relativa, ya no tiene legitimidad para liderar la solución de la crisis hodureña. Ni tampoco su parcial secretario general, el inefable José Miguel Insulza, puede aportar nada nuevo más que las consabidas recetas chavistas para salir del atolladero.
Hay que dejar que sean las urnas las que arrojen la definitiva resolución de la crisis y esta tiene que ser en clave democrática. De lo contrario, de persistir la actual escalada, cada día más atizada por los socios de Zelaya en el ALBA, tan sólo sacará ventaja aquel que ha hecho de la expansion de su proyecto populista y dictatorial, despreciando todas las formas democráticas y desdeñando el diálogo, su brújula y su camino hacia el poder absoluto sin posibilidad alguna para la disidencia. La historia demuestra que la desunión de los demócratas es el camino más rápido para la ascensión de los de los regímenes totalitarios más abyectos y brutales. Es el momento de parar a Chávez, y quizá Honduras, parafraseando a Winston Churchill, no es es el final, no es siquiera el principio del final, puede ser, más bien, el final del principio.
Ricardo Angoso es periodista, politólogo y analista internacional. También es Coordinador General de Diálogo Europeo (www.dialogoeuropeo.com) y vive, desde hace años, a caballo entre Bogotá y Madrid.