HONDURAS, REGRESO A LA NORMALIDAD DEMOCRÁTICA TRAS EL FINAL DE UNA LARGA CRISIS
HISTORIA DEL MÁS GRAVE CONTENCIOSO CONSTITUCIONAL EN ESTE PAÍS CENTROAMERICANO
POR RICARDO ANGOSO
Pero el grupo zelayista se deshará pronto y todos acabarán por reconocer al gobierno de Tegucigalpa. Micheletti, astuto y cazurro, ha podido con todos.
Miguel Angel Bastenier
INTRODUCCIÓN
El cambio politico acaecido en Honduras, golpe de Estado para los seguidores del depuesto Manuel Zelaya y simple relevo institucional para los representantes del presidente de facto, Roberto Micheletti, demuestra a las claras la debilidad de la democracia hondureña y su crónica tendencia a la inestabilidad, todo ello dentro del convulso contexto político latinoamericano donde hay un intenso debate, a veces violento, como se ha revelado en este país centroamericano, entre los defensores del modelo democrático liberal de corte occidental y aquellos que propugnan regímenes de carácter populista, caudillista y neosocialista al estilo castrista.
Entonces, para explicar algunos procesos como el hondureño y las causas que provocan las crisis nos encontramos que no todo son causas endógenas, sino que la intromisión externa, concretamente del régimen de Hugo Chávez y sus aliados de la Alternativa Bolivariana para Nuestra América(ALBA), precipitaron los acontecimientos de una forma dramática y nos han llevado a la actual situación.
Sin embargo, las elecciones del pasado 29 de noviembre, convocadas mucho antes de la deposición de Zelaya y consideradas en su momento como ejemplares por la Organización de Estados Americanos (OEA), han ofrecido una ocasión de oro para resolver la crisis, tras la elección del nuevo presidente, Pepe Lobo. Luego la “cascada” de reconocimientos internacionales, liderada por los Estados Unidos, anuncia, a bombo y platillo, el final del “largo invierno” a que había sido condenada Honduras por la llamada comunidad internacional. Tan sólo el ALBA y los excepcionales casos de España y Brasil continúan sin reconocer la nueva realidad sobre el terreno en Honduras y siguen reconociendo como “legítimo” al ya casi fenecido “ejecutivo” de Mel Zelaya.
LOS ORÍGENES DE UNA CRISIS ANUNCIADA
Las recientes “turbulencias” vividas en las últimos meses en Honduras, que llegaron a su climax tras la intervención del ejército destituyendo al ex presidente Manuel Zelaya, apodado Mel por sus seguidores, el pasado 28 de junio, muestra a la claras el fracaso de un sistema que no fue capaz por la vía institucional de gestionar la gravísima crisis política que padecía el país desde hacia meses. También se percibe claramente la incapacidad de la clase política de esta nación centroamericana por resolver sus diferencias en las instituciones representativas y por la vía del diálogo, al tiempo que pervive la inercia de un pasado en donde la utilización de la fuerza fue un elemento capital junto con otros elementos exógenos que conviene analizar en profundidad para entender las claves de este complejo y abigarrado “paisaje”.
Luego están otros factores, que tienen más que ver con la psicología política que con la ciencia de este mismo apellido, como la irresponsabilidad de Mel por continuar su huida hacia adelante –y nunca major dicho- en aras de perpetuarse en el poder al margen de la legalidad política y constitucional y el desprecio hacia las formas democráticas esgrimido por sus partidarios antes y después del siempre anunciado golpe de Estado. Sin tener una vision general de lo acaecido en este pequeño y depauperado país antes del 28 de junio, será muy difícil comprender los acontecimientos que se suceden en cascada desde esa jornada histórica y los previsibles escenarios hacia donde puede evolucionar el “sainete” hondureño.
LAS RAZONES DE LA SINRAZÓN ZELAYISTA
En primer lugar, mucho antes de la intervención del ejército, durante el pasado mes de junio, Zelaya fe desautorizado por el parlamento, el poder judicial y la máxima instancia electoral hondureña. El origen de esta serie de desautorizaciones provino de su errática decisión de plantear una consulta sobre su reelección, que iba claramente en contra de la Constitución hondureña, y que seguía la misma deriva autoritaria que los procesos reeleccionistas de Ecuador, Nicaragua y Venezuela, sus principales apoyos en su aventurada deriva interior y exterior.
Como señalaba en un artículo brillante el analista político Alvaro Vargas Llosa, desde que anuncio su consulta Zelaya el nuevo caudillo recién reconvertido al chavismo se fue quedando solo:”En los meses siguientes (a la convocatoria de la consulta), todos los organismos jurisdiccionales del país –el Tribunal Supremo Electoral, la Corte Suprema, la Fiscalía, el ombudsman de los derechos humanos- declararon que el referendo era inconstitucional(…). El Congreso, el Partido Liberal de Zelaya y una mayoría de hondureños (en sucesivas encuestas y a veces en las calles) expresaron su horror ante la posibilidad de que el Presidente se perpetuase en el poder y pusiese a Honduras en manos de Chávez. Desafiando las disposiciones judiciales, Zelaya persistió. Rodeado de una turba, irrumpió en las instalaciones militares donde se conservaban las boletas electorales y ordenó su distribución. Los tribunales declararon que Zelaya se había puesto al margen de la ley y el Congreso inició un juicio político para destituirlo”.
La Constitución de Honduras no deja lugar a la duda y pone fuera de la Ley a aquel presidente que pretenda reelegirse, tal como intentaba Zelaya. “No podrán reformarse, en ningún caso, el artículo anterior –se refiere al 373, sobre la reforma constitucional-, los artículos constitucionales que se refieren a la forma de gobierno, el territorio nacional, al período presidencial, a la prohibición para ser nuevamente Presidente de la República, el ciudadano que lo haya desempeñado bajo cualquier título y el referente a quienes no pueden ser Presidente de la República por el período subsiguiente”, reza el artículo 374 de la Constitución de la República de Honduras, en un texto que no se presta a las especulaciones banales.
Incluso la Conferencia Episcopal, en un comunicado emitido el 3 de Julio de este año tras los acontecimientos del 28 de junio, aseguraba que “Conforme a lo contemplado en el Artículo 239 de la Constitución de la República “Quien proponga la reforma” de este Artículo, “cesa de inmediato en el desempeño de su cargo y queda inhabilitado por diez años para el ejercicio de toda función pública”. Por lo tanto, la persona requerida, cuando fue capturado, ya no se desempeñaba como Presidente de la República”, refiriéndose claramente al ex presidente Zelaya.
La denominada “cuarta urna”, que es como se denominaba a la reelección de Zelaya, sembró la discordia civil, el enfrentamiento entre los distintos poderes civiles, la desunión en las filas liberales, que hasta ese momento habían sido su principal sustento, y la polarización del país en dos bloques que al día de hoy se han tornado en antagónicos, aunque los partidarios del depuesto Zelaya, tal como se vio en las elecciones de noviembre, cada vez son menos y gozan de escaso predicamento en la comunidad internacional. La consulta para la reelección abrió la Caja de Pandora de los enfrentamientos, conflictos y rencillas que desembocaron en el proceso iniciado el 28 de junio y los acontecimientos ulteriores.
Sin embargo, el conflicto entre el entorno de Zelaya, entre los que destacaba con luz propia y especial protagonismo su ex canciller Patricia Rodas, estaba servido desde los primeros días. Venía de lejos y el mes de junio fue tan sólo el catalizador de un sinfín de tensiones y desencuentros.Conviene recordar que Rodas, la todopoderosa presidenta del Partido Liberal hondureño y bien conocida en los círculos izquierdistas de su país por sus simpatías con la revolución cubana y los sandinistas, ha tenido una influencia decisiva en la evolución política de Zelaya. Con vínculos familiares con Nicaragua y asidua visitante de este país desde hace años, donde solía asistir frecuentemente al aniversario que marcaba el final de la dinastía Somoza, Rodas al parecer habría convencido a Zelaya, en una fecha tan reciente como julio de 2007, para que asistiera a este evento. Craso error en un continente donde los símbolos y gestos tienen tanto o más valor que los hechos en sí mismos.
No olvidemos que Honduras es uno de los países más conservadores de Centroamérica y, quizá, el principal baluarte católico de la región. País muy vinculado a la estrategia norteamericana durante los tiempos de la “doctrina de seguridad nacional”, en que se debía de luchar desde dentro para acabar con el “enemigo comunista”, Honduras acabó convirtiéndose en el “portaviones” desde donde se gestó la “contra” destinada a acabar con la revolución sandinista en los ochenta y posee uno de los ejércitos más influenciado y formado, vía la fenecida Escuela de las Américas, por el ejército norteamericano. Los cambios, en esta zona del mundo marcada por la tradición y el conservadurismo, tienen que hacerse de una forma pausada y moderada, es decir, la sociedad hondureña no fue muy receptiva a los radicalismos y a los excesos que exhibía Zelaya.
Unos meses más tarde de su baño de multitudes sandinista, en donde los líderes de Honduras, Nicaragua, Panamá y Venezuela, animados por la mismísima Rodas y la esposa de Daniel Ortega, Rosario Murillo, llegaron a cantar “El pueblo unido jamás será vencido”, el presidente Zelaya llegó a defender públicamente la inclusión de Honduras en la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), objetivo que más tarde concluiría exitosamente. Paradójicamente, el ahora presidente de Honduras, Roberto Micheletti, votó a favor de la inclusión de Honduras en el ALBA.
Pero sigamos con el relato de los hechos que ahora nos ocupan. Entre el año 2007 y el 2008 se suceden los contactos e intercambios políticos y comerciales con la Nicaragua sandinista y con la Venezuela de Chávez, la izquierdización de la política exterior hondureña es clara, mientras comienza a crecer la preocupación en las filas del empresariado de este pequeño país, de donde procede Zelaya, en la Iglesia católica –un baluarte ultraconservador en uno de los países más religiosos del continente, como ya se ha dicho antes- y en el ejército, seguramente el más ligado de toda América Central con los Estados Unidos y con mejores relaciones con todas las administraciones norteamericanas de todos los signos. Hasta Ronald Reagan lo ensalzó en los tiempos de su peculiar “cruzada” contra el comunismo.
En enero de este año, Zelaya comienza a concretar y consolidar su acción exterior en esta dirección izquierdizante. Nombra, de una forma sorprendente y causando un gran revuelo –hasta los periodistas presentes en la rueda de prensa en la que se anuncia su nombramiento abuchean al máximo líder y le muestran su disconformidad con tal medida-, a la ya citada Rodas como nueva canciller de Honduras. Así comienza la súbita transformación de Zelaya y el influjo del hechizo de la nueva cancillera. También un cambio radical, que preocupa a todos en el exterior, pero sobre todo a los Estados Unidos y sus aliados en la zona, en su rumbo en la política internacional.
Una vez consolidado su poder, en enero de 2009, Rodas comienza sus contactos con Teherán, siguiendo los pasos de Chávez, intensifica las relaciones con Cuba, apoyando amplios programas de cooperación bilateral, y mantiene un alto nivel de interlocución y diálogo con Bolivia y Ecuador –dos de los principales aliados continentales del régimen de Caracas-. El antecesor en el cargo a Rodas, Milton Jiménez, conocido también por sus ideas izquierdistas y su cercanía a Zelaya, se vio superado por la izquierda.
La comunidad judía hondureña, por ejemplo, puso el grito en el cielo cuando la cancillera anuncia su intención de establecer relaciones diplomáticas con Irán, antesala segura, tal como ha pasado en Venezuela, de un enfriamiento en las relaciones de este país centroamericano con Israel y un auge del antisemitismo. La retórica antisemita, rayana a las tesis del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, es uno de los ejes centrales del discurso del presidente Chávez en política exterior; atacan a Israel y, de paso, al mundo judío.
Pero la influencia de estos países en la vida política hondureña también comienza a notarse en el interior. Siguiendo los pasos de sus nuevos aliados, Zelaya, ya transformado en el Mel más populista y caudillista de su mandato, anuncia también su intención de reelegirse por otro período, contraviniendo la Constitución y el ordenamiento jurídico hondureño, y su deseo de celebrar una consulta –al estilo de la realizada por Chávez en Venezuela- para legitimar un proceso que a todas luces resultaba ilegal, tal como ya se ha expuesto en otra parte de este escrito. La preocupación en la sociedad hondureña llegó al paroxismo cuando se anunció dicha consulta para el pasado 28 de junio.
CRÓNICA DE UNA “COLISIÓN” INSTITUCIONAL ANUNCIADA
La bipolarización del país estaba servida y los sectores más moderados de la sociedad hondureña, donde la figuras de Roda sembraba la desconfianza, creyeron ver en la mano de la cancillera las erróneas decisiones que tomaba el máximo líder, cada vez más cerca del chavismo que de los ideales liberales con los que se aupó al poder por la vía democrática. Rodas, que había recibido duras críticas durante su mandato como presidenta del Partido Liberal, sobre todo por sus ideas izquierdistas, había conseguido en muy poco tiempo sembrar la división en su formación política, dejarla al margen de las grandes decisiones que tomaba Zelaya, que cada vez iba más por libre, y sembrar el caos y el desorden en el proceso de renovación de cargos tras su salida por su nombramiento como canciller de Honduras. Por cierto, que en dicho proceso fue elegido presidente del Partido Liberal su sempiterno enemigo y actual presidente de facto de Honduras, Roberto Micheletti. El proceso de elección, claro está, se celebró de una forma libre y democrática.
Las espadas entre Rodas y Micheletti estaban en alto desde el pasado mes de abril y la crisis en el seno de los liberales hacía presagiar futuros y seguros enfrentamientos entre ambos con consecuencias para todo el país. Mientras la crisis se revelaba en toda su dimensión sobre este telón de fondo, Zelaya seguía con sus preparativos para llevar adelante su dichosa consulta. La supuesta mansedumbre que mostraba Zelaya ante Rodas, según testigos presenciales que les han visto “actuar” juntos, no era digna de crédito. Ante este afán de Zelaya y sus partidarios por seguir en el poder a cualquier precio, las instituciones hondureñas respondieron duramente en su contra, argumentando que la reelección del presidente va en detrimento del orden constitucional y socava los principios jurídicos sobre los que se asienta el endeble Estado de Derecho hondureño. Zelaya se estaba quedando aislado en la sociedad y parecía desconocerlo.
Paralelamente a sus maniobras para continuar con la consulta puesta en entredicho, el Tribunal Supremo Electoral, la Corte Suprema de Justicia, la Fiscalía General y el Congreso de la República declararon ilegal la misma. Asimismo, y en una vuelta más de tuerca, el Congreso aprobó una Ley el 23 de junio donde se rechazaba la celebración del referéndum. Rodas, mientras tanto, callaba, pues sabía de su impopularidad y de la encrucijada a la que había llevado a su presidente.
Luego los acontecimientos se suceden en cascada y precipitan, de una forma irreversible, las fatales consecuencias que tienen para Honduras unas decisiones erróneas y una percepción de su propia realidad social cuando menos fallida. Zelaya, en un arrebato autoritario, destituye al jefe de las Fuerzas Armadas, el general Romeo Vásquez Velásquez. El “”pecado” de Vázquez fue haberse negado a obedecer acciones ilegales y prestarse al juego presidencial que ya estaba fuera de Ley.
Zelaya pretendía que las Fuerzas Armadas llevasen a cabo el trabajo logístico relacionado con la consulta y que incluso tomasen partido a su favor, en una peligrosa acción que amenazaba con provocar seguras consecuencias, tal como ocurrió ulteriormente. ¿No es acaso un golpe de Estado utilizar al ejército para llevar a cabo una acción ilegal e inconstitucional por parte de un ejecutivo desautorizado?Y la Corte Suprema vota en contra de tal destitución que tan sólo responde a los caprichosos deseos de su presidente y que actúa siguiendo fórmulas del pasado ya en desuso en un Estado plenamente democrático.
Mientras, Zelaya, en plena huida hacia delante y siguiendo el llamado del hechizo que le domina desde principios de este año, descalifica a todas las instituciones hondureñas, desde el legislativo al poder judicial, pasando por el ejército, la Iglesia, las confesiones religiosas minoritarias y la propia formación que le había dado todo en su carrera política, denominando a todos ellas como parte de lo peor de la “oligarquía” hondureña y de estar al servicio de los más oscuros intereses de la derecha centroamericana.
El conflicto entre las partes tan sólo podía desembocar en una segura colisión entre los poderes constitucionales hondureños y el ex presidente que traicionó el mandato que el pueblo y su partido le habían entregado hace apenas tres años.De nada sirvieron las serias advertencias que en las primeras semanas de junio le habían lanzado las Fuerzas Armadas hondureñas, el legislativo, la Iglesia católica, algunos dirigentes de su antiguo partido e incluso algunas figuras de la escena internacional, como el enviado norteamericano John Dimitri Negroponte o el Subsecretario para América Latina del Departamento de Estado norteamericano, Thomas Shannon, quien también pidió al depuesto mandatario que no siguiera adelante con sus planes suicidas.
Zelaya estaba jugando con fuego y lo sabía, tan sólo debía de desconvocar la consulta ilegal y pactar una salida consensuada a la grave crisis institucional que padecía el país. Simplemente, una salida democrática y dialogada con todos los actores políticos; así se hubieran evitado males mayores. Incluso un medio conocido por sus ideas zelayistas, como Le Monde Diplomatique, reconocía en una de sus últimas ediciones que Zelaya conoció casi con todo lujo de detalles en los días previos a la intervención del ejército, encuentro con Negroponte por medio, de que su afrenta sólo podía acabar de la forma en que acabó. El gran misterio, quizá para misión de los historiadores hondureños, es ¿por qué siguió adelante con su afrenta al sistema democrático hondureño?
Pero, en lugar de cesar en su titánica obra en contra del orden legal, quizá jaleado y animado por sus socios de la ALBA, entre los que destacan los dirigentes Hugo Chávez, Fidel Castro y Daniel Ortega, Zelaya decidió seguir su camino y dar la batalla, es decir, apostar por la celebración de la consulta ya desautorizada por todos los poderes institucionales y convocar a todas sus fuerzas para llevar a cabo la misma. Zelaya se mostraba impertérrito en su absurdo proceso de deslegitimación política que tan sólo podía terminar tan absurdamente, y valga la redundancia, como ha concluido.
Algo olía a podrido en Honduras, tal como señalaba el escritor Mario Vargas Llosas, en su artículo El golpe de las burlas, al que cito textualmente:”Si el comandante Hugo Chávez, gran desestabilizador de la democracia latinoamericana, ex golpista y megalómano caudillo que ha convertido a Venezuela en una pequeña satrapía personal y aspira a hacer otro tanto con el resto de América Latina, se arroga el rol de defensor del Estado hondureño, además de un eclipse del sentido común y de la racionalidad, comprobamos una evidencia: que algo debía andar podrido antes de este golpe en ese pequeño país latinoamericano convertido hoy en el centro de la atención mundial. Y en efecto, Honduras estaba a punto de caer, tras Bolivia, Nicaragua y Ecuador, en la órbita de Hugo Chávez cuando sobrevino la intervención militar. Manuel Zelaya era la última conquista del caudillo venezolano”.
CONTINUIDAD CONSTITUCIONAL EN UNA SITUACIÓN DE CONFLICTO
Así las cosas, y con la tensión en aumento en la calle, el 28 de junio las Fuerzas Armadas, de acuerdo con el resto de las instituciones del Estado, decidieron actuar y poner fin a la crisis institucional. Puede que la estética política con respecto a la acción, así como la forma en que se procedió después, expulsando a Zelaya, sea discutible, pero no cabe la menor duda de que el golpe de Estado no fue más que una acción técnica destinada a contribuir a la apertura de un proceso de normalización política y constitucional. Era un contragolpe, pues el verdadero golpe de Estado era el que pensaba perpetrar Zelaya el 29 de junio, cuando pensaba disolver el parlamento legítimamente elegido por hondureños y fundar nuevo régimen hacia un destino incierto, aunque todo apuntaba que en la misma línea populista, caudillista y autoritaria que el resto de sus aliados en el ALBA.
Se puede discutir acerca las formas, obvio, pero el diagnóstico no era errado: el país estaba paralizado institucionalmente y al borde del enfrentamiento civil. Tampoco descartemos la posibilidad de un golpe de timón al estilo de los que Chávez acostumbra. Se consumó una dolorosa pero necesaria acción que redundaría en el beneficio general y evitaría el derramamiento de sangre. Una acción típicamente hondureña, si examinamos la larga historia de este país en intervenciones militares, pero no fuera del orden constitucional.
Es cierto que no ha habido una transición pacífica y tranquila, que el cambio no se ha llevado de una forma dialogada, pero no es menos cierto que la continuidad institucional se ha garantizado y que todos los poderes, legislativo, judicial y ejecutivo, han continuado funcionando sin interrupción. Los militares no participaron en la acción del día 28 de junio para hacerse con el poder, sino para contribuir a la normalización política de Honduras. Desde luego que, se diga lo que se diga desde los mentideros zelayistas, los militares no dieron el golpe para quedarse en el poder, sino para cambiar la acción del Gobierno.
Pese a las acusaciones de la Organización de Estados Americanos (OEA), las Naciones Unidas, la Unión Europea (UE) –condicionada por la política exterior española- y los Estados Unidos, en el sentido de que se había transgredido el orden constitucional, el “edificio” jurídico del Estado de Derecho hondureño ha salido indemne de la reciente crisis. Fue el legislativo, de la mano del actual presidente del país, Roberto Micheletti, el que aprobó la suspensión de Zelaya y el nombramiento del actual máximo mandatario. ¿No reside, acaso, la soberanía nacional de los países en los parlamentos?
Manipulada por los aliados izquierdistas de Hugo Chávez en la región, la comunidad internacional no analizó los antecedentes de la crisis ni tuvo en cuenta el profundo colapso institucional que vivía en el país, al borde de la confrontación civil entre los partidarios del ex presidente Zelaya y los que defendían el Estado de Derecho. El verdadero golpe de Estado, técnicamente hablando, fue el ejecutado por Zelaya al romper con las instituciones democráticas, traicionar el compromiso adquirido ante su electorado y su propio partido, el liberal, y descartar el consenso de su agenda política para desbloquear una situación que tan sólo podía acabar como ha concluido. Además, había preparado para el día 29 de junio la escena final del golpe maestro: la disolución del parlamento hodureño y el vacío legal que permitiría todo tipo de tropelías y desmanes. El telón estaba cayendo, Honduras se encaminaba, quizá, hacia una dictadura sin apenas intuirlo.
Y la comunidad internacional, al menos en esta ocasión, estaba errada, tal como señaló en su momento el consultor y experto en asuntos latinoamericanos Joaquín Villalobos: “Ha habido una reacción desproporcionada de la comunidad internacional que olvida la intromisión de Chávez en Honduras como factor generador del golpe. El castigo que se ha aplicado es superior a la falta. El Gobierno de facto representa a una sociedad asustada, no es ni una dictadura real, ni una dictadura potencial. Es el miedo a Chávez y a verse como Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua lo que provocó el golpe. La comunidad internacional no les ha ofrecido hasta ahora una solución a su miedo y desconfianza, sino que les continuó asustando y haciendo desconfiar más, y eso ni es político, ni es diplomacia, ni sirve para resolver conflictos, sino para hacerlos crecer”.
HONDURAS, PRIMER GRAN FRACASO ESTRATÉGICO DE CHÁVEZ
Aparte de estas consideraciones, la intromision externa de los países de la ALBA en los asuntos de Honduras no ha cesado desde la deposición de Zelaya. Apoyo de los diplomáticos cubanos, nicaragüenses y venezolanos a los partidarios del presidente saliente en suelo hondureño, contraviniendo todas las normas del derecho internacional; cobertura a bandas armadas de simpatizantes de Zelaya en la frontera nicaragüense; hostigamiento politico, mediatico y diplomatico en todos los foros a las nuevas autoridades hondureñas; llamado internacional a todo tipo de sanciones, incluso humanitarias, contra Tegucigalpa; expulsión de los embajadores no zelayistas en Argentina, Chile, España, Méixco y otros países; imposición de un bloqueo económico y comercial a Honduras utilizando todos los medios y, finalmente, boicoteo permanente a toda forma de diálogo y reencuentro entre los dos bloques enfrentados en la crisis, concretamente “torpedeando” el Plan Arias, han sido, a modo de rosario resumido, las medidas casi “bélicas” tomadas por Chávez y sus partidarios contra la Honduras que trata de resituarse en la escena internacional tras la larga crisis vivida. Zelaya, que al día hoy se sigue considerando presidente de Honduras y como tal es reconocido por una parte comunidad internacional, ha perdido todo su crédito político, al margen de cual sea el desenlace del contencioso hondureño.
Pero Zelaya también ha sido vilmente utilizado por el chavismo para sus espurios fines, tal como aseveraba el ya citado Villalobos en un lúcido análisis: “La ilegalidad con la que actuaron los políticos y los militares hondureños responden a la realidad de una transición democrática incompleta en ese pa{is, pero no hay que equivocarse Honduras es la víctima, Chávez el victimario y Zelaya un pobre ingenuo que fue utilizado para crear este conflicto”.
Y es que el primer gran error en la percepción occidental a la hora de analizar los acontecimientos que se han sucedido desde hace unos meses en Honduras es descontextualizarlos de la realidad actual en América Latina. Estamos viviendo un enfrentamiento, en clave geopolítica, entre dos bloques con claras diferencias políticas e ideológicas. A este respecto, hay que reseñar que el continente vive desde hace diez años inmerso en una lucha a muerte entre los que defienden los modelos democráticos de corte occidental para sus países o los que abogan por una suerte de caudillismo populista de ribetes autoritarios y con una clara apuesta, en lo económico, por la cubanización de sus maltrechas economías. Es lo que Chávez denomina el “socialismo del siglo XXI”, que hasta el día de hoy, que se conozca, no ha dado más resultados concretos que un Estado venezolano infuncional minado por la corrupción, el nepotismo y el despilfarro de los fondos procedentes de la bonanza petrolera, y que en otros Estados del continente –Bolivia, Ecuador y Nicaragua- se “ensaya” con resultados parecidos. Fórmulas caducas y fracasadas, junto a la emergencia de un autoritarismo de nuevo cuño, son las principales características de este sistema político. Luego está la calidad de la democracia, que se pretende descafeinar y vaciar de contenidos reales en aras de la perpetuación de unas élites que utilizan el sistema como un medio para seguir en el poder y no como un fin en sí mismo; pretenden la legitimación democrática de cara al exterior pero desconfían de los mecanismos mismos del sistema en el interior de sus países. Sus democracias, ya carentes de derechos y libertades fundamentales, con cascarones vacíos en el océano del totalitarismo rumbo hacia la dictadura total sin posibilidad de cambio.
En cierta medida, el modelo político inspirado por Hugo Chávez recuerda mucho, al menos en las formas, al régimen nazi, que también utilizó los medios democráticos para llegar al poder y una vez conseguido el mismo subvirtió el orden vigente y clausuró todas las instituciones democráticas, comenzando el largo camino hacia la tiranía. Verdades que molestan en Occidente en aras de preservar nuestros pingües negocios e intereses en esta zona del mundo. El fin justifica todos los medios.
La intromisión de Chávez en la vida política de otros países es un rasgo característico del proyecto hegemónico y totalitario que encarna el ex militar venezolano. Ex golpista y autoritario, Chávez apoyó, en su momento, al contrincante izquierdista y populista de Allan García en Perú, Ollanta Humala; simpatiza, sin ocultarlo, con la organización terrorista colombiana FARC (homenajeada sin rubor y ensalzada por los partidarios del sátrapa de Caracas en las calles venezolanas); apoya a las organizaciones más izquierdistas de todo el continente y ha tejido, con la ayuda de Ecuador, la infuncional e increíble alianza denominada ALBA, una suerte de Pacto de Varsovia bis que trata de aglutinar a las nuevas potencias izquierdistas de la región. Incluso, en fechas recientes y a través de su programa televisivo Aló Presidente, siguió considerando a las FARC casi como una heroica y valiente fuerza guerrillera que lucha contra un ejército (el colombiano) tildado de criminal por el dictador de Caracas. ¿Se puede caer más bajo?
Honduras era parte del proyecto político estratégico de Chávez. Había intereses políticos y económicos en juego para adueñarse de este pequeño país centroamericano. Seguramente, si las acusaciones se concretan, era la base para la introducción del narcotráfico en los Estados Unidos y Europa sin tener que sacralizar negativamente la imagen de otros países. Una vez consolidado el poder de Zelaya, pensaba el sátrapa venezolano, la cubanización del país, al estilo de lo que había pasado en Bolivia, Ecuador, Nicaragua y la misma Venezuela, estaría servida. Sin embargo, el dictador venezolano, que se cree con derecho a entrometerse sin límites en la vida política de todos los países sin ningún sonrojo, esta vez se vio superado por los acontecimientos y la reacción hondureña, desde luego, no estaba contemplada en el guión, en vista de la violenta respuesta de Caracas.
En este sentido, el ya citado Alvaro Vargas Llosa, señala atinadamente: “La crisis de Honduras debería atraer la atención del mundo hacia esta verdad respecto de la América Latina actual: que la amenaza más grave a la libertad proviene de populistas electos que procuran destruir las instituciones del Estado de Derecho a partir de sus caprichos megalómanos. Dado ese escenario, la respuesta del hemisferio a la crisis de Honduras ha minado la posición de quienes están tratando de impedir que el populismo retrotraiga a la región a épocas infaustas en las que estaba obligado a escoger entre las revoluciones izquierdistas y las dictaduras militares”. ¿Escapará América a semejante dilema al que pretenden empujarla algunos?
UNA SALIDA DEMOCRÁTICA SIN INTROMISIONES EXTERNAS
En estas circunstancias, y cuando el Plan Arias junto con otras propuestas fracasaron, toda vez que fueron desautorizadas en su momento por una de las partes (Chávez y sus aliados), que consideran al máximo líder centroamericano como una “marioneta” de los Estados Unidos, la única alternativa realista a la actual coyuntura era la celebración urgente de unas elecciones libres y democráticas, tal como han hecho las nuevas autoridades celebrándolas el 29 de noviembre en busca de una legitimidad democrática que hasta ahora la comunidad internacional les había negado.
Chávez desautorizó el denominado Plan Arias porque otorgaba al ex presidente hondureño un papel acorde a la situación y legal, aunque provisorio, tal como aseguraba el profesor Fernando Mires, al que cito textualmente: “El rol que asigna (el acuerdo que auspiciaba el presidente costarricense) a Zelaya es el que corresponde a un presidente democrático, pero ese no era el rol que soñaban Chávez y Zelaya. Bajo las condiciones sugeridas por Arias, Zelaya habría retornado al gobierno por algunos meses a cumplir un rol administrativo que no habría sido otro que organizar las elecciones para el futuro gobierno del cual él no iba a formar parte. Cualquier politico avezado lo habría aceptado de inmediato. Zelaya habría quedado así situado en una excelente posición política para después convertirse en el principal líder de oposición al futuro gobierno, cualquiera que hubiera sido”. Pero el plan, que era genuinamente democrático y sustentado sobre firmes premisas políticas y morales, no estaba hecho a la cintura de Chávez, que pretendía asentar y consolidar el verdadero golpe de Estado: el perpetrado por Zelaya contra las instituciones democráticas hondureñas en las difíciles semanas que precedieron al fatídico 28 de junio.
Finalmente, vayamos con el asunto de la legitimidad democrática del actual ejecutivo hondureño. Decir que el actual gobierno hondureño no tiene legitimidad para organizar y celebrar las mismas es una incongruencia política, pues desautorizaría la naturaleza y la validez de todas las Transiciones a la democracia en Europa occidental y oriental y en la misma América Latina, donde fueron los regímenes autoritarios los que organizaron los comicios que propiciaron y permitieron el cambio político y la posterior consolidación de las incipientes (y nuevas) democracias. Si esa aseveración tuviera validez y se considerase dogma de fe, la de que no carece de legitimidad el actual gobierno de Tegucigalpa, las Transiciones democráticas de España, Portugal y Grecia, por poner tan sólo tres ejemplos cercanos, nunca hubieran concluido con éxito.
Como dice el analista y ex canciller mexicano Jorge Castañeda, al que cito textualmente,“todo ello conduce a un callejón sin salida, o a una posible trampa montada por Chávez y el ALBA en la que parecen haber caído ya España, Argentina, México y otros.(…)Nadie con un mínimo conocimiento de la historia de los últimos 30 años puede argumentar la ilegitimidad por una razón: por definición, el proceso fundacional de un régimen democrático que sustituye a uno autoritario proviene de elecciones organizadas por una dictadura o su equivalente, con mayores o menores niveles de negociación, supervisión internacional o unilateralidad del régimen saliente. En Chile, en 1988, Pinochet impuso el referéndum con sus propias condiciones; en España, en 1977, el rey Juan Carlos logró una importante negociación previa; y en varios de los países del este europeo las elecciones las realizaron los regímenes autoritarios salientes, cuyo mejor ejemplo fue el de Jaruzelski en Polonia. En 1994, en Sudáfrica, fue el régimen del apartheid el que administró el proceso electoral en el que triunfó Mandela. No hay otra manera de hacerlo cuando se trata de una transición pacífica a la democracia. Por ello la tesis de ilegitimidad carece de sentido”.
Desde luego, y como en todos los procesos políticos, tenía que haber algunas limitaciones, pues la presencia de la denominada “cuarta urna” en las elecciones impediría el normal juego entre los diversos actores politicos y porque sería fuente generadora de conflictos y “turbulencias” en la campaña. También sería illegal, pues Zelaya ha sido destituido y su sucesor ya ha sido elegido –el 29 de noviembre, es decir, el último domingo del mes de noviembre, como ocurre cada cuatro años-. El sistema político hondureño no prevé la reelección, está fuera de la Ley, máxime viniendo de quien no ha sido más que una fuente permanente de problemas y contenciosos en la vida de este antaño tranquilo país. Quizá un “cordón sanitario” que aísle a los dos polos ahora enfrentados sería una salida, pero están consideraciones, a estas alturas, ya carecen de sentido: Micheletti se retirará a su casa después del 27 de enero y Zelaya ya es historia. Incluso sus escasos partidarios, desorientados y confundidos tras tanto desatino por parte de su máximo líder, no cuentan ni siquiera con una fuerza política que les aglutine.
LOS HONDUREÑOS DIERON LA SOLUCIÓN EN CLAVE DEMOCRÁTICA
En definitiva, los hondureños ya han dicho la última palabra en un proceso limpio, transparente y competitivo sin intromisiones externas y sin llamamientos al enfrentamiento entre las partes, tal como los que realizaba (y realiza todavía) Zelaya de una forma irresponsable en estos días de caos y confusión.
Luego se necesitará la cooperación de la comunidad internacional, especialmente de la UE y los Estados Unidos, para llevar a cabo un proceso que necesitará de tiempo, buenhacer político y diplomático y prudencia por las partes en liza; se trata de que las instituciones políticas legítimas de Honduras se consoliden y desarrollen su trabajo sin más interrupciones. La OEA, dado el control casi absoluto que ejerce actualmente Chávez sobre la misma al controlar la mayoría relativa, ya no tiene legitimidad para liderar la solución de la crisis hodureña ni el posconflicto. Ni tampoco su parcial secretario general, el inefable José Miguel Insulza, puede aportar nada nuevo más que las consabidas recetas chavistas para salir del atolladero. O como asegura el valiente e incisivo siempre Armando Valladares:”Insulza y el desprestigiado organismo que preside son una marioneta de Chávez y de los países de la ALBA, cómplices en esta conspiración contra el heroico pueblo hondureño y sus líderes.
Las urnas las ya han arrojado su veridicto y la definitiva resolución de la crisis en clave democrática, pese a que los resultados no han sido reconocidos por los países del ALBA. Pese a todo, la cascada de reconocimientos internacionales del resultado de las elecciones celebradas en Honduras induce al optimismo y constata, de nuevo, la derrota del chavismo en Centroamérica; Canadá, Costa Rica, Colombia, Estados Unidos, Israel, Panamá, Perú, Taiwán y otros países democráticos ya se han sumado este reconocimiento de las nuevas autoridades de Tegucigalpa que supone el no tener que reconocer a un ejecutivo que algunos siguen considerando “golpista”, pero también pasar la oscura y tétrica página escrita por ese gran histrión que es Mel Zelaya.
¿Y Cuál es la razón por la que los Estados Unidos dieron ese giro de 180 grados? Desde un principio, no lo olvidemos, Washington condenó los acontecimientos que se sucedían en Tegucigalpa, pero se negó a sumarse al corifeo del ALBA que aceptaba las tesis zelayistas de que lo que realmente había ocurrido era un “golpe de Estado”. Luego, como señalaba muy acertadamente el periodista Carlos Alberto Montaner, “en el Departamento de Estado norteamericano circulaban dos páginas compiladas por la inteligencia norteamericana en las que se consignaban los presuntos delitos y complicidades del entorno más íntimo de Zelaya con el narcotráfico y la corrupción. No tenía sentido colocarse en este mismo bando, mientras Washington mantenía en el país la base militar de Palmerola, supuestamente dedicada a vigilar y combatir actividades afines a las que realizaban familiares y amigos de su contradictorio protegido”. Entre esos familiares de Zelaya implicados en esta auténtica trama que controlaba el narcotráfico en Honduras se encontraría, según fuentes periodísticas del país centroamericano, su propio hijo.
El mundo fue cambiando, excepto el ALBA, y fue aceptando la lógica democrática que caracterizaba a todo el proceso político hondureño. Organizaciones tan prestigiosas como la Internacional Liberal, a la que pertenecen decenas de partidos de todo el mundo, han enviado observadores internacionales para reconocer la limpieza del proceso y el resultado de las elecciones hondureñas, algo que ya ha hecho su presidente, el prestigioso eurodiputado holandés Hans Van Baalen y otros líderes de dicha formación política. El cerco política al que estaba sometida Tegucigalpa se va rompiendo irreversiblemente y la soledad de Zelaya es cada día más absoluta. Entre los países serios de la región, tan sólo Brasil sigue apoyando a Zelaya y se niega a reconocer los resultados de las urnas. Quizá porque como señala el periodista Andrés Oppenheimer “Brasil puede verse obligado a tomar una defensa más activa de Zelaya porque el despuesto presidente está en la embajada de Brasil en Tegucigalpa. Pero la posición de Brasil en la crisis ha sido de chiste”.
Sin embargo, pese a los éxitos conseguidos en el reconocimiento internacional de los resultados por parte de las autoridades de Tegucigalpa, que nadie se engañe, las instituciones hondureñas tienen que estar a la altura de las circunstancias pues “si el pueblo no ve en la democracia y el pluralismo una solución a los intereses de la inmensa mayoría, es probable que en la próxima oportunidad que se presente se deje embaucar por los cantos de sirena de algún demagogo de la cuerda bolivariana encharcado en petrodólares venezolanos”, tal como aseveraba Carlos Alberto Montaner. En definitiva, el pueblo hondureño no puede verse defraudado de nuevo y su sistema político democrático inmerso en nuevos periodos de desestabilización y descrédito, pues entonces perdería su escaso crédito y la amenaza del recurso al populismo sería la más plausible de las alternativas. Es la hora de la unidad nacional y de la responsabilidad política de sus gobernantes ante su pueblo.
La historia demuestra que la desunión de los demócratas es el camino más rápido para la ascensión de los de los regímenes totalitarios más abyectos y brutales. Es el momento de parar a Chávez, y quizá el actual momento que vive Honduras, parafraseando a Winston Churchill, no es es el final, no es siquiera el principio del final, puede ser, más bien, el final del principio. Que así sea.
Ricardo Angoso es periodista, politólogo y analista internacional. También es Coordinador General de Diálogo Europeo (www.dialogoeuropeo.com) y vive, desde hace años, a caballo entre Bogotá y Madrid.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN CONSULTADOS: ABC (España), Agencia EFE, El Heraldo (Honduras), El País (España), La Tribuna (Honduras), Tiempo (Honduras), The Economist (Reino Unido) y The Washington Post (Estados Unidos).