Jorge Videla y la memoria histórica

Argentina: ¿Juicio a las dictaduras militares o venganza política? se pregunta Ricardo Angoso

Opiniones

Publicado el 25.12.2010 12:27
Por Ricardo Angoso

La reciente condena a perpetuidad al ex Jefe de Estado argentino Jorge Videla tiene algo de surrealista y ajena a todos los usos jurídicos que hasta ahora habíamos conocidos, pues el acusado ha sido acusado dos veces a la misma pena y por los mismos hechos. Es inadmisible que alguien sea juzgado, digan lo que digan algunos medios, por un mismo delito dos veces. Asimismo conviene recodar que en la primera ocasión había sido indultado por estos delitos, en el año 1990, por el entonces presidente Carlos Menem. Es cierto que los hechos denunciados son realmente graves y atañen a uno de los periodos de la historia de Argentina más violenta y convulsa: la triste agonía del peronismo de la mano de esa perfecta inútil -no merece otro calificativo, lo siento- y maniobrera que era la ex presidenta y refugiada en España María Estela Martínez de Perón. Durante su trágico y turbio período, recordado por todos los argentinos porque el país vivía casi una guerra civil, una camarilla de oportunistas y gentes sin escrúpulos dilapidaron la herencia económica recibida y provocaron profundas convulsiones: la deuda externa se elevó hasta límites insospechados, la inflación aumentó llevándose por delante el nivel de vida de los argentinos y el peso quedo devaluado y apenas sin valor. Doña María Estela, que tuvo conocimiento, relaciones y connivencia con organizaciones terroristas, nunca ha sido juzgada por nada ni ha respondido ante la historia o la justicia por estos hechos.
A estas circunstancias vividas tan terribles para la mayoría de los argentinos se les vino a unir la irrupción en escena del terrorismo de extrema derecha, la famosa Triple A, y de extrema izquierda peronista, los famosos Montoneros, mientras que el país se deslizaba peligrosamente hacia la banca rota y el caos. Mientras que el ejecutivo parecía tolerar e incluso alentar el terrorismo de extrema derecha, persiguió sin éxito a los Montoneros, que cada vez mostraban más fuerza y efectividad en sus atrevidas acciones terroristas. La sociedad argentina, que asistía impotente al fracaso de sus sistema político liderado y casi secuestrado por los peronistas moderados, demandaba un cambio radical y fueron muchos los que expresaron, en su momento, su beneplácito a una intervención de las Fuerzas Armadas para poner orden en el país. Muchos civiles, incluidos líderes políticos, estaban casi llamando a las puertas de los cuarteles para que los generales dieran el golpe que más tarde aconteció. También la oposición radical estaba al tanto de la conjura y casi la alentaba.
El 24 de marzo de 1976, y animados por números sectores sociales de todos los colores, según ha confesado Videla durante el último juicio, los militares dan finalmente el paso que todos esperaban y María Estela Martínez de Perón es depuesta como presidenta. Se trató de una operación militar incruenta, recibida sin protestas en las calles y concebida inicialmente para dar paso a un gobierno provisional que pusiera fin al caótico estado de cosas que se vivía en el país.
Para los militares, esta época nacía como el Proceso de Reorganización Nacional y tenía como objetivo fundamental la derrota de la guerrilla de corte marxista, aunque también tenía una dimensión exterior al contar con el acervo ideológico de la llamada Doctrina Seguridad Nacional -el enemigo comunista no era sólo un peligro externo, sino que contaba con una vanguardia de carácter interno que pretendía desestabilizar el país en cuestión- y la formación profesional denumerosos militares en la Escuela de las Américas con base en Panamá. Incluso los países europeos, la entonces Unión Soviética y la Iglesia católica mantuvieron una posición más bien tolerante hacia la nueva dictadura militar y callaron ante las supuestas atrocidades cometidas por el nuevo régimen.
¿Realmente se ha hecho justicia?
Seis años después de este cambio político, bien recibido por cierto por numerosos intelectuales y figuras prominentes de la vida política argentina, la desastrosa gestión de la guerra de las Malvinas, en la que Argentina ocupó dichas islas para a renglón seguido perderlas por la rápida y contundente intervención británica, acabó con el experimento militar y comenzó la era democrática. Nada más caer el telón, y puestos ya fuera de juego los militares, comenzaron los juicios y las condenas a los antiguos responsables de las supuestas violaciones de derechos humanos perpetradas por los mandos de las Fuerzas Armadas en el ejercicio de sus funciones.
Sin embargo, a los medios de comunicación de entonces y a la sociedad en general se les “olvidó” recordar que el Proceso de Reorganización Nacional acabó con el terrorismo montonero y extremista. Nunca hubo ni un reconocimiento a los cientos de policías, miembros de las Fuerzas Armadas o simples ciudadanos de a pie que fueron asesinados en estos años por el terrorismo; las víctimas fueron las grandes olvidadas de la Transición democrática argentina. Ni medallas ni reconocimientos esperarían a los responsables policiales y militares de aquellos años, sino juicios con sabor a venganza y un ejercicio de amnesia colectiva que tenía nada más como fin el equiparar a las víctimas con los verdugos, a los asesinados con los terroristas.
En 1990, en un intento de superar un pasado que seguía enfrentando en el presente a los argentinos, Menem aprueba el indulto a los militares perseguidos. Dieciocho años más tarde, los herederos políticos de los Montoneros, la izquierda peronista que lideran los Kirchner, se reabre el proceso a los ancianos militares ya juzgados en la década de los ochenta y, jaleados por organizaciones de extrema izquierda argentina, los jueces vuelven a encausar a los doblemente condenados, primero por la justicia y después por los medios. Enjuiciar estos hechos perdiendo de referencia la historia de la Argentina de las décadas de los sesenta y los setenta, las décadas de plomo de este país, es perder la perspectiva de lo que significó aquel conflicto y los verdaderos peligros y amenazas que acecharon a este país hermano entonces.
Sin el Proceso de Reorganización Nacional, por mucho que les pese a algunos y tal como asumió el ex presidente Menem en su momento, nunca hubiera sido derrotado el terrorismo de una forma tan certera y ejemplar, aun asumiendo los previsibles costes que una guerra de estas características podía tener en materia de derechos humanos. Las cifras oficiales dan cuenta de 8.000 desaparecidos, bastante lejana de las 32.000 que reclaman para sí algunas organizaciones “humanitarias”, una cifra alta pero que no llega a los niveles de la guerra con Sendero Luminoso en Perú o de la inacabada batalla contra las FARC en Colombia. Los mismos montoneros han reconocido que tuvieron unas 5.000 víctimas en su lucha por desestabilizar el país y conseguir a través de la insurrección urbana llegar al gobierno de la nación. Muchas de esas víctimas están entre los desaparecidos y fallecidos en aquellos años. Una sola violación de derechos humanos es inaceptable, pero no debemos olvidar que los Montoneros cometieron miles durante los años de guerra y que nunca nadie de dicha organización respondió ante los Tribunales por dichos actos criminales. Ya he dicho: nadie fue juzgado por estos crímenes.
Ahora se juzga a los militares, por segunda vez, pero nadie habla de aquellos años en que el país estuvo a punto de sucumbir ante el marasmo provocado por aquellos que hicieron del terror indiscriminado, la tortura y el odio sus instrumentos de acción política. El doble rasero utilizado por el poder político y judicial argentino contra los militares no es justicia, sino venganza. La exigencia de justicia, de la verdadera y no de aquella emana sólo de la mano de los vencedores, pasaría por una comisión de la verdad independiente e imparcial que juzgará aquellos acontecimientos y que reconciliase a los argentinos con su propia historia, pues de lo contrario tendrían razón aquellas palabras que todavía resuenan en Argentina de que “no hay duda que los enemigos derrotados ayer, cumplieron con su propósito. Hoy gobiernan nuestro país y pretenden erigirse en paladines de la defensa de los derechos humanos que ellos en su tiempo no titubearon en conculcar de grado superlativo”.
Ricardo Angoso
rangoso@lecturasparaeldebate.com

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