A VUELTAS CON LA SHOAH, LA PRESENCIA DE LAS FARC EN EL ACTO DE BOGOTÁ Y LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO
Esta no es una discusión solamente moral y ética, sino también política, y en ese terreno, difícilmente, dadas las distancias ideológicas, podremos conciliar una posición común sobre este asunto, pero quizá el tiempo, que es el árbitro de la historia, algún día coloque a las cosas en su sitio y a cada uno en su lugar.
por Ricardo Angoso
La presencia de las FARC oficialmente en el acto en homenaje a las víctimas del Holocausto en Bogotá es un hecho que no ha dejado indiferente a nadie, tanto a los que defienden ardientemente esa presencia como a los que nos hemos sentido heridos por la misma. Es evidente que las FARC siguen polarizando a este país, ¡y de qué manera!, pero también era evidente que su presencia, precisamente ese día y en ese lugar, también iba a ser motivo de controversia, tal como pasó y seguramente pasará en próximas ediciones si nuevamente su participación se confirma.
En cualquier caso, la presencia fue utilizada por la organización terrorista Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) -ahora con otro nombre, pero para mí son los mismos- para proceder a un monumental ejercicio de maquillaje público y político, servido en bandeja descaradamente y gratuitamente por quienes les invitaron -no señalo a nadie porque, como se dice en España, que cada palo aguante su vela- e incluso instrumentalizado políticamente. Hay un famoso video, bajo el sello y logotipo de las FARC, en que incluso varios prominentes dirigentes de la comunidad judía se muestran reconfortados por esa presencia de los terroristas ahora reconvertidos en dirigentes políticos respetables y legales y se vanaglorian de su presencia. Los mismos dirigentes, por cierto, que durante muchos años apoyaron el proceso de paz del presidente felón que unos días antes de irse, traicionando a sus principios y a las comunidades judías de Colombia que le habían apoyado durante todo el proceso de paz, reconoció a Palestina.
La defensa de la presencia de las FARC en este día tan cargado de simbolismo y en otros actos, dándoles legitimidad y representatividad, tiene mucho que ver con una posición política adoptada por muchos ciudadanos en Colombia en lo que respecta al proceso de paz. Es decir, un grupo significativo y mayoritario de ciudadanos no apoyamos ese proceso de paz, entre los que orgullosamente me encuentro, e incluso dimos la batalla en el famoso plebiscito por el voto negativo al mismo, pero no fue posible detener la maquinaría puesta en marcha por Santos y, finalmente, se escenificó la firma de unos acuerdos que no dejan de generar conflictos, problemas y división creciente en la sociedad colombiana, tal como se ve en el día a día. Para que los tomaron la posición política contraria secundando al presidente Santos, de la noche a la mañana los criminales y terroristas de las FARC pasaron a ser unos respetables responsables políticos y unos honorables senadores. Pues lo siento, eso no es así por mucho que se empeñen desde su supuesta legitimidad y legalidad: esos señores, por mucho que ahora lleven taje y corbarta, son unos criminales y unos terroristas. Y punto final, nadie puede, ni siquiera Santos ni los que apoyaron el proceso, otorgar el perdón a unos terroristas y dotarles del manto de la impunidad en nombre de la paz de los cementerios y de la exención de la justicia a millones de víctimas. No tienen la legitimidad moral para hacerlo.
Ya sabemos que los terroristas de las FARC son muy distintos a los cabecillas nazis que perpetraron terribles crímenes durante el periodo del Holocausto y eso está meridianiamente claro, pero si algo aprendimos de esa experiencia y de lo que sucedió después de la Segunda Guerra Mundial, es que una sociedad necesita, después de una trauma como el que significó el Holocausto, de memoria, reparación a las víctimas y, sobre todo, justicia.
Salvando las distancias con respecto a los terribles hecho que ocurrieron en Europa entre 1938 y 1945, fecha en que los soviéticos liberan Auschwitz, lo que está bien claro en Colombia es que no ha habido ni memoria, ni reparación a las víctimas, ni justicia, nada de eso ha ocurrido, sino más bien lo contrario: se puso en marcha un chapucero proceso de paz que concluyó con la desmemoria, el olvido a las víctimas y el reino más absoluto de la impunidad. Al menos en Alemania, tras la guerra, hubo un proceso de Núremberg donde los cabecillas nazis respondieron y algunos pagaron por sus crímenes. No fue mucho, pero al menos fue algo, aquí nada de nada.
Es muy fácil perdonar, olvidar y sacar de la manga todo tipo de argumentos para otorgarles la patente de corso a los líderes y dirigentes de las FARC cuando no se ha tenido a ninguna víctima en tu familia ni cuando no has sufrido en tus carnes el flagelo del terrorismo. Siempre pongo de ejemplo a una señora colombiana que conocí en Madrid hace tiempo que a uno de sus hijos las FARC se lo secuestró con quince años para que combatiera en las selvas y nunca más apareció y al otro que le quedaba, por oponerse, se lo mataron vilmente a las puertas de un colegio. De uno de sus hijos nunca más se supo, se quedó en ese olvido que genera el Mal en mayúsculas, y del otro, que en la paz de Dios descanse. Vayan y le explican algunos a esta madre con sus argumentos buenistas las razones por las que debe de ser capaz de perdonar a los monstruos -no merecen otro nombre- que perpetraron esos abyectos crímenes.
Al menos, las FARC podrían haber hecho el esfuerzo de haber pedido perdón de una forma sincera, rotunda y contundente a las víctimas y a toda la sociedad colombiana por el daño causado e infligido durante décadas, en una declaración solemne sin mácula de duda y que quizá hubiera abierto el camino a una auténtica comisión de la verdad que hubiera reconciliado al país consigo mismo, pero eso nunca ocurrió y todavía estamos esperando a que se produzca algún día, aunque sin ninguna esperanza, dicho sea de paso.
¿DÓNDE ESTABAN LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO?
Después está la visualización de las víctimas del terrorismo, que no estuvieron presentes en el acto y quizá son las que sí debían de haber estado, como si pareciera que su presencia puede resultar molesta y se convirtieran en los aguafiestas de una “fiesta” a la que era mejor no invitarles. Observo que ahora, por esa polarización que vive Colombia, las víctimas son presentadas por cierta izquierda y un sector de la opinión pública colombiana como guerreristas, gente rencorosa incapaz de perdonar, e incluso aliadas políticas de la derecha más ultramontana y belicista que no es capaz de pasar la página, perdonar a los verdugos y reducir al olvido el dolor por sus seres queridos desaparecidos o el suyo mismo.
Incluso el lenguaje está siendo “prostituido” en la sociedad colombiana de una forma perversa, tal como estamos viendo en estos días, y en este asunto sí hay una clara analogía con la Alemania nazi. Decía el profesor judío perseguido por los nazis Victor Klemperer que lo primero que hizo el nazismo fue apoderarse del lenguaje y manipularlo en provecho propio. Ahora en Colombia, dicen las FARC y los falsos apóstoles del proceso de paz, que aquí no hubo secuestros, sino “capturas” y “retenciones”, otra vuelta de tuerca más en la ignominia que ha rodeado a todo ese asunto que eufemísticamente algunos llaman proceso de paz. Muy pronto, seguro que sí, los secuestrados serán presentados como meros turistas en campos de las FARC.
Puede que algunos, llevados por sus buenas intenciones y por el buenismo progresista, procedieran a esta invitación a las FARC y la sigan defendiendo, porque en definitiva ya no hay marcha atrás, pero vale la pena recordarles ese dicho castellano que asegura que “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”, y nunca mejor dicho en este caso. Esta no es una discusión solamente moral y ética, sino también política, y en ese terreno, difícilmente, dadas las distancias ideológicas, podremos conciliar una posición común sobre este asunto, pero quizá el tiempo, que es el árbitro de la historia, algún día coloque a las cosas en su sitio y a cada uno en su lugar.