Resistirse a la ley islámica
por Daniel Pipes
Jerusalem Post
21 de Febrero de 2008
Original en Inglés: Resisting Islamic Law
Los occidentales contrarios a la aplicación de la ley islámica (la shari’a) contemplan con consternación cómo avanza ésta con cada vez más fuerza en sus países – harenes cada vez más normalizados, el líder de una iglesia aprobando la ley islámica, una juez que se basa en el Corán para dictar sentencia, tribunales musulmanes clandestinos que imparten justicia. ¿Qué se puede hacer para detener el avance de este sistema legal medieval tan profundamente enfrentado con la vida cotidiana moderna, que oprime a la mujer y que convierte en ciudadanos de segunda clase a los no musulmanes?
Un primer paso consiste en que los occidentales creen un frente unido contra la shari’a. Frente a una hostilidad casi unánime, los islamistas retroceden. Por ejemplo, observe la retirada la semana pasada por parte del Consejo de Relaciones Americano-Islámicas (CAIR) en un conflicto concerniente a los perros lazarillo utilizados por los ciegos.
Tradicionalmente los musulmanes consideran animales impuros a evitar a los perros, generando una aversión que se vuelve problemática cuando el tendero o el taxista musulmán se niega a prestar servicio a los occidentales ciegos que dependen de perros adiestrados. Yo he recogido 15 casos así en mi weblog, en “Taxistas musulmanes vs. perros-lazarillo“: 5 en Estados Unidos (Nueva Orleáns, Cincinnati, Milwaukee , Brooksville, Fl.; Everett, Washington); 4 de Canadá (Vancouver, dos veces en Edmonton, Fort McMurray, Alberta); 3 en el Reino Unido (Cambridge, dos veces en Londres); 2 de Australia (Melbourne, Sydney); y 1 de Noruega (Oslo).
Las noticias hablan de taxistas musulmanes que rechazan de manera grosera a pasajeros en potencia, gritándoles “Perros no, perros no, fuera, fuera”; “saque a ese perro de aquí”; o “Perros no, perros no”. El ciego acaba rechazado, humillado, abandonado, insultado y hasta herido, obligado a bajar en medio de la lluvia, en medio de ninguna parte, llegar tarde a una cita u obligado a perder un vuelo.
Las organizaciones islamistas respondieron inicialmente a este problema apoyando a los taxistas anti-caninos. La Asociación Musulmana de Canadá señalaba que los musulmanes en general califican de sucia la saliva del perro. CAIR se hacía eco de esta afirmación en una ocasión, afirmando que “la saliva de los perros invalida la pureza ritual necesaria para la oración”. En otra ocasión, el director de CAIR, Nihad Awad, afirmaba que “los pueblos de Oriente Medio en especial… han sido adoctrinados en una especie de miedo a los perros” y justificaba el rechazo de los conductores a los perros lazarillo considerando que “tienen miedo genuino y actúan de buena fe. Se actuó en concordancia con sus creencias religiosas”.
Sin embargo, cuando la policía y la justicia entran en escena, los derechos legales de los ciegos a sus necesidades básicas y su dignidad casi siempre se imponen a la repulsa musulmana hacia los perros. El propietario o el taxista musulmán acaban invariablemente amonestado, multado, obligado a asistir a cursos, cesado y hasta encarcelarlo. El juez que concluía que el comportamiento de un taxista era “una deshonra total” habló por muchos.
CAIR, al darse cuenta de que su enfoque había fracasado tanto en el tribunal de la ley como en el de la opinión pública, súbita y ágilmente cambiaba de bando. En una cínica maniobra, por ejemplo, organizaba a 300 taxistas en Minneapolis para proporcionar paseos gratuitos a los participantes de una conferencia de la Federación Nacional de Ciegos. (Escéptico ante este dudoso plan, un funcionario de la Federación respondía: “Estamos realmente incómodos… con la oferta de paseos gratuitos. No creemos que solucionen nada. Creemos que los taxistas tienen que darse cuenta de que la ley dice que no rechacen a una persona ciega”). Y por fin, la semana pasada, la delegación canadiense de CAIR difundía una declaración instando a los musulmanes a acomodar a los pasajeros ciegos de taxis, citando un miembro de la junta diciendo que “el islam permite que se utilicen perros por parte de los deficientes visuales”.
La capitulación de CAIR enseña una importante lección: cuando los occidentales se ponen de acuerdo en rechazar una ley o tradición islámica concreta y cierran filas contra ella, los islamistas occidentales tienen que ajustarse a la voluntad de la mayoría. Los perros lazarillo para los ciegos representan solamente uno de muchos temas de consenso; otros tienden a implicar a la mujer, como los maridos que propinan palizas a las esposas, la ropa de burqa, la mutilación genital femenina o los crímenes “de honor”. La unidad occidental también puede obligar a los islamistas a denunciar sus posturas predilectas en áreas tales como la esclavitud o las prácticas económicas respetuosas con la shari’a.
Otras prácticas derivadas del islam no existen (aún) en Occidente pero sí prevalecen en el mundo musulmán. Incluyen el castigo a una mujer por ser violada, la explotación de los hijos como terroristas suicida o la ejecución de los declarados culpables por crímenes tales como convertirse del islam a otra religión, el adulterio, tener un hijo fuera del matrimonio o la brujería. La solidaridad occidental puede extraer concesiones también en estas áreas.
Si los occidentales nos mantenemos unidos, la shari’a está condenada. Si no, nosotros estamos condenados.
Sería Genial que el Sharia no existiera, pero el sistema insiste en poner a los musulmanes como minoria y tratarlos como si cambiar sus leyes los dejara incapacitados para vivir en una sociedad, cuando es lo contrario.