LOS AMIGOS DE GADDAFI
POR RICARDO ANGOSO
A pesar de la condena unánime en el mundo a la brutal represion desatada por el régimen liderado por Muammar al-Gaddafi contra las protestas que en clave democrática se han dado en Libia, ha habido tres excepciones en la escena internacional a este rechazo: la Venezuela de Hugo Chávez, la Nicaragua de Daniel Ortega y la Cuba de Fidel Castro. Como dice el refrán, Dios los crea y ellos se juntan.
Para la Venezuela de Hugo Chávez, siempre en su tono desafiante y supuestamente en primera línea de fuego en contra del “imperio”, Libia, junto las satrapías de Bielorrusia, Cuba, Irán y Siria, fue un aliado considerado como fundamental por el peculiar régimen caribeño, que combina, en el plano interior, la violación de todas las normas democráticas con una política exterior anclada en el totalitarismo antioccidental.
Pero está vez Chávez ha ido demasiado lejos apoyando los bombardeos de Gaddafi y las masacres libias, algo que incluso ha sido condenado por el presidente iraní, su aliado también Mahmud Amadineyad. La posición oficial adoptada por el dictador venezolano le define e ilustra a la perfección su talante, la forma en que entiende el poder y la forma en que los gobernantes se legitiman; tiene más valor el uso desproporcionado de la fuerza que la razón y el uso de las formas democráticas. Amadineyad, por el contrario, calificó de “brutal” que alguien bombardee su propio país, aunque bueno él tampoco se queda corto en la represión de las protestas en Irán.
No olvidemos que Chávez ya entregó una replica de la espada de Simón Bolívar a Gaddafi, en un acto en que llevado por los excesos retóricos –no etílicos, pues el máximo líder no bebe- llegó a afirmar que “Gaddafi era para los libios lo que Bolívar era para los venezolanos”, y se quedó tan pancho ante tamaña estupidez. La paradoja de este apoyo a Gaddafi en estos momentos es que el conductor venezolano se contradice con el dictador libio, pues para él las cosa están claras: es el “imperio” y nada más, llevado por la codicia para controlar los pozos de petróleo libios, quien está detrás de la revuelta en este país del Magreb. Para Gaddafi, por el contrario, es Al Qaeda quien alimenta el fuego revolucionario. Ya ha pedido un encuentro con Bin Laden ante la “traición” de Occidente.
Para Chávez, si no hay agua o electricidad, como ocurre con triste frecuencia en Venezuela, el responsable es el “imperio”. Si alguien le critica en un artículo de la cada vez más arrinconada prensa libre en este país, también es el “imperio”. La culpa de todo, en su credo interno, la tiene el “imperio”, que es el Diablo y está en todas partes, incluida la Libia bombardeada por su viejo camarada y amigo, que ya estuvo por Venezuela con sus jaimas y amazonas, sus paraguas decimonónicos y su abanico de uniformes circenses.
También hace unos días, en el entierro en Caracas de la activista violenta Lina Ron, que utilizaba medios terroristas para amedrentar a los detractores de la satrapía bolivariana, Chávez llevó a comparar a este turbio personaje con Jesucristo, ni más ni menos. Allí, frente al ataúd, invocó a los espíritus revolucionarios y pronosticó larga vida a las ideas de la malograda Ron, siempre dispuesta con las armas a defender con ardor guerrero el nefasto “proceso revolucionario”.
Sin embargo, al margen de las boutades del mandatario bolivario del “socialismo del siglo XXI” con respecto a lo que está ocurriendo en Libia, hay que reseñar que la forma con que ha aplaudido la brutal represión en este país anuncia un escenario muy adverso y terrible para la oposición democrática venezolana que encara las elecciones del 2012 frente a un Chávez que se muestra brutal e insensible. Chávez nunca aceptará una derrota democrática y nunca entregará el poder a la oposición, como ya ha anunciado reiteradas veces. Se puede ofrecer como mediador en Libia, para salvar a su amigo, pero nunca dialogará con la oposición propia, a la que llama a “triturar” y “aplastar”.
Por ahora, los sondeos le condenan y no olvidemos que el pueblo venezolano habló en las últimas legislativas: el 52% de la población, pese al ventajismo del régimen y el férreo control de los medios de comunicación, votó a favor de los candidatos de la oposición y el chavismo se desfondó electoralmente por segunda vez en doce años. Malos tiempos auguran a la revolución fracasada de Chávez, pero también a la Venezuela que añora los tiempos de la democracia y la libertad.
Entonces, aplicando las lecciones de la crisis libia, los escenarios antes esas elecciones quedan meridianamente claros: una victoria clara en las urnas de la oposición democrática, que comienza a dar muestras de que sale de sus crónico abatimiento y escasa capacidad de liderazgo en la sociedad venezolana; un fraude masivo utilizando todos los recursos públicos y la maquinaría del Estado a favor de Chávez, que provocaría seguros disturbios y generaría violencia; y, por ultimo, la perspectiva de que ante la derrota el régimen muera matando y escenifique una salida sangrienta sin aceptar los resultados al estilo de la libia. Por ahora, el apoyo de Chávez a Gaddafi, casi único en el mundo, no hace presagiar nada bueno en la siniestra política venezolana.
EL PREVISIBLE APOYO DE DANIEL ORTEGA
Luego está el apoyo de Daniel Ortega a la ensangrentada causa libia, algo lógico si tenemos en cuenta que el líder nicaraguense sigue a pies puntillas la doctrina oficial del régimen venezolano en casi todos los asuntos, tanto de índole externa como interna. La dependencia económica con respecto a Venezuela es total y Chávez regala a la Nicaragua sandinista prácticamente todo el petróleo que necesita para mantener su arruinada maquinaría. Ortega es una mera marionenta de Chávez en la escena centroamericana que trata de desestabilizar la región, tal como ya hizo en Honduras hace apenas unos meses.
Además, el régimen nicaragüense está cada vez más aislado en la escena internacional y las prácticas reelecccionistas que utiliza Ortega para pertuarse en el poder son cada vez más contestadas en los organismos internacionales y en el interior del país mismo. Habiendo sido uno de los pilares esenciales en el proceso de construcción del bloque bolivariano, denominado pomposamente Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), el cuestionado Ortega ha encontrado en Chávez uno de sus mejores aliados en los que sostenerse en la escena internacional. Ya nadie cree en él; ni sus vecinos ni la izquierda moderada continental. Sin Chávez, al menos al día de hoy, Ortega no es nada.
Finalmente, en la escasa lista de apoyos que recibe en estos días Gaddafi tenía que estar, ¡no era para menos!, la Cuba de los hermanos Castro. Desahuciados hace años en el panorama mundial y duramente castigados por la crisis económica, los hermanos Castro han mostrado, de nuevo, como se puede ser reaccionario y supuestamente de izquierdas apoyando al régimen libio. Dan vergüenza ajena.
En definitiva, para el duo estático caribeño, ese modelo tiránico, cruel y despótico libio tiene más que ver con la isla-presidio que controlan desde hace más de cinco décadas que con las democracias occidentales que tanto abominan. Siempre les molestó la libertad y están dispuestos a mostrar hasta el final de sus días que la libre expresión es incompatible con su credo político, con ese espíritu carcelario que les domina desde que un lejano día, allá por los años cincuenta del siglo pasado, se enfrascaron en la aventura de la Sierra Maestra en un yate llamado Gramma. Allí comenzó la tragedia cubana que todavía no ha concluido. Pero eso es otra historia.