Pedro Carmona, Venezuela ante un futuro incierto

Venezuela: Un panorama incierto – por Pedro Carmona Estanga

Se aproximan tiempos cruciales para Venezuela. De una parte, la oposición decanta y define sus opciones para las elecciones primarias de febrero de 2012, y por la otra, el candidato insustituible del oficialismo trata de sobreponerse a la enfermedad, para aparecer como el invencible y único capaz de conducir los destinos de la nación, no obstante el totalitarismo, corrupción e intolerancia que ha caracterizado a su régimen durante los 13 años de existencia.

El reto para la unidad democrática es inmenso, pues debe sobreponerse al ventajismo y fraude electoral, lo cual supone lograr proporciones no inferiores al 60% para asegurar el triunfo, y ello implica ofrecer un mensaje convincente dirigido a dos grupos de venezolanos: los llamados “ni-nis”, cerca de un 30% del electorado, que no están ni con el gobierno ni con la oposición, y segundo, a quienes consideran que un sistema electoral viciado, sólo lleva a legitimar a un régimen que irrespeta sin pudor las reglas del juego democráticas y utiliza la maquinaria y recursos del Estado al servicio de la ilegalidad y de la concentración absoluta del poder. El uso de los recursos públicos en finalidades políticas proselitistas no hace sino acrecentarse con las denuncias sobre el caso del Fondo Chino, y antes el de Fonden, además de los medios a través de los cuales se escamotea la asignación de recursos constitucionales a gobernaciones y alcaldías, fijando el precio del petróleo a niveles sustancialmente inferiores a los del mercado.

Muchas conjeturas se tejen en estos días sobre la salud presidencial, estimuladas por el adelanto al mes de octubre de los comicios del 2012, y por la presunta intención del gobierno de propiciar una reforma constitucional para asegurarse de que si algo ocurre al Presidente, el Vicepresidente Ejecutivo concluya el mandato con prescindencia de la fecha en que falte, a diferencia de lo que estipula el artículo 233 de la Constitución, según el cual si la falta absoluta del Presidente ocurre durante los primeros 4 años del período constitucional se debe proceder a una nueva elección, en tanto que si se diera durante los últimos 2 años del período, el Vicepresidente debe completar el mandato. Ello no es descabellado en la maquiavélica mente de quienes pretenden que el régimen chavista se eternice, por las buenas  o por las malas.

Llama también la atención cómo algunas encuestas muestran una alta pero decreciente favorabilidad del Presidente, que no necesariamente supone intención de voto, pues la mayoría piensa que Chávez debe dejar el poder en enero de 2013. Ello amerita indagar más en la mente de los venezolanos. Un artículo reciente de Alfredo Michelena titulado “Managua, populismo y Anna Arentz”, expresa cómo el fraudulento proceso electoral en Nicaragua se mimetiza con el caso venezolano, donde “se desarrolla una ideología y una política que coloca al Estado como proveedor de bienes y servicios, y del otro lado, a una población dependiente de ésta en un modelo asistencialista”. Michelena cita a la filósofa Arentz, para quien existe el “mundo de la necesidad y el mundo de la satisfacción”. Para  el primero, los problemas son la supervivencia, comida, vestimenta, techo, en tanto que para el segundo la libertad, el tiempo libre, la carrera, el futuro. En función de ello, para Michelena existen dos Venezuelas: la primera de ellas es objeto del reparto parcial de renta y de la venta de ilusiones de que vendrán más dadivas y que “pronto me tocará mi turno”, manteniéndolos con la mano extendida, mientras se coarta la libertad que el otro grupo añora, y se les expropia y hostiga, incluyendo a las Universidades.

Bajo otra perspectiva, ¿cómo se explica que la destrucción de una nación, el debilitamiento de la propiedad privada y la dilapidación de los recursos de todos los venezolanos no provoquen una reacción de la población? Es bien conocida la conseja de la rana en el agua tibia, aplicable a la inacción del país para frenar a tiempo la insaciable sed de poder del régimen gobernante, pero hay que buscar también explicaciones en el modelo que lo inspira. Para el marxismo-leninismo, el poder depende de la exaltación de la violencia y del uso de las armas, el terror o la intimidación, para reprimir la libertad e implantar políticas totalitarias. Lenin y su sucesor Stalin propiciaron la guerra civil sobre la base de la lucha de clases y toda suerte de políticas basadas en el terror, como la descalificación, exterminio de grupos opositores, segregación, control, arrestos, incautación de bienes, represalias, etc., aderezado con una profunda ideologización, fanática e intolerante. La lucha de quienes propician la dialéctica de la lucha de clases contra la libertad y dignidad del ser humano, y la afirmación de que “el fin justifica los medios”, convierte en patológica el ansia de poder de un gobernante. En el caso venezolano, se añade el grado de anarquización imperante, evidenciada en la desbordada inseguridad personal, la actuación de grupos armados afines al gobierno, y la formación de “ghettos” políticos en Caracas. Y es que entre la filosofía marxista y la anarquista hay profundas coincidencias sobre la necesidad de propiciar la destrucción del orden preexistente, llámese democrático, burgués, imperial o capitalista, para que emerja el orden nuevo: el socialista, en nuestro caso del Siglo XXI.

No hay que olvidar que en febrero de 1917 fue primero depuesto el régimen zarista, y luego en octubre el gobierno provisional de Kerensky mediante el golpe militar bolchevique que supuso el ascenso de Lenin al poder. Ni tampoco olvidar que la justificación de Lenin para el golpe fue la convocatoria a una Asamblea Constituyente amplia, lo cual ocurrió en las elecciones celebradas en noviembre del mismo año, con el resultado de una total derrota para los bolcheviques y el triunfo de las corrientes socialistas moderadas o socialdemócratas. Ante ello, los bolcheviques irrumpieron con las armas contra la Asamblea, la cual había logrado instalarse con dificultad en enero de 1918, bajo el lema “todo el poder para los soviets”. Así, la minoría bolchevique aniquiló la Asamblea democrática e impuso el “terror rojo”, que barrió durante 70 años todo vestigio de democracia en Rusia e instauró la dictadura comunista soviética. Otro tanto podríamos decir del caso cubano, pues Fidel Castro juró en sus inicios que no implantaría un régimen comunista, y ya pronto cumplirá 53 años de absolutismo rojo.

La violencia, la anarquía, la lucha contra toda forma de disidencia, la liquidación de la propiedad privada y del régimen de libertades, están pues en la esencia de todo régimen de inspiración marxista, con particularidades tácticas que en el caso venezolano han sido concebidas bajo la inspiración de la indudable experiencia castrista. En efecto, el régimen venezolano no sólo ha sembrado odios y lucha de clases, sino formas inescrupulosas de desconocimiento del Estado de Derecho, y de imposición de su voluntad totalitaria. Es ese el panorama del país a 10 meses de los próximos comicios. ¿Está la nación consciente y preparada para enfrentar probables arremetidas de violencia, de represión miliciana, o el uso de toda suerte de artilugios para aferrarse al poder? Luciría como que algunos sectores de oposición se dirigen a un torneo electoral legalista y democrático, sin reparar en las amenazas y peligros que se ciernen sobre el futuro. Hay que prepararse bien, exhortar a votar masivamente, es el recurso que queda contra la tiranía castro-comunista, pero movilizándose, contrarrestando la inescrupulosa actuación del gobierno, denunciándola, y asegurando una firme y decidida defensa del voto.

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