RUSIA REGRESA CON FUERZA A LA ESCENA INTERNACIONAL
por Ricardo Angoso
Mientras los Estados Unidos se repliegan de algunos escenarios, como han hecho en Siria tras abandonar a sus antaño aliados kurdos y Afganistán, Rusia refuerza su liderazgo en Oriente Medio, su antigua periferia soviética, América Latina e incluso Europa.
La guerra de Siria, en que Rusia se ha involucrado apoyando militarmente al régimen de Bashar al-Asad, ha mostrado a las claras que Moscú no va a quedar al margen de los procesos que acontecen en Oriente Medio y que refuerza su presencia en la región, manteniendo y sosteniendo a un sólido aliado que le debe su victoria en la guerra civil y que mantiene sólidos lazos con Irán, Líbano y las autoridades palestinas de Gaza.
Además, Rusia mantiene una importante base militar naval en la ciudad siria de Tartús, sobre el Mediterráneo oriental, una enclave estratégico que le permite a Rusia el acceso a este mar pero también al mar Negro y poseer información de primera mano sobre esta zona, muy cerca de Turquía, Chipre, Israel y Líbano, frente a unas costas donde se desarrolla una disputa acerca de las ricas reservas de gases encontradas en el subsuelo marino.
Mientras Rusia mantiene excelentes relaciones con Siria a todos los niveles, pero sobre todo en el plano militar y político, Vladimir Putin, como buen equilibrista que es, también las mantiene, al más alto nivel, con Israel. Las relaciones entre Rusia e Israel nunca han sido tan fluidas y los contactos son cada vez más frencuentes, sobre todo entre el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Ya se han celebrado una decena de reuniones entre ambos y Netanyahu visita con asiduidad Moscú.
Netanyahu ha intentado recabar el apoyo de Rusia al plan de paz auspiciado por la administración de Donald Trump, pero, sin embargo, la diplomacia rusa se muestra escéptica ante la viabilidad del mismo, argumentando que contraviene numerosas resoluciones de las Naciones Unidas y no concita el apoyo del mundo árabe y los palestinos, que han roto las relaciones a todos los niveles, incluida la seguridad, con Israel y los Estados Unidos.
Al tiempo que Putin mueve sus fichas entre Siria e Israel, los dos más encarnizados enemigos en esta región debido a numerosos conflictos entre ambos a lo largo de su historia pero también por la ocupación de los Altos del Golán por Israel desde el año 1967, Moscú ha reforzado sus relaciones con Turquía e Irán, país este último que es otro de los grandes enemigos del Estado hebreo en la región. Esas relaciones, sin embargo, no siempre han sido fáciles en estos años debido a numerosas incidentes militares entre Turquía y Rusia, como por ejemplo el derribo de un avión ruso a manos turcas hace cinco años y la muerte de 33 soldados turcos en un bombardeo por parte de las fuerzas del gobierno sirio, apoyadas por Rusia.
Otro aspecto que les divide es la crisis de Libia, en donde cada uno apuesta por un bando distinto, aunque finalmente Rusia y Turquía auspiciaron una conferencia sobre este conflicto en Berlín, el pasado mes de enero, en las que se resolvió un alto el fuego, la continuación del diálogo político entre las partes y se hizo un llamado al respeto a los derechos humanos. Por ahora, no parece que esta crisis vaya a ser un escollo en las relaciones entre Moscú y Ankara, pues son más asuntos los que les unen en su esfera de intereses estratégicos que los que les separan, incluido el económico, como el ambicioso gasoducto en territorio turco llamado TurkStream, un proyecto de 900 kilómetros de longitud que cruzará el mar Negro y llevará el gas a Bulgaria, Serbia y Grecia, evitando a Ucrania y sustrayéndola del peso estratégico que tuvo en el pasado en la economía rusa.
DEL EJE RUSIA-TURQUÍA-IRÁN A LA PERIFERIA SOVIÉTICA
Rusia también ha coqueteado con Irán en los últimos años, sobre todo después de que Estados Unidos rompiera unilateralmente el famoso pacto nuclear, del que Moscú era valedor, e impusiese nuevas sanciones a Teherán, algo que también fue respaldado por Alemania, Francia y el Reino Unido tras su reciente anuncio de que se saldrán del acuerdo, ya que consideran que las autoridades iraníes “no respetan sus compromisos”. Rusia se aprovecha de ese posicionamiento “radical” de los Estados Unidos y sus aliados europeos para granjearse el apoyo de Irán en la escena internacional y aparecer como su único valedor frente a las afrentas que, supuestamente, sufre por parte de Occidente. En definitiva, se ha asistido en los últimos tiempos a la conformación de un eje Rusia-Turquía-Irán que intenta imponer su liderazgo en la región frente a la ausencia de Occidente en esta parte del mundo.
Mientras el liderazgo ruso se acrecienta en Oriente Medio, sobre todo tras el desinterés de los Estados Unidos hacia la región a pesar de haber lanzado a bombo y platillo “el acuerdo del siglo” para resolver el contencioso israelí-palestino, también Rusia sigue manteniendo en el antaño mundo postsoviético
-excepto en los países bálticos :Estonia, Letonia y Lituania- una fuerte influencia y capacidad de presión sobre estos países. Rusia sigue ocupando en Georgia las importantes regiones de Osetia del Sur y Abjasia, Transnistria en Moldavia y se anexionó Crimea y Sebastopol, en el año 2014, sustraendo a Ucrania quizá de estos dos territorios para siempre, pese a que no hubo un reconocimiento internacional de las anexiones.
De la misma forma, Rusia sigue manteniendo la presión militar sobre Ucrania al apoyar descaradamente a las milicias prorrusas levantadas en armas en las regiones de Donetsk y Donbáss, dos territorios que de facto están en manos de Moscú y cuyas negociaciones para superar la crisis son sistemáticamente torpedeadas por Putin. Recientemente, en un cumbre realizada en París y organizada por Alemania y Francia, los presidentes de Ucrania y Rusia, Volodímir Zelenski y Vladimir Putin, respectivamente, mantuvieron un encuentro pero sin llegar a ningún acuerdo ni poner el punto y final a la guerra que se libra entre los ucranianos y los secesionistas de las dos regiones. Para rizar más el rizo, y de la misma forma que han hecho las autoridades rusas en otras regiones ocupadas de la periferia postsoviética, Moscú está entregando pasaportes de la Federación Rusa a todos los ciudadanos de esas regiones que lo soliciten, algo que indignó a Ucrania que anunció que nunca los reconocería, y el rublo es ya casi la moneda oficial de estos dos territorios. La anexión de estos territorios está casi servida.
Por otra parte, las ex repúblicas soviéticas de Armenia, Bielorrusia, Kazajistán y Kirguistán forman parte de la Unión Euroasiática, la unión aduanera impulsada por Vladimir Putin y que lidera claramente Rusia, en una suerte de Unión Europea a la postsoviética, aunque todavía es más retórica que práctica.
En lo que respecta Bielorrusia, hay que señalar que conforma con Rusia un pacto que se denomina el Estado de la Unión, un proyecto de integración que no ha logrado los objetivos deseados, como una moneda única y un mercado económico plenamente integrado, y que en los últimos tiempos, además, ha chocado con las reticencias del presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, quien prefiere apostar por una relación de cooperación y colaboración a diferencia de la “unión total” que prefiriría Putin. Lukashenko ha mantenido una posición moderadamente crítica con respecto a la anexión de Crimea por parte de Rusia e incluso ha actuado como mediador con Ucrania para encontrar una solución al desafío que implican las regiones secesionistas, arrancado a Moscú la firma de los acuerdos de Minsk. En esta senda de autonomía política con respecto a Rusia, Lukashenko también ha hecho un tímido acercamiento hacia los Estados Unidos, mejorando notablemente sus relaciones, e hizo algunos gestos, como una amnistía concedida a sus oponentes políticos, para congraciarse con la UE y mejorar también sus relaciones, algo que ha conseguido relativamente en los últimos tiempos.
AMÉRICA LATINA, TAMBIÉN EN EL PUNTO DE MIRA DE MOSCÚ
En América Latina, Rusia también ha incrementado su presencia, sobre todo militar, y coopera en este terreno estrechamente con Nicaragua, Venezuela y Cuba, los tres principales enemigos de los Estados Unidos en la región. En suelo nicaragüense, por ejemplo, en la base de un volcán en la Laguna de Najapa, en las afueras de la capital, Managua, Rusia tiene ubicada la estación terrestre del Sistema Global de Navegación por Satélite (Glonass), la versión rusa del GPS estadounidense, que fue inaugurada el 6 de abril de 2017.
No hay datos muy fiables sobre las ventas de armas rusas a Venezuela, toda vez que la administración venezolana es absolutamente caótica y no publica muchos datos oficiales, pero un estimación más o menos realista podría cifrar en unos 20.000 de dólares el monto total de las operaciones efectuadas en el terreno militar entre Caracas y Moscú, entre los que destacan la venta de modernos aviones Sukhoi-30 para reemplazar los F-16 estadounidenses, misiles tierra a tierra, 100.000 rifles de asalto Kalashnikov y helicópteros de transporte, por citar tan solo algunos de los pertrechos militares vendidos.
Las relaciones entre Cuba y Rusia siempre fueron muy buenas y nacieron después de la Revolución cubana, en 1959, cuando el nuevo régimen cubano giró hacia el socialismo y se alineó, en política exterior, con la extinta Unión Soviética. Tras unos años en las que las relaciones estuvieron a un nivel muy bajo, sobre todo tras la retirada de la ayuda soviética a la isla, en 1991, que provocó una grave crisis y el comienzo del conocido como el “periodo especial” en la isla, ahora las relaciones han vuelto un recuperar un nuevo brío y Moscú ha mostrado un interés renovado en impulsar sus relaciones con Cuba, donde Putin incluso piensa restablecer bases militares permanentes. En lo económico, Rusia ha incrementado también notablemente sus relaciones con los dos gigantes al sur de Estados Unidos, es decir, México y Brasil.
Europa tampoco escapa al interés del Kremlin por incrementar su influencia en el mundo, en abierto desafío a unos Estados Unidos cada vez menos activos en su acción exterior, pero también porque en los últimos tiempos ha habido una mayor receptividad por parte de Alemania y Francia por intensificar sus relaciones con Rusia. Ambos países, que ya lideran la UE desde la salida del Reino Unido del Brexit, parecen haber optado por una política exterior europea menos condicionada por los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos y reconociendo el hecho, absolutamente insalvable, de la vecindad de Europa con Rusia, por cierto muy en la línea pragmática del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, al que demonizan franceses y alemanes por sus ideas de “extrema derecha”. La política hace extraños compañeros de cama. Por ahora, Rusia está muy atenta a su política exterior, mientras Trump parece mirar a través del espejo retrovisor pero sin tomar muchas acciones determinantes ni asumir el liderazgo que debería tener. ¿Hasta cuándo?