La traición a España de Madrid, Barcelona y París
La última semana de Febrero de 2020 ha sido, sin duda, la más lamentable que ha padecido España desde el final de la Guerra Civil.
La última semana de Febrero de 2020 ha sido, sin duda, la más lamentable que ha padecido España desde el final de la Guerra Civil. Empezó con la bochornosa rendición del Felón de la Moncloa ante el inhabilitado Torra, en un acto casi multitudinario, por la cantidad de ministros y delincuentes golpistas congregados en torno a una Mesa de Partidos tan rabiosamente ilegítima que sólo la indiferencia de la sociedad española ante la liquidación de su soberanía y sus derechos cívicos explica que no se echara a la calle por millones, como tras el 1-O. Y terminó con el acto multitudinario de Puigdemont en Perpiñán, la llamada capital de la Cataluña Francesa, que desde el pacto de Carod Rovira con Ternera para que la ETA matase en Aragón y no en Cataluña, merece serlo del Asco.
Iván Riffensthal televisa la traición
Si un día llegara a juzgarse a Sánchez y a su banda por el delito de alta traición, la primera prueba de convicción sería la coreografía que Iván Redondo, disfrazado deLeni Rieffensthal, ofreció a todas las televisiones. El triunfo de la voluntad, la gran película de la propaganda nazi, tenía la originalidad de empezar con el viaje de un señor corriente, un tal Adolf Hitler a Nüremberg, la catedral de masas del nacionalsocialismo alemán, donde era ungido como Fuhrer de aquel Reich que debía durar 1.000 años.
La imagen del estólido Hitler mirando por la ventana de la avioneta se salía de todo lo conocido en materia de propaganda. Pero entroncaba con el ritual sagrado del cristianismo, paganizándolo. La entronización de Napoleón, tomando del Papa la corona imperial y ciñéndosela él mismo, o Juana de Arco en el Sacre de Reims, el Rey del Cielo coronando al Rey de Francia para expulsar de su suelo a los ingleses, son precedentes de esas formas que a veces adopta la historia para pervertir, fingiendo respeto, los ritos del poder religioso para legitimar a un caudillo político providencial. En España, cuando Franco salvó a los católicos de su exterminio ganando lo que la propia Iglesia Católica llamó Cruzada de Liberación, entraba a los templos bajo palio. Ahora ha dejado que lo desentierren como a un perro. Pero en su día tuvo el sentido, religioso y político, de agradecer a Dios un triunfo casi milagroso, no de la voluntad, sino de la fe de tantos mártires.
En cambio, Hitler es coronado por las masas militarizadas nazis en nombre del pueblo alemán, de la raza aria, como un moderno Sigfrido que tras la venganza deGrimilda volviera a nacer en la cueva de los nibelungos y, a través de la humillación de Versalles, re-forjara otra espada invencible. No hay Dios en Nüremberg, porque todo es triunfo de una doble voluntad: la de un caudillo que es un pueblo y la de un pueblo que elige su caudillo. Es la actualización germánica del totalitarismo comunista, de esa Unión Soviética en que Lenin encarna al proletariado y éste se encarna en Lenin. Sin intermediarios, sin elecciones ni votos, sin discusión, que sería traición.
Puede parecer ridículo comparar a dos mamarrachos como Torra y Puigdemont con Hitler, Lenin, Mussolini, Stalin o Mao. No lo es tanto si se atiende a la verdadera fuerza de los totalitarismos, que es una masa rabiosa pero ordenada, oscuramente tribal pero escolarmente disciplinada. Es la de las diadas que precedieron al golpe blando de Mas y al duro de Junqueras, con la coreografía de Roures y TV3, aventajados alumnos de Riffensthal. Desde el final de la II Guerra Mundial no hay en Europa Occidental nada comparable a la coreografía televisual totalitaria de la política catalana.
La disputada herencia de Pujol
Al lado del alarde golpista diario de TV3, servido por los infinitos pesebres mediáticos que pagamos todos los españoles, el videoclip de la Moncloa presentando el paseo de Torra y Sánchez como el de dos Jefes de dos Estados terminando una guerra mundial, es una chapuza de aficionado. Pero lo importante es el gesto, la imitación, servil como el saludo de Iván Redondo a Torra en Barcelona, en el primero de los sainetes de emulación golpista entre los tripartitos de Madrid y Barcelona, Sánchez y Junqueras.
En el designio socialcomunista y catanazi, Jordi Pujol habría sido un Hindenburg, que llevó al poder a Hitler garantizando un cierto respeto a la legalidad y se murió a tiempo de no arrepentirse. Y sus hijos, respetuosos con su papel de huérfanos, deberían ser Mas, Torra y Puigdemont. Lo que pasa es que ninguna quiere jubilarse. Todos quieren la herencia de Pujol. Ese es el problema de Sánchez: la guerra civil entre las SA y las SS del separatismo, la negativa de los ex-convergentes a entregar pacíficamente el poder al tripartito ERC-PSC-Podemos, gemelo del PSOE-Podemos-ERC.
En teoría, los dos tripartitos tienen todas las de ganar. En la práctica, habrá que verlo, porque la experiencia reciente demuestra que mientras el gran cobarde del 1-O, el forajido de Waterloo, tenga TV3 en sus manos -y la tiene-, puede darle la vuelta a las elecciones, como ha hecho dos veces.
La traición francesa y la división de Ciudadanos
Aunque la responsabilidad fundamental de lo que pasa en España es de los españoles, o, mejor dicho, de los traidores a España que pueblan el Consejo de Ministros, Francia ha mostrado su cara más penosa brindando a Puigdemont tratamiento de Jefe de Estado o caudillo de pueblo irredento. Y ha sido un candidato del partido de Sarkozy, Los Republicanos, el que ha agasajado al golpista y lo ha recibido como si fuera un Mandela paliducho. Cayetana Álvarez de Toledo, que muchas veces parece la única política que se entera de las cosas y obra en consecuencia, ha escrito una durísima carta al presidente de la Asamblea Nacional para que condene ese acto de clara hostilidad contra España. Me sorprendería tanta dignidad francesa, sobre todo teniendo tanta indignidad española a la que acogerse para disimular.
Para colmo, aunque nada más miserable que el comunicado conjunto de los Estados de Sanchilandia y Pujolonia, gramaticalmente lerdo, políticamente necio e históricamente abyecto, una de las tres fuerzas que deberían prepararse para luchar contra el separatismo catalán, vanguardia de todos los demás, se encamina a una división, una escisión o ambas cosas. Ciudadanos está dando muestras de que tiene en su interior dos familias de huérfanos de Rivera: la de Inés Arrimadas, viuda legítima, y la de Francisco Igea, que está resultando mucho más fuerte de lo que parecía.
Unos tratan de salvar el partido aliándose al PP; los otros, apelando a un PSOE que no existe, o buscando un espacio de centro-izquierda que los dos tripartitos han barrido, tal vez para siempre. Ambos tienen parte de razón, pero ambos se niegan a reconocer una realidad tan opuesta a sus intereses, ideas e ideales que no deja lugar para equilibrios. La cuestión de fondo es si Cs se sacrifica por España uniéndose al PP o si se reserva para cuando resucite el PSOE, si resucita, sacrificando de momento la Nación al Partido. Me gustaría equivocarme, pero creo que eso también acabará fatal.