La cultura del odio en Venezuela
Desde un principio si algo ha caracterizado al régimen venezolano ha sido la expansión de la cultura del odio, de la división del país entre amigos y enemigos, partidarios del régimen y adversarios del mismo. El máximo líder, cuando truena, pues no habla, califica a la oposición de “escuálidos” y “vendepatrias”, también de “pitiyankees” vendidos al “Imperio”, que es como Chávez califica a los Estados Unidos.
Día tras día, a través de todos los medios que maneja de una forma arbitraria y puestos a su servicio sin escrúpulos, Chávez arroja más leña al fuego, señalando a la oposición como venida y carente deL más mínimo patriotismo, como si la patria fuera patrimonio exclusivo suyo. Para chávez, en estos años, la oposición sólo responde a intereses exógenos y la descalificación permanente ha sido su brújula en las relaciones con la misma; el diálogo y el consenso son dos palabras que siempre han estados excluidas de sus discurso.
Son muchos los ejemplos de como esta cultura del odio hacia el adversario, que tiene mucho que ver con el concepto político de “amigo-enemigo” desarrollado por el ideólogo fascista Carl Schmitt, movilizan a las bases sociales que tiene el chavismo e incluso le sirven al régimen de vehículo legitimador, en tanto y cuanto es en ese discurso “anti” Chávez encuentra sus mejores argumentos para descalificar a la oposición, justificar toda clase de atropellos contra sus líderes y medios y, sobre todo, cimentar una gran suerte de alianza nacional para “machacar al enemigo”.
Además, para Chávez esta oposición, que esta al servicio de espurios intereses extranjeros, no representa a los venezolanos, sino que es una suerte de “quinta columna”, al estilo de la que hablaba el general Emilio Mola en su marcha hacia la Madrid ocupada por los comunistas, que está al servicio de los “imperialistas” y de Washington. Para Chávez, el mundo no ha cambiado tras la caída del Muro de Berlín, en 1991, y sigue enfrascado en una dialéctica más propia de la Guerra Fría que del nuevo mundo del siglo XXI. Su “socialismo del siglo XXI”, en definitiva no es más que el comunismo de nuevo cuño, en palabras del escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza.
“Tenemos que prepararnos para el escenario, que ellos, lo que llaman el plan B, la embajada yanqui, el imperio yanqui, la CIA (Agencia Central de Inteligencia, en inglés) está preparando, ante este desastre que ellos tienen, ante lo que yo califico como imposibilidad estructural orgánica de derrotarnos en el campo electoral (…) ellos van a tratar de, primero, en el supuesto de que nosotros ganemos con poco margen, pero también lo van a hacer aunque ganemos otra vez con 65 por ciento, y lleguemos a los 10 o 12 millones de votos, que para allá vamos, pero sobre todo si la diferencia es pequeñita, ellos van a tener un plan de violencia”, denunció el máximo líder en una entrevista con el periodista venezolano José Vicente Rangel.
La oposición no es, según Chávez, más que una herramienta de las oscuras fuerzas del “imperio” que pretenden destruir su Venezuela idílica, socialista y democrática y sus líderes, sin excepción, son unas meras marionetas sin capacidad de decisión ni razonamiento; seres que no merecen ni siquiera la consideración humana y, siguiendo las desafortunadas expresiones de su adorado y difunto Muammar Gaddafi, “verdaderas ratas de la política”.
Pero el líder venezolano, más allá de lo pintoresco y anecdótico de sus palabras, la oposición es un enemigo a batir, pisotear y machacar sin contemplaciones, ya que es un enemigo capaz de generar violencia, organizar golpes de Estado y realizar los más abyectos actos al servicio del “imperio”. Al igual que otros líderes fascistas, como Hitler, Chávez, al crearse un enemigo exterior con su “quinta columna” dentro del país, consigue situarse por encima de sus supuestos enemigos tanto en estatura moral como política, pues la oposición, supuestamente, está al servicio de la destrucción de la patria y de un proyecto foráneo que no conecta con la realidad del pueblo venezolano.
Al igual que la Alemania nazi, que creó el mito de la “judería internacional” con sus aliados dentro del país, los comunistas y los judíos alemanes, principalmente, Chávez ha conseguido dividir al país entre amigos y enemigos de la causa, entre patriotas y “vendepatrias” o “pitiyankees”. Este discurso maniqueo, que seguramente en otras latitudes no hubiera tenido éxito, caló en Venezuela y se convirtió en el discurso oficial del régimen que, finalmente, se sustenta sobre estos clichés manidos pero efectivos.
Quien está conmigo, parece decir el máximo líder de la bufonada caribeña, está con la patria, con la Venezuela de Bolívar, con la dignidad del pueblo venezolano, mientras que los opositores tan sólo son vulgares “ratas” al servicio de un proyecto antipatriota y terrorista, gente sin escrúpulos capaz de cometer todo tipo de crímenes en aras de acabar con el proceso revolucionario. Quizá sin ese elemento “anti”, que tan buenos resultados le ha dado a Chávez, la “revolución bolivariana” no hubiera aguantado ni tres días.
Porque algo que no se puede despreciar ni ocultar es que Chávez es una gran comunicador, un líder que dirige sus mensajes a su parroquia, a las clases sociales más bajas y a los sectores más golpeados por la pobreza y la miseria; sabe decir las cosas directamente, sin tapujos, con esa naturalidad del hombre la calle, y no se dirige ni a los sectores ilustrados ni a los intelectuales, su léxico es barriobajero y entendible por todos. Cuando perdió un referéndum, que le ganó la oposición democráticamente, le dijo a sus líderes que no olvidasen que había obtenido una “victoria de mierda”, ¿se puede ser más claro?
El régimen venezolano señala a sus oponentes, los cuelga el sambenito de traidores y vendidos al imperio, cimenta el odio para que sean maltratados, perseguidos, torturados e incluso asesinados, aunque sea bajo la denominación de crímenes comunes y políticos, ¿qué más da si en la nueva Venezuela es más fácil morir asesinado en la calle que en ninguna otra parte del mundo?
Esta cultura del odio, creada, alimentada y propagada desde los mismos centros de poder, e incluso desde el epicentro mismo, el propio Chávez, explica muchas cosas de la nueva Venezuela. La gente corriente, el hombre de la calle, ya no ve la violencia, hasta la injustificada, como algo ajeno a él, sino que es parte de su cotidianidad, algo que se puede utilizar legítimamente contra sus vecinos porque está justificada. Chávez ha generado una cultura del odio, de la violencia visceral, que explica muchas de las cosas que ocurren en Venezuela.
Por ejemplo, recientemente la candidata presidencial María Corina Machado fue tiroteada durante un periplo electoral y nadie fue detenido tras este ataque, supuestamente perpetrado por agentes chavistas, dada la indumentaria “roja” que vestían y porque las imágenes mostraban la desfachatez con la que actuaban sin que ninguna fuerza actuara en contra suya. Para el régimen chavista, una vez que está legitimada la violencia, el fin justifica los medios y todo vale. No se trata sólo de deslegitimar al enemigo, al supuesto adversario, que es cualquiera que no comulgue con la bufonesca sátrapa chavista, sino se trata de aplastar, como “ratas”, a los que disienten del actual estado de cosas que padece Venezuela tras 13 años de paranoia.
En definitiva, y para concluir, el régimen de Chávez, como en la pesadilla política recreada por George Orwell en 1984, necesita su dosis de odio para existir, para justificarse y legitimarse ante el mundo y sus propios partidarios; en el enemigo exterior, el “imperio” y, en definitiva, Occidente, y en en el enemigo interior, los “vendepatrias” y los “pitiyankees”, encuentra su única fuente de alimento ideológico. El sistema creado en estos años ha sido un completo fracaso, una naufragio anunciado previamente, pero que sin embargo se resiste a admitirlo e incluso se presenta como un modelo universal para el mundo. Con su dosis de dos minutos de odio, como en ese universo orwelliano descrito en la novela anteriormente citada, Chávez cree que sus partidarios
El drama, aunque también la tragedia de Venezuela, es que el chavismo no es consciente de su ocaso y su sin razón sin límites, sino que persiste en sus errores, ahonda en ellos y trata de seguir su viaje hacia ninguna parte como si nada, como aquella nave que conducían los antiguos líderes comunista en el siglo pasado sin ningún convencimiento y absortos en sus fracasos como Nerón en el incendio de Roma. Extasiados ante el horrores creado, pero también henchidos de rabia y frenesí ante el atrevimiento de aquellos que cuestionan su permanente ceguera, el chavismo se legitima por el odio al otro, por la demonización del adversario.