Trump, sin nobel de la paz pero hizo la paz

Trump, el hacedor de la paz

Cuando el presidente Donald Trump anunció que había consolidado la paz en Medio Oriente, el mundo presenció algo más que un acuerdo: fue la demostración de que la paz solo se alcanza mediante la fuerza, no con discursos románticos ni con marchas teñidas de ideología. Trump no habló de una “paz galáctica” ni de románticas ilusiones; actuó con la claridad del líder que comprende que la paz se conquista, no se implora.

Durante décadas, la comunidad internacional confundió ser pacíficos con ser inofensivos. Se multiplicaron las flotillas, los manifiestos y los foros en nombre de la “solidaridad”, pero esas manifestaciones no salvaron una sola vida. Al contrario, fortalecieron a los enemigos de la civilización occidental, ofreciendo legitimidad moral a quienes viven del terror. Hamás es el mejor ejemplo: una organización terrorista que esclavizó a su propio pueblo, usó niños como escudos humanos y convirtió a Gaza en un laboratorio del horror, auspiciados por los defensores de la “causa palestina” o idiotas útiles de los verdugos de los palestinos: Hamás.

Trump entendió lo que tantos se negaron a aceptar: sin seguridad no hay paz posible, nunca. Su liderazgo, tantas veces vilipendiado por los progresistas de salón, fue el único capaz de romper el ciclo de violencia que asfixiaba a israelíes y palestinos, uniendo y liderando a las más poderosas naciones de la civilización occidental y a los más importantes países árabes. Lo que sus críticos llamaban “mano dura” resultó ser la única vía realista hacia la estabilidad. Desde los Acuerdos de Abraham hasta la firma definitiva del pacto de 2025, Trump ha demostrado que la fuerza -inherente a la seguridad- empleada con justicia es el único instrumento de paz.

El nuevo acuerdo no es una fotografía para la historia, sino un hecho tangible. La liberación de los rehenes israelíes, el desmantelamiento operativo de Hamás, la creación de una administración civil sin radicales y el inicio de la reconstrucción segura de Gaza bajo supervisión internacional son logros concretos, no promesas. Cada una de estas acciones fue posible porque se impuso primero la fuerza, es decir la misma seguridad. Ninguna negociación florece bajo el fuego del terrorismo.

El pueblo palestino lo comprendió mejor que nadie. Las imágenes de civiles en Gaza celebrando con pancartas y coros diciendo “I love ‘u Trump” son un símbolo histórico: los palestinos no veneraban a Hamás, lo padecían. Querían vivir libres, no morir por una causa extremista sangrienta. Hoy, gracias a una política basada en la seguridad, la fuerza y el pragmatismo – y no en la retórica, el romanticismo y el fanatismo-  esa aspiración empieza a materializarse.

Trump no negoció con los verdugos; los enfrentó. No cedió a los chantajes ni a los discursos hipócritas de quienes, desde la comodidad de la burbuja de Occidente, justificaban la barbarie. Exigió el desarme total, la verificación estricta y el control efectivo de los accesos estratégicos para impedir cualquier rearme del terrorismo. Esa es la diferencia entre un bufón y un líder: el primero busca aplausos, el segundo garantiza resultados.

La segunda fase del plan ya está en marcha y representa la apuesta más ambiciosa de reconstrucción en la historia de Medio Oriente: una Gaza desradicalizada, próspera y segura, bajo una administración civil que rinda cuentas y respete la vida. La paz, entendida en su sentido más real, no se sostiene sobre la debilidad ni la complacencia, sino sobre el orden, la autoridad y la justicia. Solo la fuerza disciplinada y legítima puede proteger la libertad.

Mientras tanto, en las calles de Europa y América, los mismos que callaron ante las masacres de Hamás y marchan con banderas de odio, vandalizan ciudades y exigen “paz” destruyendo todo a su paso, no celebran el acuerdo logrado ni representan la solidaridad, sino la confusión moral de quienes se convirtieron en “influencers” del extremismo terrorista. La paz no nace de la anarquía ni de la propaganda, sino del respeto al derecho y de la defensa firme de la seguridad.

La lección que deja Trump al mundo es clara y universal: la seguridad no es enemiga de la paz, es su cimiento y garantía. No la hubo en Colombia cuando se premiaron los delitos con curules; no la hay en Europa cuando se tolera la invasión islamista; y no la habría hoy en Medio Oriente si Trump no hubiera actuado con determinación. La historia enseña que cada vez que se renuncia a la fuerza legítima, el mal se expande.

Hoy, el nombre de Donald Trump quedará grabado como el del hacedor de la paz, el líder que entendió que solo garantizando la seguridad se puede garantizar la paz, la vida misma. Medio Oriente no se transformó con discursos ni promesas, sino con decisiones valientes. Porque la paz no se sueña ni se declama: se impone, se protege y se mantiene. Y solo quienes tienen el coraje de defenderla con firmeza pueden llamarse, con justicia, hacedores de la paz.

“Si quieres paz, prepárate para la guerra”.

Hainer Alvernia

Abogado y Magíster en Seguridad

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