TRAS UN MES DE PROTESTAS EN COLOMBIA, DUQUE DEBE RECTIFICAR
Después de varias semanas de protestas en las calles colombianas, con estallidos de violencia descontrolados en varias ciudades, las espadas siguen en alto y el malestar ante la actitud del ejecutivo que preside Iván Duque lejos de amainar, quizá por cierta torpeza a la hora de manejar la crisis, se extiende a todos los sectores sociales y políticos del país. Hasta el uribismo está descontento con Duque.
por Ricardo Angoso
El balance de este mes largo de protestas no puede ser más desolador y destructivo, tanto en términos económicos como sociales y políticos. Las protestas se han caracterizado por la violencia, el vandalismo y el uso de la fuerza por parte de los cuerpos de seguridad, con varias decenas de muertos en las calles, centenares de heridos y un número indeterminado de desaparecidos, aparte de la destrucción de numerosos edificios públicos y negocios privados, causando enormes pérdidas económicas y daños todavía por cuantificar.
La crisis parece agravarse y las consecuencias de la misma a la vista están. Colombia ha sido condenada por varias instancias internacionales por las violaciones de los derechos y la violencia desproporcionada utilizada por los cuerpos de seguridad del Estado en las protestas; la imagen internacional de Colombia, con la transmisión de unas apocalípticas imágenes de las marchas y protestas en todos los informativos del mundo, está por los suelos; el turismo ni se le espera ni seguramente volverá en meses y, finalmente, la credibilidad del gobierno y de su presidente, Iván Duque, cuando quedan meses para que concluya su mandato, está por los suelos, tanto en el exterior como en el interior del país.
Además, por mucho que se trate de desviar la atención de la opinión pública nacional e internacional con qué en las protestas hay mano exterior, supuestamente la trama apunta a los gobiernos de Caracas y La Habana, sería una simpleza culpar a esa trama exterior de todo lo que está ocurriendo en Colombia, donde el malestar social por la grave crisis que atraviesa el país es evidente, y donde la sensibilidad por parte de las autoridades hacia los más desfavorecidos ha sido escasa o nula durante los casi dos años que ya dura el devastador tsunami económico generado por la pandemia del covid-19.
Tampoco parece razonable culpar de todos los males que están ocurriendo en el país al candidato de la izquierda, Gustavo Petro, que seguramente tiene sus intereses en esta crisis y querrá obtener sus réditos políticos, pero la coyuntura actual es más profunda y compleja que los cálculos políticos que hace la derecha uribista, que va camino al precipicio con su presidente al frente, y de una izquierda dividida y atomizada que todavía ni siquiera ha definido su candidato cara a las elecciones del próximo año. En política, el año que queda hasta las mismas es una eternidad y pueden pasar todavía muchas cosas. Estamos hablando de una crisis profunda del Estado y de sus instituciones, de una desafección radical y rotunda entre los ciudadanos, pero especialmente de los más jóvenes, y sus representantes políticos, con el presidente Duque y sus ministros al frente de un barco que se hunde irremediablemente.
No se trata ya de enarbolar la estéril retórica de que Colombia es una democracia y las instituciones políticas funcionan, pues no es cierto en términos de lo que clásicamente se conoce a este modelo en la ciencia política clásica.La democracia colombiana ha sido reducida por la elite gobernante a ser un mero decorado de cartón piedra en que la gente vota cada cuatro años para dar la apariencia democrática al sistema, pero una democracia no es solo eso, sino que constituye un sistema político de pesos y contrapesos, de elementos que garantizan derechos y libertades fundamentales para todos los ciudadanos y de unas mínimas normas de orden social para dar equilibrio al sistema que aquí no existen.
Una democracia que no es capaz de garantizar los derechos fundamentales de la salud y educación, como ocurre en Colombia, es una democracia tullida. Una democracia absolutamente corrompida, en la que una buena parte de los cargos políticos utilizan al Estado para enriquecerse sin ningún pudor, tal como lo padecemos ahora, y donde el sistema judicial está intrínsecamente podrido, tal como sabemos todos, no es una democracia, es una caricatura en sí misma como un espejo de esos invertidos en el que al reflejarnos en el mismo nos transmite nuestra propia imagen deforme, cómica y ridícula. El Estado colombiano, históricamente, solo sirvió para enriquecer a los más ricos e ignorar a los más pobres hasta casi dejarlos en la indigencia total.
Ese paradigma debe cambiar, hay que rectificar ese enfoque de Estado corrompido que ha atravesado a todos los gobiernos de todos los colores, y ser capaces de construir un verdadero Estado de Bienestar, aunque sea con unas bases míninimas, probablemente deficientes y endebles, pero que sea el portador de un nuevo enfoque de un país más inclusivo, justo e igualitario. O tenemos la voluntad política de rectificar ese enfoque, sentando unas nuevas bases para integrar a todos los sectores sociales de Colombia, o quizá se avecina un auténtico cataclismo que nos arrollará a todos para siempre.
DUQUE DEBE RECTIFICAR Y ADOPTAR UNA NUEVA ESTRATEGIA ANTE LA CRISIS
La militarización del paro nacional, tal como ya ha anunciado Duque bajo el traje de “asistencia militar” a la fuerza policial, es matar moscas a cañonazos, como se dice vulgarmente. Uno siempre ha pensado que el trabajo de los asesores políticos y los estrategas mediáticos de los líderes consiste en prevenirles o avisarles acerca de sus posibles errores, no en señalarles el camino hacia el precipicio más profundo y pronunciado. Centrarse en la oralidad peliculera, cargada de vacuidades y efectos melodramáticos sin contenido, no parece, desde luego, el camino para conectar con la ciudadanía y sobre todo infundir confianza en un momento en que todos la han perdido en su presidente. Es obvio y evidente que Duque está muy mal asesorado.
En este momento crepuscular del uribismo y de su presidente, cuyo mejor muestra de lo mal asesorado que está fue la presentación de su reforma tributaria, alguien le debería de decir al presidente que debe rectificar, evitar el uso de la fuerza -que es una muestra de debilidad- y emplazar a todos los actores sociales y políticos a una verdadera mesa de diálogo nacional con propuestas, contenidos concretos y un verdadera voluntad de cambio, en lugar de la manida retórica plagada de palabrería altisonante sin contenidos prácticos sobre la mesa. No hay otro camino en el horizonte más que un diálogo abierto, sincero y sin exclusiones, incluso incluyendo a Petro. De empecinarse Duque en su camino hacia ninguna parte, solamente usando la fuerza bruta, el país se encaminará, sin duda, hacia el peor de los escenarios y las consecuencias pueden ser catastróficas e impredecibles para todos. Ojalá rectifique.