Kosovo o el regreso a la barbarie

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Regreso al Kosovo

Ricardo Angoso
(en la foto el autor del artículo con el presidente de Serbia, Boris Tadic)

La reciente declaración de la Corte Internacional de Justicia establece un precedente muy grave que puede servir de acicate o estímulo a otras entidades secesionistas.

Nuevamente, como desde hace ya dos largas décadas, la cuestión de Kosovo vuelve a las primeras páginas de la actualidad, mostrando, a las claras, que el proceso de desintegración de la antigua Yugoslavia parece no querer concluir nunca, aunque todo ello, muchas veces, más a tenor de la torpe diplomacia occidental para la región que a los deseos y aspiraciones reales de los pueblos de los Balcanes. Kosovo, tierra mítica para los serbios, aunque sean minoría en ese territorio, y espacio irrenunciable para el proyecto nacionalista albanés, es el más viejo conflicto de los Balcanes. Desde la batalla del Campo de los Mirlos, en 1389, que supuso la larga dominación otomana en esta parte del mundo por casi seis siglos, los bardos serbios y albaneses mitificaron al Kosovo y lo convirtieron en su fetiche sagrado.

Luego, en el siglo XX, los territorios yugoslavos cambiaron de unas manos a otras en función de las lógicas político-militares de las grandes potencias. Así, entre 1918 y 1941, el Kosovo perteneció a la Yugoslavia monárquica; más tarde, entre 1941 y 1945, estos territorios serbios fueron repartidos entre alemanes e italianos; y después, tras la derrota del Eje, se fundó la Yugoslavia socialista (1945-1991) que agrupaba a las seis repúblicas yugoslavas y las regiones autónomas de la región/país hoy en disputa y Voivodina.

Ya más recientemente, en 1999, el grave deterioro de la situación en Kosovo, sobre todo a raíz de los violentos enfrentamientos entre las fuerzas yugoslavas y la organización terrorista Ejército de Liberación de Kosovo (UCK), llevó a la OTAN a una intervención militar contra Serbia, que duró 78 días, y cuyas principales consecuencias fueron la creación de un régimen de protectorado internacional bajo el paraguas de las Naciones Unidas y el establecimiento de un régimen de autogobierno para los albanokosovares. El resto de las minorías, entre las que destaca la serbia, nunca participaron activamente en las instituciones políticas de la región ante la falta de garantías políticas y las constantes violaciones de los derechos humanos por parte de grupos terroristas cercanos al extinto UCK.

La resolución 1244 y la integridad territorial de Serbia
La resolución 1244, por la que se creaba este protectorado, dejaba bien claro que se garantizaría la integridad territorial y la soberanía de Serbia, al tiempo que las fuerzas internacionales desplegadas allí por la OTAN garantizarían el respeto y los derechos de las minorías. Pero las cosas no fueron así. Entre 1999 y 2009, según informan casi todas las organizaciones internacionales presentes en la región, se sucedieron cientos de ataques contra civiles indefensos, mayoritariamente serbios pero también de otros colectivos étnicos, y las fuerzas militares de la Alianza Átlantica no fueron capaces de proteger a este colectivo que se vio forzado a vender sus propiedades y, por lo general, a emigrar. Cientos de ellos, Belgrado eleva la cifra hasta los 3.000, murieron a manos de sus agresores y la mayor parte de estos hechos que deberían avergonzar a Europa quedaron impunes. Hoy se estima que apenas quedan entre 80.000 y 90.000 serbios frente a casi unos dos millones de albaneses; hace apenas unos años era casi un cuarto de millón.

En febrero de 2008, y bajo el auspicio de los Estados Unidos con el apoyo de Alemania, Francia y el Reino Unido, los albanokosovares, a través de su autoproclamado parlamento en donde no se sienta la minoría serbia y otros colectivos por no poder ejercer sus derechos, declaran unilateralmente la independencia, contraviniendo la ya citada resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas e iniciando un proceso secesionista único y llamando a generar controversias y tensiones en los Balcanes. Belgrado, pese a la cascada de reconocimientos internacionales -más de 69 naciones han reconocido a Kosovo hasta la fecha-, nunca aceptó esta declaración unilateral y consideró ilegal el “procedimiento”, por decirlo de una forma eufemística, empleado para separar por la fuerza a este territorio histórico que conformaba hasta entonces a la nación serbia. España, junto a otros cuatro países de la Unión Europea (UE), también se negó a reconocer al nuevo Estado albanés, pese a las insistentes presiones de sus aliados y amigos.

Serbia, tras esta clarísima agresión a su integridad territorial, confió en que las organizaciones internacionales pondrían las cosas en su sitio y apeló al buen nombre y ofició de la Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas. Los dirigentes serbios, en vista de lo que ocurrió ayer, se equivocaban, pues la Corte falló a favor de los albanokosovares y consideró que la declaración unilateral de independencia no quebrantaba la legalidad internacional, contradiciendo de una forma clara las mismas resoluciones que emanan de su Consejo de Seguridad.

Todo parece indicar que Belgrado ha perdido la batalla, que tendrá que abandonar la lucha y aceptar, como ha ocurrido siempre, los designios de las grandes potencias, aunque esta vez, como en otras ocasiones, sean erróneos. Las consecuencias colaterales que pueden venir tras este fallo son muchas. Para la región, en primer lugar, la entidad serbia de Bosnia y Herzegovina, casi el 50% de este endeble y ficticio país, puede verse ahora tentada de abandonar un Estado al que los serbios fueron obligados a integrarse a la fuerza. Lo mismo puede ocurrir en la entidad croata de Bosnia e incluso en el Sandjak serbio. Quizá Kosovo es el alto precio que tendrá que pagar Serbia por integrarse en la UE, ¿será así?

Luego, ya fuera de los Balcanes, las aspiraciones secesionistas de la no reconocida internacionalmente “República Turca del Chipre Norte” cobrarán más fuerza que nunca. Lo mismo ocurrirá con las regiones de Abjasia y Osetia, segregadas de Georgia por la fuerza y reconocidas como “países” por Rusia, y en la república fantoche del Transniéster moldavo, ¿quién parará las ansias de nación si las mismas Naciones Unidas, a través de su Corte de Justicia, avalan actos ilegales y cuya principal base legitimadora es el uso del terror? En definitiva, y para concluir, tras Kosovo, todo vale, incluso el uso de la fuerza para construir a sangre y fuego nuevas realidades políticas, tal como ha ocurrido en los Balcanes.

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