¿Quién ganó la batalla de Cataluña?

¿QUIÉN GANÓ LA BATALLA DE CATALUÑA?

Nuevamente Cataluña aparece partida en dos, dividida en dos bandos antagónicos, y ante un escenario realmente complejo de cara a formar un gobierno estable que haga frente al embrollo independentista.

por Ricardo Angoso

Como suele ocurrir en casi todas las elecciones en Cataluña desde hace varios lustros, el resultado de las mismas vuelve arrojar más sombras que luces, más incertidumbres que certezas, toda vez que el duelo no despeja el panorama político y vuelve a acentuar la división entre los dos bandos en liza: independentistas y no independentistas.

El bloque de partidos que defiende la independencia de Cataluña -conformado por la izquierdista Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), el centro derechista Juntos por Cataluña (JxCat) y la extremista CUP- han obtenido, en total, el 50% de los votos emitidos y 74 de los 135 escaños en disputa, quedando, por tanto, el legislativo en manos de los nacionalistas que defienden la secesión de esta histórica región española. ERC tiene 33 diputados, JxCat logró 32 y la CUP, 9, doblando sus resultados de 2017 y sumando incluso uno más.

Mientras se consolida el bando independentista liderado por estas fuerzas nacionalistas, también se detectan importantes cambios en el grupo de partidos contrarios a la independencia de Cataluña, como la rotunda irrupción de Vox en la escena política catalana, habiendo logrado 11 diputados cuando apenas hace unos meses era una fuerza extraparlamentaria y apenas aparecía en los sondeos publicados. Otra de las grandes revelaciones de la jornada han sido los socialistas -el PSC-, que dobla sus resultados, pasando de 17 diputados a 33 y logrando el primer puesto en votos, con el 23% de los mismos, y superando a las dos grandes fuerzas nacionalistas -ERC y JxCat-.

En lo que respecta al resto de las fuerzas españolistas, hay que reseñar un nuevo descenso en puntos porcentuales del Partido Popular (PP), que aunque mantiene los mismos escaños -apenas 3 sobre 135- no logra calar en la sociedad catalana y cuyos resultados cuestionan la estrategia de su máximo líder, Pablo Casado, cuya dureza contra Vox queda en entredicho y puesta en tela de juicio. Ahora, con estos paupérrimos resultados encima de la mesa, son muchos los que en el interior del partido le cuestionan como líder a Casado y le exigen un cambio de rumbo.

LA DEBACLE DE CIUDADANOS Y LA TRANSVERSALIDAD DEL SISTEMA CATALAN

Pero la gran derrotada de la jornada es, sin lugar a dudas, es la formación política que preside Inés Arrimadas, Ciudadanos, que ha pasado de ser la primera fuerza de Cataluña hace cuatro años a cosechar ahora unos resultados decepcionantes, con apenas el 5% de los votos y seis diputados, dejando atrás aquellos 37 diputados de entonces y una cuarta parte del electorado del total del voto catalán. Un batacazo histórico sin necesidad de utilizar otros eufemismos y todo ello a pesar de que Arrimadas procedía de Cataluña y ha sido allí donde hizo toda su carrera política.

El partido que sí ha conseguido detener la sangría de votos y escaños es la matriz catalana de Podemos -ECP-PEC-, que retiene los ocho escaños que obtuvo en el 2017 y apenas se erosiona en términos electorales tras haber pasado la humillación de haber desaparecido políticamente en Galicia y haber perdido peso electoral en el País Vasco, donde en los comicios celebrados en ambas regiones en el año 2020 obtuvo unos resultados cuando menos decepcionantes. El líder de esta formación, Pablo Iglesias, atraviesa uno de sus peores momentos, debido a su papel cada vez más criticado en el ejecutivo de Madrid, y su figura es seriamente cuestionada, tanto en el interior del partido como en el exterior del mismo. Estos resultados son un balón de oxígeno para su formación y para su liderazgo al frente de la misma.

Una de las características del sistema político catalán es que es absolutamente transversal, en el sentido que el voto independentista va desde la derecha hasta la izquierda y, de la misma forma, ocurre con el voto “españolista”, haciendo que la conformación de bloques o coaliciones de gobierno mucha veces se establezcan siguiendo criterios contra natura, en términos ideológicos, es decir, el gobierno siempre se acaba estableciendo en función de la adhesión inquebrantable a uno de los dos bandos en liza, a veces en contra de toda lógica y de la misma naturaleza de las fuerzas que lo conforman.

Por ejemplo, la composición actual del parlamento catalán favorecería la creación de un gobierno izquierdas -ERC, PSC, Podemos y Cup tienen la mayoría sumando en total 93 de los 135 diputados-, pero, en la práctica, el bando independentista acabará seguramente formando gobierno y ERC, que cuenta con 33 escaños, liderará el mismo con la más que segura ayuda de JxCat y la CUP. Pese a su subida espectacular, el PSC lo tiene realmente difícil para formar gobierno y, de poder convencer a ERC para lograrlo, tendría que hacer impopulares concesiones a los independentistas, algo que los socialistas no se pueden permitir en las actuales circunstancias por ser el partido que gobierna ahora en Madrid y que tendría altos costes electorales en el futuro.

La batalla de Cataluña ha quedado nuevamente en tablas debido a que los dos bloques se muestran casi simétricos electoralmente hablando y también porque el independentismo sigue sin ser un proyecto político que concite a una mayoría suficientemente amplia de catalanes para llevar a cabo el proceso de secesión aún no coronado. El nacionalismo catalán, que siempre se miró en el espejo de la experiencia de los países bálticos -Lituania, Letonia y Estonia- y de los Balcanes, pero principalmente en los casos de Croacia y Eslovenia, debería recapacitar acerca de su naturaleza no mayoritaria  en la sociedad catalana y del alto coste social y político que tendría abanderar un proceso de estas características en una sociedad tan polarizada, incluso sin descartar que poner en marcha el mismo podría acarrear el riesgo de una confrontación civil, tal como se asomó durante la campaña por el referéndum independentista en el año 2017. Por ahora, las espadas siguen en alto y no parece que se vislumbre, tal como sería deseable, un gran acuerdo nacional en Cataluña que supere el transversalismo y que genere unas expectativas de dar una solución a este embrollo por la vía del diálogo, generando, a la larga, un marco sólido de convivencia y concordia. Ese escenario, por ahora, aunque sería el más deseable no parece el más cercano.

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