TAIWAN, PRIMER ESCENARIO DE LA NUEVA GUERRA FRIA
La guerra fría entre los Estados Unido y China, que rivalizan por extender su influencia política y económica en todo el mundo, ya está servida y Taiwán, como el Berlín dividido de los tiempos soviéticos, es el nuevo epicentro de la tensión y lucha entre ambas potencias.
por Ricardo Angoso
Taiwán nació como país en 1945, cuando las fuerzas nacionalistas del Kuomintang (KMT), que entonces gobernaba en China, se hicieron con el control de la isla y pusieron fin a cincuenta años de dominación japonesa. Cuatro años más tarde, en 1949, los nacionalistas fueron derrotados por los comunistas de Mao Tse Tung en la guerra civil china. El Partido Comunista Chino se hizo con todo el poder en Pekín, mientras que los nacionalistas del KMT huían en masa hacia Taiwán.
El Gobierno de la República China huyó a Taiwán junto con otros dos millones de personas, muchos de ellos funcionarios y militares que servían en la administración, llevándose consigo muchos tesoros nacionales y gran parte de las reservas de oro y de divisas de China. Desde ese momento, Taiwán ha estado expuesta a una inminente invasión por parte de la China comunista -la República Popular de China oficialmente- y tan solo la guerra de Corea, en junio de 1950, evitó su ocupación militar.
Pero también, como señalaba el analista Tanguy Lepesant en las páginas de Le Monde diplomatique recientemente, esta supervivencia se debería “a la protección estadounidense de Taiwán como parte de la política de contención del comunismo en Asia. La situación en el estrecho de Formosa permaneció congelada durante décadas”.
DE CHIANG KAI-SHEK A TSAI ING-WEN
Entre 1950 y 1975, el país fue gobernado con mano de hierro por el sempiterno líder de los nacionalistas, Chiang Kai-shek, quien era, a su vez, el jefe máximo del partido desde 1925 hasta su muerte. El régimen reprimía duramente toda forma de disidencias y muchos ciudadanos taiwaneses fueron arrestados, torturados, encarcelados y ejecutados por su vínculo real o percibido con los comunistas.
Esta política de mano dura contra la oposición y los disidentes del régimen, generalmente procedentes de la elite cultural y política de la isla, no fue óbice para que las relaciones con los Estados Unidos se fortalecieran en aquellos años y que incluso en plena guerra fría el presidente estadounidense Dwight Eisenhower visitara la isla en 1960. Las señales de alerta para la diplomacia taiwanesa, sin embargo, saltaron cuando el presidente norteamericano Richard Nixon, animado por su consejero Henry Kissinger, visitó China en 1972 e inició una suerte de alianza estratégica con la potencia comunista, que en aquellos años también rivalizaba con la Unión Soviética en la escena internacional.
El régimen político nacionalista, tras la muerte de Chiang Kai-shek en 1975, se mantuvo en el poder hasta 1987, en que comenzó la lenta transición a la democracia en Taiwán y se registraron nuevos partidos políticos que competían abiertamente con los nacionalistas en igualdad de condiciones. En estos años, el debate político ha estado condicionado por la persistencia de un agudo debate entre independentistas, liderados y agrupados en el Partido Democrático Progresista, y los que defienden alguna forma de integración y cooperación con la china comunista, entre los que se encuentran muchos miembros del KMT.
En lo que respecta a las relaciones con los Estados Unidos, en 1979, bajo el mandato de Jimmy Carter, Washington dio por cerradas sus relaciones diplomáticas con Taipei y reconoció oficialmente a la China comunista, siguiendo la estela de sus dos antecesores en la presidencia norteamericana, Nixon y Ford, que habían iniciado la “normalización” de las relaciones políticas y diplomáticas con Pekín. Tras ese reconocimiento norteamericano, numerosos países hicieron lo mismo y rompieron relaciones con Taiwán; hoy, pese a que el país cuenta con propia moneda, bandera e instituciones propias de una democracia moderna, solamente quince países reconocen a Taipei como de pleno derecho en la escena internacional.
En el año 2016, las elecciones presidenciales fueron ganadas por la candidata del Partido Democrático Progresista, Tsai Ing-wen, una independentista con agallas que siempre ha defendido la soberanía y la seguridad nacional de Taiwán al margen de cómo se desarrollen las relaciones con la China continental, algo que incomodo a Pekín desde el comienzo de su mandato y que sigue siendo, al día, motivo de fricciones entre ambas partes. La nueva presidenta taiwanesa defendía y sigue defendiendo, sin ambage de dudas, una identidad taiwanesa diferenciada y sin complejos de la china. Algo que, por cierto, coincide con lo que piensan el 80% de los jóvenes menores de 30 años en la isla y que se consideran simplemente “taiwaneses”, desdeñando abiertamente el sueño de la unidad china.
LA IMPORTANCIA GEOESTRATEGICA DE TAIWAN
“De atender a la escalada verbal e incluso militar entre Washington y Pekín, Taiwán, de superficie algo mayor que Cataluña y 23 millones de habitantes, es la llave maestra de la hegemonía asiática e incluso global. No es una novedad, puesto que observadores de primer nivel vienen señalándolo desde hace años. Paul Wolfowitz, que formó parte de los equipos de George Bush, adjudicó a la isla un papel similar al del Berlín dividido durante la Guerra Fría. Robert Kaplan, el redescubridor de geopolítica, aseguraba hace más de siete años que “si la independencia de facto de Taiwán se viera comprometida, aliados como Japón y Australia, incluyendo todos los países ribereños del Mar de China Meridional, reformularían sus preferencias de seguridad y se acomodarían perfectamente al ascenso de China”, aseguraba con mucho tino el analista Lluis Bassets.
En esta percepción, que le da un valor estratégico a la isla mayor que su potencial económico, territorial y demográfico, también confluyen ideas neoimperiales y de superar, por parte de China, como viejos agravios del pasado con las potencias occidentales. Pekín considera que en el pasado los occidentales les humillaron y mancillaron desde el final de la Guerra del Opio (1842). Tras el retorno de Macao y Hong Kong a titularidad china, China considera que su única asignatura pendiente por recuperar y restituir su total integridad territorial es Taiwán.
Es una política, como señala la analista Eva Borreguero, del diario español El País, “en la que, por encima de aperturas coyunturales y declaraciones tranquilizadoras sobre relaciones pacíficas, se impone en última instancia, la coerción. Una política consistente con el fin de recuperar aquellos territorios que en el pasado formaron parte del imperio, con Taiwán como joya de la corona que Xi Jinping aspira portar. El ministro de Defensa taiwanés ha informado de que en cuatro años China estará en condiciones de invadir la isla. Y The New York Times, con datos del Pentágono, informaba de una victoria para Pekín si Estados Unidos interviniese en Taiwán. El tiempo apremia”.
Como señalaba el experto ya citado Lepesant, “De hecho a ojos de Estados Unidos, Taiwán siempre ha sido un peón cuyo valor estratégico relativo forma parte de los cálculos de la realpolitik regional, un valor que en los últimos años cotiza al alza. Después de haber sido una pieza importante de la política de contención al comunismo en la Guerra Fría, la isla se convirtió en el modelo de sociedad democrática y capitalista que Washington podría inculcar en China mediante una política de compromiso”.
La disputa, como sigue señalando Bassets, “no es solo territorial, sino que incluye todas las aristas de un conflicto incontrolable. Históricamente, es el último retazo de un antiguo imperio que Pekín quiere recuperar tras el siglo de humillación colonial. Econónicamente, es el primer productor de microchips, esenciales para la industria global. Geográficamente, es la puerta del mar de la China meridional, que desagua en el estrecho de Malaca y concentra una tercera parta del tráfico marítimo global. Ideológicamente, el escaparate democrático frente al modelo democrático del partido único”.
CONTINUARÁ