La presencia de terroristas de las FARC, o sus cabecillas, que viene a ser lo mismo, junto a las víctimas del Holocausto, amén de al lado numerosos representantes de la sociedad civil, es un hecho que provoca sonrojo, vergüenza y humilla a las víctimas de la mayor matanza de la historia.
Por diversas razones que no vienen al caso, no he podido asistir este año al acto en homenaje a las víctimas del Holocausto, tal como había hecho en anteriores convocatorias, aunque quizá me he evitado asistir a un acto que en lugar de haber servido para rendir tributo a los que no están y a los que sufrieron en sus carnes la brutalidad nazi ha sido el pretexto para reivindicar la rehabilitación de los responsables de los más atroces crímenes en la historia reciente de Colombia. Sentar en los mismos puestos, cuerpo a cuerpo, casi en contacto físico, a los hombres y mujeres víctimas de la Shoa junto a los terroristas de las FARC, es el mayor despropósito que he podido contemplar en mi humilde vida, no puedo entenderlo, ni justificarlo, bajo ningún modo.
No tengo nada contra la izquierda que de una forma pacífica, y a través de los cauces políticos, ha defendido durante toda su vida sus ideas, principios y valores en la sociedad colombiana de una forma digna y respetuosa, pero sí mantengo mis lógicas reservas contra aquellos que hicieron de la violencia y el terrorismo sus instrumentos de acción política, causando miles de muertos, incontables desaparecidos, muchos de ellos todavía en las cunetas y sin un enterramiento digno, y el sufrimiento de millones de colombianos. No tengo el derecho de perdonar a estos criminales el daño causado como tampoco el derecho de otorgar ese mismo perdón a los miles de verdugos de todas las nacionalidades que participaron en el Holocausto, el mayor genocidio de la historia de la humanidad que causó seis millones de judíos asesinados, amén de los gitanos, homosexuales, prisioneros de guerra, comunistas y gitanos inmolados en los altares del odio.
Los alemanes pretendían autojustificarse por su complacencia ante el crimen con la coartada del desconocimiento, pero el argumento no se sostiene y las evidencias en su contra son muchas para andarse por las ramas de la duda. Lo mismo ocurre con los criminales de las FARC, que todavía no han revelado siquiera donde están los miles de desaparecidos y secuestrados que borraron para siempre y de una vez por todas de la faz de la tierra y cuyo destino se niegan a revelar. No puedo perdonar en su nombre, lo siento, ni perdono ni olvido porque no están y de hacerlo cometería una impostura moral, la misma que han cometido los frívolos responsables que, llevados por sus veleidades progresistas, han invitado a las FARC al acto del Holocausto.
El periodista Jesús Ceberio lo señalaba muy acertadamente al referirse al Holocausto: “Contra toda lógica, una parte sustancial del pueblo alemán hizo suya la inculpación de los judíos hasta la capitulación, momento en que el Holocausto entró en el limbo de la amnesia colectiva. Nadie había visto nada, nadie sabía nada acerca de aquel secreto de familia que casi todos habían compartido”. Qué oportunas estas palabras para juzgar estos hechos. Los dirigentes de las FARC cumplen a rajatabla estos preceptos: nunca vieron nada, ni fueron responsables de los crímenes cometidos por sus subordinados, ni por acción, ni por omisión. Qué ignominia, qué tristeza.
Eichmann en Bogotá
De repente, como si de un accidente natural se hubiera tratado, cesó el aliento criminal de toda una época y comenzó otra sin mirar hacia atrás, sin la necesidad de comprender cómo fue posible y por qué; no había tampoco remordimiento, pues no había culpa, y el tiempo se encargaría de hacer olvidar, y sobre todo borrar para siempre, los resultados de una política demencial y asesina. Podían mirarse a la cara sin rubor ni vergüenza pues no se sentían culpables ni responsables, nadie lo era, pensaban, tan sólo un sistema político totalitario y totalizador que les había anulado y les había obligado a cometer los crímenes, a cumplir órdenes, en el sentido que lo entendía el genocida Adolf Eichmann. Qué sencillo resulta vivir así, como les pasa a los dirigentes de las FARC, sin asumir responsabilidades colectivas ni individuales, adaptándose a una forma de entender la vida, casi a una filosofía, donde no existe ni la culpa, ni el “pecado”. Y muchos menos el remordimiento por el daño causado al otro; no hay necesidad de pedir disculpas a nadie porque nadie fue responsable de lo acaecido. Así vivimos en la Colombia de hoy, como en la Alemania de ayer, en los reinos de la impunidad y el olvido.
Pero, sin embargo, la realidad desnuda de los campos estaba ahí tras la guerra y era inocultable, como un secreto compartido en secreto por millones de alemanes y que no podía ser desvelado a los otros, en una extraña complicidad entre los criminales que ejecutaron la “Solución Final” y los incomodos testigos de tantas atrocidades. Como también la realidad desnuda de los daños y el dolor causados por las FARC están ahí por mucho que ahoga algunos se empeñen en maquillarlos e incluso pasarlos por alto bajo la sospechosa sombra de hacer una justifica a la medida de sus crímenes e incluso banalizarlos, tal como denunció la filósofa judía Hannat Arendt en su alegato en forma de libro Eichmann en Jerusalén.
Me imagino que para los que tuvieron la ocurrencia de invitar a los dirigentes de las FARC, los antiguos terroristas son idealistas en todo el sentido de la palabra y hombres que luchaban por una suerte de “hombre nuevo”, como los nazis también lo eran en cierto modo. Lo explicaba muy bien Arendt: “Para Eichmann, el “idealista” era el hombre que vivía para su idea –en consecuencia, un hombre de negocios no podía ser un “idealista”- y que estaba pronto a sacrificar cualquier cosa en aras de su idea, es decir, un hombre dispuesto a sacrificarlo todo, y a sacrificar a todos, por su idea”. Como los criminales de las FARC.
En cualquier caso, como explica el profesor y pensador Reyes Mates, al recoger algunas ideas de los filósofos Walter Benjamín y Max Horkheimer, “sin memoria no hay justicia porque el olvido ataca, destruye y disuelve la verdad y la existencia de la injusticia. La especie humana avanza olvidando, por eso la injusticia se repite”. Este ciclo de crimen, olvido y después nuevamente el crimen se repite desde hace siglos en la historia de Europa y explica el origen de tanta barbarie, también la nazi. Y, por supuesto, las de sus alumnos aventajados de las FARC.
Nunca me sentaré al lado de terroristas, podré hacer la vista gorda y, una vez que pasen por la Justicia y paguen por sus crímenes, perdonarles, pero nunca, nunca, bajo ningún supuesto, me sentaré en la misma mesa con gentes manchadas de sangre, ni de ETA, ni de las FARC, allá cada uno con su conciencia. Me alegra no tener que haberlo hecho este año en el homenaje a las víctimas del Holocausto y me da lástima ver a algunos conocidos, hombres probos y de gran rectitud moral, sentados sin ningún atisbo de vergüenza junto a terroristas de probada trayectoria criminal. Qué lástima tener que rendir pleitesía ante las imposiciones de la corte progresista y sus veleidades supuestamente liberales para no quedar como un reaccionario.