Si creemos en la palabra del Gobierno -como queremos creer, contra todo escepticismo, en su interés por obtener la paz, solo como beneficio nacional- de pretender impulsar su nuevo plan para adjudicar en el término de dos años la construcción de 6.000 kilómetros de carreteras, se estaría cancelando una deuda, desde hace muchos años impagable, con la red vial colombiana.
La infraestructura vial que tiene el país es de las más atrasadas si la comparamos aun con naciones de más arcaica conectividad física en Latinoamérica.
Dice el último informe de Competitividad del Foro Económico Mundial que la calidad de las carreteras colombianas es la más baja en la región.
Nos aventajan naciones de economías tan precarias como Ecuador, Nicaragua y Bolivia. Es tan degradante nuestra ubicación en el ranquin regional que ni siquiera, como premio de consolación, se nos podría aplicar el refrán de que en país de ciegos el tuerto es rey.
La mayoría de nuestras carreteras son trochas. Según el Foro Económico, el país ocupa el puesto 126 entre 144 naciones clasificadas.
Bordea los límites del club de países calificados de “extremadamente subdesarrollados”.
Con tales vías/trochas vigentes en un mundo global e intercomunicado, las ventajas competitivas para pisar duro en el comercio internacional, se nos acortan. Y si a ello le sumamos la inexistencia de ferrocarriles modernos, el panorama se vuelve más oscuro.
El Foro Económico nos pone 1.6 sobre una calificación de 7. Reprobados en toda la línea. Ni el peor de los estudiantes en aula alguna aspiraría a tan deplorable nota.
Pero la racha de pésimas calificaciones no para allí.
En puertos nos dan 3.2 sobre 7. Otra reprobación en un frente que no se ha modernizado a través del tiempo y de los gobiernos. Estamos por debajo de Venezuela.
Ni siquiera podemos invocar el refrán de que mal de muchos, consuelo de tontos.
Ojalá el cronograma para adjudicar 40 billones de pesos en la construcción de vías que ayer presentó el Gobierno, sea una verdad revelada.
Que en realidad sea un revolcón a la molondra de los gobiernos que le han tenido miedo a emprender obras públicas con visión de futuro y de modernidad.
Que la financiación, la administración de recursos, los sistemas de concesión, contribuyan para tener vías rápidas, seguras y confortables.
Y que el portafolio completo de las adjudicaciones, vea la luz definitiva antes de acabar este gobierno.
Gobierno que no se ha distinguido propiamente por el cumplimiento de todas sus propuestas, sino por la inveterada costumbre de recular, creyendo que así queda bien con Dios y con el diablo.
Sin calidad, claridad y transparencia en la ejecución de la infraestructura vial -erradicando la corrupción en todas sus formas- no habrá plataforma alguna para el impulso interno y externo del desarrollo.
Creamos, en fin, como queremos hacerlo con la propuesta de paz, que con el cumplimiento del nuevo plan de carreteras modernas empezará la recuperación de tanto tiempo perdido. No perdamos la fe de que aun los milagros existen para las vías y la paz.
