Analizando la crisis económica española

CRISIS ECONÓMICA EN ESPAÑA: DIANÓSTICO ERRADO, MEDIDAS POCO AUDACES

PARA SUPERAR LA ACTUAL RECESIÓN HARÁN FALTA UN NUEVO ESPÍRITU EMPRESARIAL, BÚSQUEDA DE NUEVOS NICHOS DE NEGOCIO Y 
UNA ADMINISTRACIÓN MÁS COMPETITIVA

Por RICARDO  ANGOSO

Introducción

La gravísima recesión económica que padecemos y en la que estamos inmersos 
desde hace meses, pese a que algunos todavía tratan de negarlo con inútiles 
sofismas y datos maquillados que la dura realidad contradicen día tras día, 
amenaza con provocar una profunda transformación de la estructura económica 
española. En primer lugar, el paro amenaza con llegar no ya a los cuatro 
millones que predecían los peores agoreros, sino a los cinco millones, es 
decir, casi el 20 de la población activa; como segundo elemento a destacar, 
y no menos importante que el anterior, es que aparte de la pérdida de miles 
de puestos de trabajo, numerosas empresas de todos los sectores cerrarán sus 
puertas en los próximos meses si es que no han hecho ya, constatándose una 
caída creciente en la actividad económica y que el país parece anclado en una 
recesión que ya no distingue sectores de producción ni empresas de todos los 
tipos (hasta el número de turistas ha bajado);  también está la peligrosa (y no novedosa) marcha de capitales hacia 
otras latitudes más competitivas y con un mercado laboral más atractivo; y, 
por último, otro aspecto que debe reseñarse, tal como se percibe en el 
sector inmobiliario, el sector servicios y las importaciones, es la magnitud 
de la verdadera crisis que padece España: se trata de un problema de 
competencia. O nos hacemos más competitivos, con mejor formación y rendimiento, o estamos abocados a un tsunami económico de impredecibles resultados. 

España, país escasamente competitivo y necesitado de reformas estructurales

Sí, la verdadera crisis es de competitividad; en medio de todo este marasmo 
de datos, predicciones halagüeñas en el corto plazo escasamente argumentadas e incluso 
autojustificaciones injustificables de los máximos responsables económicos, 
España está soportando peor que ningún país de Europa la actual coyuntura 
económica y sus indicadores macroeconómicos son los peores de toda la UE y, 
por supuesto, del área OCDE.

Estamos en un momento delicado que debe ser examinado con realismo, capacidad crítica y un análisis exhaustivo del cómo hemos llegado a esta situación y a  este punto muerto de una economía 
agónica, casi sin vida. Sólo así, sin escatimar esfuerzos en la crítica y en 
señalar las verdaderas carencias de nuestro sistema económico, podremos 
elaborar un diagnóstico adecuado de la situación, que es mucha grave que la 
que señala nuestro propio ejecutivo, tal como se ha ido viendo en los últimos meses,  y señalar las deficiencias de la 
estructura para afrontar adecuadamente los inmensos desafíos que tiene ante 
sí la economía española. Es la hora del realismo y de aplicar medidas quirúrgicas, aunque sean dolorosas y tengan costes sociales.

Esta debilidad estructural de a economía española a la que me refería antes  se manifiesta en 
numerosos elementos. Se han evidenciado las carencias de una economía que 
se intentaba presentar como ejemplar e inmune a las turbulencias. No era así, y el país no se quedaría al margen de la crisis. Qué 
estupidez pretender en esta era de la globalización poder quedar al margen 
de las influencias de una economía internacional que funciona como un todo y 
donde todos los elementos (los países) están interconectados.  Resulta 
especialmente alarmante, en estas circunstancias, las escasas medidas 
quirúrgicas adoptadas por el actual ejecutivo y la nula voluntad de cambio 
de rumbo. Y aviso para navegantes: la OCDE, la UE, el FMI y otras 
instituciones internacionales ya han alertado acerca de la gravedad de la 
crisis y han alterado sus peores pronósticos iniciales con respecto a España.  En nuestro paìs, en vista de los tozudos hechos, se echa en falta un análisis 
de mayor calado sobre la crisis y el verdadero impacto que la misma puede 
tener en los próximos meses. Menos autocomplacencia, más autocrítica.

Una nueva cultura empresarial

"¿Como pudieron estar tan mal estas empresas y por tanto tiempo?", se 
preguntaba al referirse a la crisis económica el analista financiero Thomas 
L.Friedman. Y esta pregunta está de sobrada actualidad en el caso de España, 
donde grandes gigantes inmobiliarios han cerrado sus puertas y una buena 
parte de las empresas punteras anuncian recortes en sus plantillas. El 
proceso, sin embargo, respondía a una lógica aplastante: la economía 
española no está preparada para hacer frente a una crisis de esta 
envergadura porque presenta numerosas deficiencias constatables y relatadas 
por numerosos informes de organizaciones económicas internacionales.
¿Qué hacer, entonces, para acometer este ingente reto?

En primer lugar, hace falta una nueva cultura empresarial más innovadora, con una visión más global y con la suficiente capacidad para internacionalizar sus proyectos. 
La llegada de las nuevas tecnologías ha sido tardía a la empresa española, 
sus empresarios muestran muchas carencias en este terreno y el personal 
muchas veces se muestra poco preparado en el manejo de las mismas. ¿Una 
visión más global? Por supuesto, el mundo no acaba en las Batuecas y la 
presencia de la empresa española en Europa del Este, Asia y Africa es 
mínima; no estamos lo suficientemente representados en numerosos mercados 
donde otros países con menor peso demográfico sí lo están.

Luego hay que ser 
más innovadores, apostar por otros sectores estratégicos, como las nuevas 
tecnologías, las energías renovables y los nuevos nichos en el turismo, el 
comercio internacional y el desarrollo energético. En definitiva, la empresa 
española está todavía poco internacionalizada, los empresarios deben hacer 
sus maletas y salir a vender sus proyectos e ideas. También apostar por 
otras industrias, ya que las que hasta ahora daban empleo y beneficios ya no 
lo dan. Cambiar es difícil, pero si no se afrontan los cambios significará el 
cierre de numerosas empresas, permanecer estáticos en el actual momento puede ser letal.

Pero no sólo hay malos empresarios que no saben adecuarse a los nuevos 
tiempos, sino que también hace falta una nueva cultura del trabajo. En 
España, y así lo señalan los indicadores de competitividad, se trabaja poco, 
mal y caro. Nuestros costes de producción son muy altos, parecidos a los de 
Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, pero se hacen peores productos y 
nada competitivos. Trabajamos más horas pero lo hacemos peor, qué desastre. 
Por si fuera poco, vendemos menos fuera y, por tanto, nuestro mercado es 
mucho más reducido. Hace una nueva cultura del trabajo, abaratar los costes, 
y superar el actual estado vacacional en que vive el país desde hace 
décadas. Si alguien cree que trabajando tal como se hace en España el país 
va a superar la crisis, está absolutamente errado y no se entera de por 
donde van las cosas en el mundo de hoy. Vive, literalmente, en la inopia. Hay que trabajar más, mejor y siendo más innovadores, esa es la fórmula para salir de la crisis.

Como tercer factor que explica el subdesarrollo de España en muchos aspectos 
y el motivo por que la crisis está golpeando más fuerte que en otros países 
desarrollados, es la infuncionalidad y casi congénita inutilidad de nuestra 
administración.  Realizar gestiones burocráticas en España es un calvario. 
La administración de justicia está paralizada, registrar una empresa es una 
tarea mucha más ardua que en ninguna parte del mundo y la fiscalidad es 
elevada, compleja y nada ligada al dinamismo del mundo de la empresa. Sin 
una administración ágil, eficiente y responsable, que no es el caso, será 
muy posible competir en el mundo global con las grandes economías que, como 
las anglosajanas, tienen unas administraciones mucho más preparadas y 
eficaces, capaces de dar soluciones y adaptarse a los nuevos tiempos. En la 
administración española sobran sindicatos y liberados, mientras que se echa 
en falta más trabajo, disciplina y sentido del deber. Puede resultar 
reaccionario decir así las cosas, pero es la pura verdad. Se tardan casi 
siete semanas en crear y registrar una empresa, mientras que en el resto del 
mundo desarrollado -Norte de Europa y Estados Unidos, por ejemplo-, es una 
cuestión de días. Tres millones de funcionarios para un país como España, además, es un absoluto disparate; sobran la mayoría, falta mayor racionalidad y trabajo para ser más eficientes en el mundo global.

La rigidez del mercado laboral

Luego está la rigidez del mercado laboral. En tiempos de crisis hay que 
flexibilizar el mercado laboral, facilitar y abaratar los despidos y también 
ser capaces de generar un sistema que permita contrataciones rápidas, 
baratas y ágiles. En un momento en que emergen en el mundo numerosos 
mercados laborales más competitivos que el español, nuestra economía demanda 
de una forma urgente e imperiosa una profunda reestructuración del mercado 
laboral, por mucho que les pese a nuestros sindicatos y algunas fuerzas 
políticas residuales se opongan tenazmente, mostrando a las claras su sentido de la irrealidad. Hace falta ya esa reforma laboral y no se debe perder más 
tiempo, pues en la rigidez de este mercado se halla una de las 
carencias que explican nuestra falta de competitividad. La verdadera crisis 
es la de la competencia, incluyendo aquí la de nuestros dirigentes políticos a la hora de gestionar la actual coyuntura.

Y, por último, se echa en falta en España una cultura social mucho más 
emprendedora, dinámica y empresarial; sobran funcionarios y aspirantes a la 
carrera pública y faltan empresarios y emprendedores. Hace falta la 
promoción de esta figura en una sociedad y una mayor comprensión por parte 
de los poderes públicos hacia unos colectivos muchas veces desantendidos e 
incluso incomprendidos. Es realmente vergonzoso y tercermundista el trato 
que sufren los autónomos en la administración española. ¿Y qué decir de los 
empresarios? Siguen demonizados por una cultura decimonónica y arcaica que 
tiende a presentarlos  como explotadores de clase y caricaturizados como 
terribles amos con látigo.  Hay que apoyar, con incentivos fiscales y 
mayores facilidades, a las pymes y los autónomos, como una parte fundamental 
de la estructura económica. En España sobran funcionarios y faltan 
empresarios para que comiencen a cambiar las cosas en profundidad.

 

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