Puede que Ángel Sanz Briz, embajador de España en Hungría durante la Segunda Guerra Mundial, no tenga tanto glamour ni tanta fama como el empresario Oskar Schindler, pero protegió a más personas
La historia inédita del refugio español para los judíos en la Roma ocupada por los nazis
Ante una proposición de Vox en la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados para realizar un «homenaje a la figura de don Ángel Sanz Briz», las fuerzas de izquierda han votado en contra este marte porque, en palabras del representante de ERC, sería ‘blanquear el fascismo’ de un embajador ‘franquista’ que hizo, como muchos españoles, lo imposible por salvar a judíos perseguidos en la Segunda Guerra Mundial. Sólo votaron a favor de homenajear a un hombre considerado por Israel ‘Justo entre las Naciones’ desde 1966, Vox, el Partido Popular (PP) y Ciudadanos (Cs).
Puede que Ángel Sanz Briz, embajador de España en Hungría durante la Segunda Guerra Mundial, no tenga tanto glamour ni tanta fama como el empresario Oskar Schindler. Y puede que haya grandes distancias entre cómo sus historias han sido llevadas al cine, en el caso del austriaco a través de una laureada superproducción de Steven Spielberg y en el del español con un telefilm de presupuesto humilde y una secundaria aparición en una cinta italiana. Puede que se diferencien en muchas cosas, pero no en lo fundamental: el español salvó a más de 5.200 personas y el austriaco a un millar de las garras nazis. Ambos actuaron de parte de la humanidad, cuando al resto le dio por mirar a otra parte.
El diplomático español aprovechó una ley de la época de Primo de Rivera para dar nacionalidad a los judíos sefarditas, descendientes de los expulsados en 1492, para salvar a miles de judíos. El problema de la ley es que, al menosen el caso de Hungría, la cifra de sefarditas era mínima. Sanz Briz se inventó un sistema de numeración para multiplicar los pasaportes y las personas salvadas. El milagro de los panes y los peces, pero con vidas.
El llamado ‘Ángel de Budapest’ (también nombrado el ‘Oskar Schindler español’, a pesar de que salvó a más gente que el austriaco) no solo expidió pasaportes, sino que habilitó y suministró nueve pisos para que centenares de personas se refugiaran de los húngaros afines al régimen nazi. Solo en el edificio de la delegación logró meter a sesenta personas, entre buhardillas y sótanos, mientras que otros treinta fueron llevados a su residencia particular. «Pagó los alimentos y los pisos de su propio bolsillo , así como los sobornos a la policía húngara para que protegiera estos edificios de las ‘cruces flechadas’», señala la escritora Isabel San Sebastián, que realizó una profunda investigación para escribir su novela ‘Lo último que verán tus ojos’ (Plaza & Janes) inspirada en estos hechos. Los milicianos de este partido de carácter fascista, proalemán y antisemita, se dedicaban a arrojar al río Danubio a grupos de judíos atados con alambres.
La interesada posición de Franco
Sanz Briz no estuvo solo en esta empresa humanitaria. Su historia formó parte de una lista de media docena de diplomáticos españoles que intentaron ayudar en lo que pudieron a las comunidades de judíos por toda Europa. Así lo hizo el cónsul en París, el de Burdeos y varios embajadores en Europa del Este. El propio antecesor de Sanz Briz en Budapest, Miguel Ángel de Muguiro, fue expulsado de Hungría por sus numerosas quejas contra las leyes antijudías. Antes de irse, salvó a 500 niños judíos entre 5 y 15 años repartiendo pasaportes con argumentos legales algo etéreos.
Especialmente meritorio fue el caso de Sebastián Romero Radigales, cónsul general en Atenas, que sacó a 667 judíos del campo de concentración de Bergen-Belsen. El diplomático acudió en persona a traer de vuelta a estos sefarditas con pasaporte español que, si bien encontraron la puerta cerrada en España, gozaban sobre el papel de plenos derechos.
El régimen de Franco cambió su posición respecto a los judíos a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Al principio del conflicto, miró hacia otro lado en casos como el de estos diplomáticos, pero al final incluso hubo intentos del régimen de ponerse la medalla de protector de los judíos para congraciarse con los Aliados. Lo que no tuvieron es facilidades para salvar a estos judíos ni tampoco recompensa por lo que fue, en última instancia, una iniciativa personal de cada embajador. En una carta dirigía a un ayudante suyo llamado Perlasca, Sanz Briz asumió toda la culpa de lo ocurrido en su embajada: «No olvide usted que la decisión de meter gente en los locales de la Legación fue de mi propia iniciativa, sin previo permiso de Madrid, y motivada por el terror que entonces reinaba en la capital húngara».
«Creo que no hay posibilidad de que esta política fuera desconocida para Franco dentro de una dictadura con un carácter tan personalista y jerarquizada. Lo sabía y lo permitió de manera directa o indirecta, pero, al mismo tiempo, no se puede sostener la leyenda de Franco como salvador de judíos, pues hay una primera etapa donde las medidas de acogida no sucedieron y una segunda etapa donde, aunque se les auxilió, ocurrió a veces más por iniciativa de cónsules y embajadores particulares que por decisión o ánimo de Madrid», defendió el historiador Enrique Moradiellos con motivo de la publicación del libro ‘El Holocausto y la España de Franco’ (Turner), que firmó con sus compañeros de la Universidad de Extremadura Santiago López Rodríguez y César Rina Simón.
«Con sus luces y sus sombras, resulta innegable que no menos de 35.000 judíos se salvaron gracias a España»
A finales del conflicto, Franco trató de subirse al tren de los ganadores con una política que alentó los visados para los judíos. «Él ve un contexto de oportunidad clarísimo, por lo que permitió hacer a estos diplomáticos esa labor de proteger a los judíos y, sobre todo, mantuvo una política migratoria de acogida y tránsito ventajosa para que nadie tuviera que darse la vuelta», apuntó el coator de ‘El Holocausto y la España de Franco’ sobre unas medidas que impidieron, como sí ocurrió en Suiza, que miles de personas quedaran abandonadas a su suerte, en tierra de nadie, cuando se les denegaba el visado.
Los principales puntos de fuga para los judíos durante la Segunda Guerra Mundial fueron, además de España, los países también neutrales Suiza, Suecia y Turquía. Paradójicamente, Franco fue el que más acogió de todos ellos, a pesar del hecho excepcional de que su régimen estaba alineado más cerca del Eje que de las potencias aliadas. «Con sus luces y sus sombras, resulta innegable que no menos de 35.000 judíos se salvaron gracias a España. Esto destruye, por decirlo así, la idea de España como país cómplice del Holocausto consciente y miserable», concluye Moradiellos, que no duda en reconocer que se podía haber hecho mucho más, como bien reclamaron en la época varios diplomáticos.
Sanz Briz se vio obligado a dejar la embajada en diciembre de 1944 ante el avance de las tropas soviéticas, que una vez en Budapest no hubieran dudado en matarle. «No sufrió represalia en Madrid, pero tampoco recompensa. Solo perdió dinero y pasó miedo por ello; y terminó muriendo sin que fueran reconocidas en España sus acciones», afirma San Sebastián. El diplomático continuó con su brillante carrera por todo el mundo, de Lima a Nueva York.
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En 1966, Israel le concedió la Medalla de los Justos entre las Naciones, aunque por decisión de Franco no pudo recogerlo ni celebrarse un acto oficial. A Sebastián Romero Radigales, por su parte, le dieron esta misma medalla a título póstumo.