Transilvania. La región más mágica y desconocida de Europa

HISTORIA DE TRANSILVANIA. LA TIERRA MÁS DISPUTADA

Por Ricardo Angoso
rangoso@iniciativaradical.org/web

Esta región, antaño tierra húngara, hoy es territorio de Rumania, pero antes fue dominada y disputada por un sinfín de imperios y naciones. Este artículo explica como después de años de luchas, batallas y guerras llegó a convertirse en territorio de este país tras la Primera Guerra Mundial.

Decía Estrabon que la historia comienza en la geografía y es una de las aseveraciones más ciertas a la hora de explicar la mayor parte de los avatares, conflictos y luchas de poder que se dan en el mundo. Si uno examina el mapa de Europa y sitúa geográficamente y visualmente a Transilvania, que se encuentra hoy en día en Rumania por acontecimientos de la historia que más tarde explicaremos, observa que realmente se encuentra en el centro del espacio europeo del Este de Europa.

Transilvania es una región de paso entre el Occidente y el Oriente, entre el Este y el Oeste, tierra de nadie entre los grandes imperios y disputada y reclamada por todos. Un epicentro estratégico de primera que los grandes poderes nunca dejaron de lado. Como casi todas las grandes potencias y territorios europeos, el área de lo que conocemos hoy como Transilvania también perteneció al Imperio Romano, que fue algo así como su puesta en escena en el continente.

TRAJANO, A LA CONQUISTA DE LA DACIA
A partir de los años 101 y 102, un emperador de origen español bien controvertido y acusado de todo tipo de perversiones, Trajano, nacido en Itálica, en los alrededores de Sevilla, comenzó la conquista de la Dacia (territorio conformado por parte de la Rumania de hoy y Transilvania), y muy pronto llegaron los choques con los pueblos autóctonos, pero especialmente con los dacios, quienes ofrecieron una dura resistencia y una gran beligerancia hacia los nuevos conquistadores romanos.

Los dacios, un pueblo aguerrido, nunca dominado y buen conocedor de las artes guerreras, habían firmado una endeble paz con Domiciano antes de la llegada de Trajano, pero la sed de conquistas y de victorias no iba a permitir a ese territorio quedar al margen de la dominación romana. La paz duraría poco y Trajano comenzaría una serie de campañas militares para doblegar a los “salvajes” dacios. La civilización romana se imponía siempre manu militari.

Eran los tiempos de esplendor y gloria del Imperio Romano, no había pueblo ni en Europa ni fuera del continente que les discutiera su hegemonía; los romanos eran buenos soldados, conocían las técnicas de la guerra y la estrategia y contaban con un ejército disciplinado, eficaz, formado y, sobre todo, curtido en las lides militares. Había dado grandes batallas, dominado a pueblos hasta ahora imbatibles y extendido sus fronteras hasta los confines más desconocidos para la época.

Henchido de orgullo de pertenecer al ejército romano y sin ni siquiera pensar en la probabilidad de la derrota, Trajano llegó a las tierras de los dacios para someterlos, para vencer o morir, no había término medio. El honor romano no dejaba lugar para los fracasados, los derrotados, los vencidos y los desertores. Era mejor caer en el campo de batalla, perder la vida, que resultar humillado, derrotado o herido por el enemigo.

Trajano, nada más llegar a la hasta entonces inexpugnable Dacia, se lanzó al ataque contra la capital de los dacios, Sarmizegetusa, que tomó tras varios combates muy duros y donde los nativos mostraron una gan resistencia. El jefe-rey de los dacios era Decébalo, un hombre inflexible, curtido en las luchas guerrilleras no convencionales y muy orgulloso. Derrotó varias veces a los romanos, algunas veces en condiciones humillantes, pero finalmente la desproporción en las fuerzas entre los invasores y los conquistados llevó al sometimiento de los dacios, en el año 106.

Según el historiador romano Dion Casio, Decébalo, tras verse acorralado, derrotado y sitiado por los romanos, se acabó suicidando y otras fuentes hablan de que su cabeza y mano derecha fueron enviadas a Roma como señal de humillación y sumisión del pueblo dacio a la metrópoli.Sobre Decébalo, dejó escrito Dion Casio esta nota histórica: “Era un lince para las cuestiones relacionadas con la táctica bélica y tenía asimismo buen ojo para salir victorioso en las guerras. Sabía juzgar con perspicacia qué momento era bueno para atacar y en cuál resultaba preferible replegarse. Era un experto en el arte de tender emboscadas y un maestro en las batallas a campo abierto. Además, no sólo sabía cómo sacar partido a un triunfo, sino asimismo como gestionar adecuadamente una derrota […]”.

LOS DACIOS, PUEBLO GUERRERO Y AGUERRIDO
Sobre los dacios, el escritor rumano Vintila Horra, que murió en el exilio en Madrid tras haber recibido el Premio Concourt, se refiere a este pueblo en su quizá mejor novela, Dios ha nacido en el exilio, donde de la mano del poeta Ovidio habla de las tradiciones ancestrales de los habitantes de la Dacia. Escribe acerca de su peculiar forma de entender la religión y también las costumbres más mundanas. Eran un pueblo guerrero y nunca se rendía ante la adversidad.

Al margen del motivo de su destierro y posterior largo exilio, Ovidio relata una historia muy bella sobre su estancia en la colonia romana de Tomis, a orillas del mar Negro, y en ella relata sus relaciones con los nativos y su extrañeza ante algunos de sus comportamientos. La novela, escrita por Horia, que tuvo que irse de su país, Rumania, tras la llegada al poder de los comunistas aupados por las tropas soviéticas, en 1945, nos habla del Dios de los dacios, Zalmoxis, y de la profunda religiosidad de este pueblo luchador, desconocido y aislado del mundo.

Ovidio tendría un destino trágico, olvidado por todos y abandonado por un emperador que no tuvo clemencia ante las peticiones del desterrado en el sentido de que le permitiera volver a Roma. Tomis es la actual Constanza, ya en territorio de otro principado rumano histórico, Valaquia, y Ovidio se acaba convirtiendo en un trasunto literario de Horia, en cuya boca expresa las angustias y el dolor de los dacios, pero también el suyo propio por haber perdido a su amada Roma para siempre y haber sido enviado tan lejos de la capital imperial. La conquista romana supuso para los dacios una gran catástrofe colectiva, mientras que para Roma una gran victoria narrada en la famosa Columna de Trajano.

Con respecto al conquistador Trajano, uno de los emperadores del que tenemos más noticias y referencias históricas, las crónicas de la época le dejan como un gran emperador que expandió el Imperio Romano, construyó numerosas obras civiles, pasó a la historia como el gran conquistador de la Dacia, unió el Nilo con el Mar Rojo (río Trajano) y fundó numerosas colonias en un sinfín de inhóspitos lugares. Aún hoy es considerado por los historiadores como uno de los mejores emperadores de la historia.

De su historia personal, ya de lleno en el terreno de la anécdota, siempre se reseña su adicción al alcohol -llegaba a beber decenas de litros de vino- y su gusto por los hombres menores o en edad adolescente, algo que la moral de la época, sobre todo como herencia de la tradición griega, no censuraba y castigaba, sino que era una tendencia bien extendida en la corte imperial tal como cuenta con profusión de datos el historiador Suetonio en sus Doce césares. Trajano murió a los 64 años de muerte natural, algo raro en una corte plagada de traidores, conspiradores y sediciosos, y dejó el mapa de Roma en casi su máxima extensión en posesiones territoriales.

FINAL DE LA PRESENCIA ROMANA EN DACIA
La presencia de los romanos en Transilvania -Dacia, entonces, no lo olvidemos- llega hasta el 276 de nuestra era, en que todavía quedaban algunas tropas, pero la decisión de la retirada total de las fuerzas romanas data del año 271, en que el emperador Aureliano, al parecer, dio la orden. Dacia quedaba abandonada a su suerte y, a partir de entonces, comenzarían las intensas luchas por su control por varios poderes.

Del largo periodo romano en la antigua Dacia, conviene reseñar dos enclaves imprescindibles para conocer: en Transilvania, la ya citada capital dacia, Sarmizegetusa, unas ruinas de difícil acceso en un entorno virginal y selvático; y, ya muy cerca de la costa rumana sobre el Negro y Bucarest, las ruinas del campamento militar de Trajano, Tropaeum traiani. Son dos lugares ligados históricamente a Transilvania y también a Rumania, por supuesto.

Pero sigamos con nuestro relato histórico. Entre el año 340 de nuestra era hasta el siglo VII, se suceden numerosas conquistas y ocupaciones en este territorio dejado a su libre albedrío por un Imperio Romano que ya daba señales de su debilidad y ocaso. Fue una época de enorme inestabilidad en Europa, en la que incluso llegaron los temidos hunos, que controlaron el territorio de la actual Transilvania y otras partes de Europa, y que, conducidos por el temido Atila, crearon una suerte de nuevo imperio mediante la conquista desde el Cáucaso hasta Alemania y también hacia el sur de Europa, derrotando a los romanos y poniéndoles en jaque. Incluso los húngaros han sido considerados por numerosas fuentes historiográficas húngaras y europeas como los descendientes de aquellos hunos que conquistaron el continente.

Al margen de esa larga discusión histórica, ese crisol de conquistadores fueron dejando su sello e impronta en Transilvania, que pasaba a ser un espacio multicultural, plural y muy diverso por una geografía que le situaba en tierra de paso entre los grandes conquistadores de la época.

LA LLEGADA DE LOS MAGIARES
En el año 895, los húngaros o magiares comienzan a ocupar el valle de los Cárpatos y también Transilvania, una lenta colonización y conquista que durará hasta el 1003, en que la penetración y magiarización de estos territorios es ya notoria. Se llega al cenit en esta batalla de los húngaros por preservar sus posesiones territoriales con el Gran Príncipe Arpad, que llevó a la nación húngara desde Europa hasta Asia y cuyo poder se extendió desde el año 895 hasta el 907.

Unos años más tarde, bajo el reinado de Istvan I (997-1038), Transilvania fue considerada oficialmente como territorio húngaro y parte irrenunciable del nuevo reino magiar recién nacido a la escena europea. Durante la larga Edad Media (895-1526), Transilvania pertenecería al primer Estado húngaro moderno y se iría consolidando la construcción nacional del nuevo país. Sin embargo, para algunos historiadores magiares, como István Fodor, los húngaros vivieron en esta estepa jurásica durante mil quinientos años, antes de la fecha señalada del año 895.

“En ese inmenso territorio, fueron dando forma a una peculiar estructura socio-económica y militar cuya supervivencia dependía de su capacidad de defensa frente a otros pueblos nómadas. En este tipo de sociedades, los enfrentamientos eran continuos y los vencidos perdían sus tierras y su ganado que intentaban recuperar a costa de otros vecinos más débiles”, agregaba muy oportunamente Fodor.

En este largo periodo del medievo, hay que reseñar que se fue acentuando el carácter multicultural de Transilvania. A la importante presencia de una comunidad rumana autóctona, generalmente dedicada al pastoreo y a la agricultura, muchas veces al servicio de grandes terratenientes húngaros, se le vino a unir la llegada de los sajones (alemanes). El rey magiar Geza II, aliado de la oligarquía, impulsó esta política en la baja Edad Media.

Los sajones era protestantes o de otras confesiones minoritarias de la zona que hoy conocemos como Alemania y fueron grandes constructores de ciudades, iglesias y edificios civiles. También contribuyeron a la dinamización social, cultural, política y económica de la región, manteniendo buenas relaciones con sus vecinos y aportando el conocimiento de nuevas profesiones hasta ahora desconocidas en Transilvania. Muy pronto, se erigieron en una suerte de nuevo poder urbano, culto, formado y considerado socialmente por encima de los demás pueblos. Su relevancia social llegó hasta bien entrado el siglo XX, siendo consideradas sus instituciones educativas y escuelas como las mejores de la región.

Reseñar que antes de que se diese ese proceso de asimilación de las nuevas comunidades sajonas recién llegadas, tenemos que señalar que en el año 1075 apareció el primer texto o documento que señalaba a Transilvania como un territorio ya documentado en la historia europea. El documento, redactado en latín, se refería a la región como “ultra silvam” o más allá de los bosques.

LAS SIETE CIUDADES DE TRANSILVANIA
La llegada de los alemanes o sajones, alentados por Geza II, como gran protector de estas comunidades de colonos, dio paso al nacimiento de Siebenbürguer o las siete ciudades, que eran como los nuevos recién llegados llamaban a Transilvania por las grandes urbes fortificadas que habían creado a su llegada. Las siete ciudades eran conocidas en las tres lenguas convivientes -alemán, rumano y húngaro-, siendo las mismas las que se relatan a continuación: Bistritz (Bistrita, Beszterce); Hermannstadt (Sibiu, Nagyszeben; Klausenburg (Cluj Napoca, Kolozsvár); Kronstadt (Brasov, Brassó); Mediasch (Medias, Medgyes); Mühlbach (Sebes, Szászsebes) y Schässburg (Sighisoara, Segesvár).

Esa complejidad étnica, en que convivían tres nacionalidades junto con gitanos y judíos que comenzaban a llegar en aquel tiempo, también tenía su traducción en lo religioso. Los húngaros eran mayoritariamente católicos, los rumanos, ortodoxos, y los sajones, protestantes u otras religiones, incluida la católica.

Así las cosas, entre los siglos XI y XVI, Transilvania va conformando su identidad propia dentro del reino de Hungría, pero conservando su idiosincrasia cultural y una suerte de identidad nacional ligada a su pluralidad, así como a su pertenencia y ligazón a Occidente. Como señala el historiador John Lukacs, la identidad occidental de Transilvania es la “clave de su historia” y de su “fauna humana”. Y agrega: “Transilvania tuvo su alta Edad Media, sus catedrales, monasterios, un soplo de renacimiento, su barroco, su ilustración, es decir, los periodos históricos que configuraron Europa…pero que no existieron en Rusia, Rumania, Moldavia, Oltenia, Valaquia, Besarabia, Bulgaria, Serbia, Macedonia, Albania, Grecia, Tracia y Ucrania”.

De todo este largo periodo, mención aparte merece el ataque los mongoles al reino húngaro, en el año 1241, en que tuvo lugar la emblemática batalla del Mohi. Los húngaros fueron derrotados, el rey Béla tuvo que huir hacia Austria, los mongoles ocuparon Transilvania y la misma capital de Pest, dando un duro golpe a las instituciones y al reino húngaro. Unos meses más tarde de estas afrentas a los húngaros, en 1242, murió el jefe de mongoles, el Gran Kan Mogodei, y sus huestes, que habían causado una gran destrucción comenzaron su retirada debido al escaso control que tenían sobre su territorio y la necesidad de regresar para elegir un nuevo príncipe.

TRANSILVANIA, OBJETIVO OTOMANO
Otro pueblo que puso su punto de mira en la rica Transilvania, rodeada de montañas y minas de todas las materias imaginables, fueron los turcos. El Imperio Otomano, desde principios del siglo XIV hasta 1552, en que los turcos tomaron la importante ciudad de Timisoara, intentó anexionarse Transilvania, como antes había hecho con todos los Balcanes tras la derrota de los serbios y otros aliados en la batalla de Kosovo (1389). Finalmente, magiares y turcos, tras la muerte del emperador turco Suleimán, llegaron a un acuerdo por el cual el poder real húngaro -que desde entonces quedó dividido en tres unidades políticas autónomas- daba 30.000 piezas de oro húngaro al poder turco y ambas partes renunciaban a iniciar acciones y escaramuzas militares contra el otro.

Una vez concluido el periodo conocido como el Principado de Transilvania (1526-1606), que por cierto dejó fijadas las fronteras entre el poder otomano y Occidente, comenzaron a llegar los judíos que huían de otras partes del mundo por la persecuciones y las matanzas. Sin embargo, a diferencia de los Balcanes, donde las comunidades que se instalaban eran sefardíes expulsados de España y posteriormente de Portugal, a Transilvania llegarían, mayoritariamente, los askenazíes.

Esta comunidad, que se extendió rápidamente por todas las ciudades de Transilvania, tuvo un peso creciente entre el siglo XVII hasta el Holocausto, en que fueron enviados miles de judíos a los campos de la muerte, y se instaló, principalmente, en las ciudades de Arad, Brasov, Cluj Napoca, Timisoara, Maramures y Oradea, aunque existían cientos de pequeñas comunidades diseminadas en las aldeas y pueblos transilvanos.

Transilvania, a lo largo de estos siglos hasta el siglo XIX, estuvo ligada a Hungría y su cultura crecía bajo el manto protector de un imperio que dotaba la región una seguridad política y jurídica inimaginable en aquella Europa de guerras y turbulencias. Tanto el gótico, el barroco, el renacimiento y el romanticismo, así como todas las corrientes culturales europeas de la época, llegaron hasta Transilvania.

La época dorada de Transilvania está considerada como el siglo XVII, en que el conde Gabriel Bethlen se convirtió en el príncipe de Transilvania, se desligó de los acuerdos que subordinaban a la región al poder otomano, abrió el país a los comerciantes, artesanos y negociantes del exterior y atrajo a numerosos científicos e investigadores.

El siglo XVIII Transilvania se debatía entre las escaramuzas turcas por dominar todavía la región, los deseos de la corte húngara por restarle poder y competencias, las disputas internas entre las distintas facciones de la nobleza para hacer valer su influencia y por la aparición en escena del poder imperial de los Hasburgo, que no ocultaba su proyecto de crear un gran proyecto imperial hegemónico en Centroeuropa. Ya en 1686, tras haber derrotado a los turcos a las puertas de Viena, los austríacos tomaron Buda y, un año después, en 1687, el rey Leopoldo I tomaría Transilvania y cambiaría el curso de la historia, haciendo ya converger por casi dos siglos la historia de estas dos naciones centroeuropeas: Austria y Hungría. Eso sí, bajo hegemonía austríaca.

Luego llegaría el siglo XIX, la pasión revolucionaria, el auge de la burguesía, el desarrollo económico de Hungría junto con Transilvania y las tensiones sociales consiguientes. El 15 de marzo 1848 estalla la revolución húngara, en la que se reclama la independencia con respecto a los Habsburgo, en un programa de doce puntos redactado por intelectuales y hombres de pensamiento. Inmediatamente la chispa revolucionaria prende en Buda, Pest y otras ciudades magiares donde las masas reclaman al menos la autonomía. También en Transilvania, siempre ligada culturalmente a Hungría.

Pronto se crea el “Reino Nacional Autónomo de Hungría” y se conforma un gobierno de corte independentista bajo el liderazgo de Luis Kossuth y su primer ministro, Luis Batthyány, que sigue en su rechazo a la autoridad imperial de Viena y que incluso pretende crear un ejército húngaro. Sin embargo, el rey Francisco José I, que acaba de heredar el trono tras la muerte de su tío, Fernando I, rechazó todas las propuestas húngaras y se negó a hacer reformas políticas, abriendo el camino para una guerra civil entre el poder imperial y la nueva Hungría que renacía de sus cenizas.

BAJO EL YUGO DE AUSTRIA
En 1849, las tropas húngaras ya habían sido claramente derrotadas y Viena impuso al archiduque Alberto de Habsburgo como gobernador de Hungría. Se comenzó una política de germanización en todo el país (Austria era culturalmente alemana), se intensificó la represión contra los rebeldes húngaros y 13 caudillos militares de los magiares, entre ellos Batthyány, fueron ejecutados en la ciudad transilvana de Arad, pasando a convertirse en los “13 mártires de Arad” para la posterioridad.

Unos años más tarde de este acontecimiento funesto para los húngaros, en 1867 se creó, por un compromiso político entre austríacos y húngaros, la monarquía dual o el nuevo país conocido el Imperio austrohúngaro (o simplemente Austria-Hungría. En esta suerte de federación, el rey austríaco era el emperador de Austria y las demás posesiones y también rey de Hungría.

El compromiso imperial duró hasta la Primera Guerra Mundial más o menos sin grandes sobresaltos, pese a verse implicada Austria-Hungría en varias guerras con sus vecinos y en los Balcanes, llegando a contar en 1914, vísperas de la gran contienda europea, con una extensión de 675 936 km² y 52 799 000 habitantes. El Imperio era una gran potencia europea, sin duda, que se extendía hasta el mar Adriático, Bosnia y Herzegovina, la antigua Checoslovaquia, Austria, Hungría, Transilvania, Bucovina y una buena parte de la antigua Yugoslavia. También contaba con algunos territorios actualmente en manos polacas, serbias, ucranianas e italianas.

TRANSILVANIA PASA A MANOS RUMANAS
El comienzo del fin para Austria-Hungría llegó el 28 de junio de 1914, en Sarajevo, con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria. Los nacionalistas serbios, más concretamente un radical llamado Gavrilo Princip, fueron los responsables del crimen ejecutado por un grupo denominado La Mano Negra.

Al parecer, Serbia estaba más o menos implicada en el magnicidio y Austria-Hungría se vio obligada a declarar la guerra a los serbios; después se desencadenaría la gran guerra y comenzó una matanza interminable. Cuatro años después, en 1918, las potencias centrales -Alemania y Austria-Hungría- habían sido derrotadas por los aliados.

Pero Hungría no solo fue derrotada en el campo de batalla, sino que políticamente jugó mal sus cartas y fue castigada muy duramente por los aliados -Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Rusia e Italia- en las futuras negociaciones de paz y en los reajustes territoriales impuestos a los vencidos. Rumania, que había estado apoyando a los aliados e incluso ocupó parte de Hungría durante la contienda, no ocultaba sus pretensiones territoriales, que pasaban por Transilvania, y por ampliar su territorio a base de los vencidos, pero sobre todo de Hungría y Bulgaria.

En 1920, los aliados, pero sobre todo Francia, que era un aliado tradicional e histórico de Rumania, impusieron a Hungría, mediante el Tratado de Trianón, una paz que la dejaba amputada para siempre. Hungría perdía 103.000 kilómetros cuadrados en Transilvania y 5,2 millones de habitantes (la mitad húngaros); 61.000 kilómetros que siempre habían sido húngaros y que pasaron a la nueva Checoslovaquia reconocida internacionalmente y donde vivían 3,5 millones de húngaros y eslovacos; y algo más de 60.000 kilómetros y cuatro millones de habitantes que iban a parar a la nueva Yugoslavia, un estado artificial destinado al fracaso, como se comprobaría después, y creado por los aliados como “estado-tapón” frente al poder de Austria-Hungría. Transilvania cambiaba de manos pero la historia seguía su curso. El fin de la Primera Guerra Mundial era solo el prólogo de un conflicto mayor que no tardaría en llegar, lamentablemente, pero no el epílogo. La historia seguía su inexorable curso.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *