TRANSNISTRIA, UN PEDAZO DE RUSIA EN EL CORAZON DE MOLDAVIA
Con una extensión de algo más de 4.100 kilómetros y una población que supera el medio millón de habitantes, este pequeño país, enclavado entre Moldavia y Ucrania, se alzó en armas contra los moldavos en 1990, con la ayuda del XIV ejército ruso, y se “independizó” en esa misma fecha tras una breve y cruenta guerra civil. Moscú lo sostiene política y económicamente, pese a que sus autoridades sostienen que anhelan su independencia total de Moldavia.
por Ricardo Angoso
Transnistria es un país “independiente”, con autoridades, bandera, banco central y moneda propias, pero que no cuenta con el reconocimiento de la comunidad internacional, y que solamente con el apoyo de Rusia ha logrado mantenerse en la escena durante 31 largos años sin ser ocupada por Moldavia, que la considera una parte irrenunciable de su territorio. El XIV ejército ruso contribuyó notablemente a la “independencia” de Transnistria y sus fuerzas todavía permanecen acantonadas en ese territorio, incluso controlando sus fronteras y puestos de control.
Transnistria es un lugar curioso y exótico, como detenido en el tiempo, y donde todavía pervive la nostalgia por el pasado soviético. Paseando por su capital, Tiraspol, podemos encontrar numerosos restos del pasado socialista y buenas muestras de ese periodo en algunas de sus calles. Una gran escultura de Lenin podemos verla frente al palacio presidencial y todavía quedan numerosos monumentos, esculturas y murales del pasado soviético, incluyendo el símbolo comunista de la hoz y el martillo en varios de sus símbolos patrios, como su moneda.
Solamente se puede acceder a Transnistria desde Moldavia, donde parten numerosos autobuses desde su capital, Chisinau, hacia Tiraspol y Bender, las dos principales ciudades de este país que nunca encontraremos en los mapas. Moldavia sigue sin reconocer a esta entidad política, aunque hay una frontera entre los dos “países” tutelada por soldados rusos que te piden el pasaporte, y las autoridades de Transnistria nunca han mostrado ningún interés en volver a la madre patria porque se sienten más rusos que moldavos. Sin embargo, en los últimos tiempos se han incrementado las relaciones económicas de este territorio con otras naciones y ahora el comercio con la UE representa el 60% de sus exportaciones, habiendo diversificado su economía y mostrando una mayor autonomía con respecto a Moscú.
Aunque Transnistria está geográficamente en Moldavia, alejada territorialmente de Rusia, sus gentes, en la gran mayoría, se sienten rusos y muy orgullosos de su pequeña patria. Esta pequeña entidad política, reconocida solamente por otros “países” tampoco reconocidos por la comunidad internacional, como son los casos de Abjasia, Osetia del Sur y Nagorno Karabakh, se siente espiritualmente más afín a Rusia, desdeñando su pasado integrado durante la época soviética a Moldavia, país culturalmente en la órbita rumana.
Aparte de estas consideraciones, Transnistria sigue siendo un “país” muy estable. Tanto el poder económico como el político convergen en un grupo empresarial liderado un antiguo ex agente del KGB llamado Viktor Gusan y principal organizador del grupo Sheriff, que tras la implosión soviética fue acumulando empresas públicas y monopolios que aún conserva en sectores claves como las gasolineras, la industria, la telefonía móvil, la exportación de vino y coñac transnistrio o la importación de Mercedes-Benz. A los pocos años de la independencia, Transnistria había consumado su transición de una economía centralizada en el Estado a una economía centralizada en el grupo Sheriff de Viktor Gusan. Incluso el parlamento está dominado por Gusan, fundador de su propio partido, Renovación, y que obtuvo en las últimas elecciones al Soviet Supremo -así se llama todavía el parlamento de Transnistria- 29 de los 33 escaños en juego. “Según cálculos de expertos, el grupo de Gusan paga más de la mitad de los impuestos que recauda el Gobierno de Tiraspol, controla más del 60% de la economía legal y ⅔ de los muchos negocios ilegales que se siguen haciendo en Transnistria”, aseguraba el periodista Manuel Gascón en una información cifrada en Bucarest.
Ahora, ante la previsible caída de la importante ciudad portuaria de Odesa en manos rusas, Transnistria está de actualidad nuevamente en los medios. Si cayera esta urbe ucrania, antaño una joya de la corona del Imperio ruso, Rusia privará a Ucrania de su salida a los mares Negro y Azov, incomunicando al país por mar y sustrayéndole de sus fuentes de aprovisionamiento a través de sus puertos. De esta forma, si Odesa es ocupada por los rusos, Ucrania perderá su principal nexo y vínculo con la economía global y las fuerzas rusas estarán próximas a Transnistria. De Odesa a Chisinau sería un paseo militar, apenas algo menos de doscientos kilómetros, y la tentación de que Rusia se anexionará este territorio, siguiendo los pasos de lo que ya ha hecho en Crimea y, seguramente, en el Donbas, es un temor extendido y realista de las autoridades legítimas de Moldavia. La calma chica, que precede a toda tempestad siempre, se palpa en las calles de Chisinau.
Transnistria es una suerte de Puerto Rico de Europa del Este que, aunque territorialmente está más cerca de Europa, se siente más cerca de Moscú por lazos culturales, lingüísticos, religiosos y sociales. Sus habitantes hablan el ruso, usan el alfabeto cirílico, practican la religión ortodoxa y su moneda es el rublo transnistrio; nada que ver con Moldavia. No se sienten moldavos ni quieren vivir en Moldavia, como los puertorriqueños que quieren gozar el sueño norteamericano y no quieren ni oír hablar de América Latina. Las tropas rusas, de llegar a entrar en Transnistria, sí serían recibidas con flores y aplausos. Atentos.