El año que perdimos la guerra de Afganistán

EL AÑO QUE PERDIMOS LA GUERRA DE AFGANISTÁN

SE EXTIENDE EL DESÁNIMO Y EL PESIMISMO ENTRE LOS ALIADOS DE ESTADOS UNIDOS

POR RICARDO ANGOSO

Cuando ha pasado casi una década desde la intervención de los Estados Unidos contra el régimen de los talibanes en Afganistán, sobre el que pesaba la acusación de estar detrás de los atentados del 11-S en Nueva York, y la instalación de una administración local tutelada por una coalición internacional bajo el paraguas de las Naciones Unidas, la situación no puede ser más crítica en este país. Los talibán comienzan a mostrar una mayor capacidad militar, habiendo pasado de una fase meramente defensiva a una ofensiva, tal como se ha visto en los últimos meses con el incremento de los ataques a las tropas internacionales desplegadas en este país e incluso con los repetidos atentados terroristas perpetrados en las ciudades contra las instituciones afganas y las fuerzas de seguridad fieles al ejecutivo de Kabul.

¿Qué es lo que está pasando para que las fuerzas internacionales hayan perdido la iniciativa militar sobre el terreno y para que ahora sean los talibanes los que lleven la delantera, condicionando la agenda y la hoja de ruta de una de las mayores fuerzas internacionales que una zona de conflicto haya conocido? Las explicaciones, claro está, no son sencillas y están muy ligadas la historia, el origen y la larga tradición guerrera de Afganistán.

No olvidemos que casi todas las anteriores campañas militares por conquistar y controlar Afganistán fracasaron a lo largo y ancho de la historia. Escarbando en el pasado remoto, hay que recordar que en 1842 una sublevación liderada por el líder tribal afgano Akhbar Jan, uno de los hijos del caudillo Dost Mohammed, obligó a los ingleses a negociar con unas tribus afganas que estaban apostando al gran “juego” estratégico de tejer alianzas con Rusia. Pero cuando el emisario británico sir William Hay Macnaghten fue enviado a discutir con los rebeldes afganos, cayó en una trampa y el propio Akhbar lo asesinó con sus manos.

Más tarde, y habiendo perdido su influencia en este territorio por algún tiempo, unos 4.500 ingleses y 12.000 sirvientes se vieron obligados a abandonar Kabul y en su trágica retirada fueron masacrados por las tribus afganas. Un solo hombre logró cruzar con vida la frontera. Los ingleses intentaron una represalia, pero reconociéndose derrotados optaron por dejar el país, dejando a Dost Mohammed, que había sido liberado, nuevamente en el poder. Había sido la primera demostración para Occidente de lo difícil que sería en el futuro controlar este territorio.

DE LA INTERVENCIÓN SOVIÉTICA AL “NAUFRAGIO” DE LA COALICIÓN INTERNACIONAL

Casi un siglo y medio después de estos acontecimientos, el 24 de diciembre de 1979, las tropas soviéticas ocuparon Afganistán para apuntalar al ejecutivo prosoviético que unos meses antes habían dado un golpe de Estado. Diez años despúes, tras padecer más de 65.000 bajas, entre muertos y heridos, y haber sufrido innumerables pérdidas, las tropas soviéticas se retiraban derrotadas, exahustas y con la moral por los suelos.

El mito de la invencibilidad soviética se había hecho añicos y, paralelamente a la pesadilla afgana, la Guerra de la Galaxias impulsada por la administración Reagan provocaba una grave crisis en el sistema de dominación comunista. Dos años después, en 1991, la Unión Soviética estalló en mil pedazos, Mijail Gorbachov se veía obligado a adoptar medidas drásticas y el regimen autoritario socialista pasaba a mejor vida.

La trampa afgana, junto con otros factores, había tenido una influencia decisiva en el súbito final de un sistema de dominación política, económica, social y militar. Los soviéticos, por desgracia para ellos, no habían leído las dramaticas experiencias de los británicos en Afganistán, y así les fue. El Gobierno prosoviético de Kabul, como era de suponer, duró solamente unos meses más después de la marcha de las tropas de la URSS. Sus máximos líderes, una vez defenestrados, acabarían sus días ahorcados en los escasos semaforos que quedaban en la abatida capital afgana.

LA INTERVENCIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS BAJO EL PARAGUAS DE LAS NACIONES UNIDAS

Así llegamos al momento actual, 2010, el año en que perdimos la guerra de Afganistán y quedo casi sellada nuestra suerte en este territorio. ¿Y cuál han sido las causas que nos han llevado a este punto de no retorno y de fracaso a la hora de crear un marco de seguridad y estabilidad en Afganistán? Muchos son los factores que explicarían este auténtico naufragio y, desde luego, generan controversia y debate en nuestros gobiernos.

En primer lugar, la comunidad internacional, liderada por los Estados Unidos y las Naciones Unidas, no han sido capaces de vertebrar y articular una administración que genere confianza, bienestar y seguridad entre los afganos, que cada vez desconfían más de unas autoridades a las que consideran corruptas e inútiles y que no gozan, en términos de credibilidad, la necesaria legitimidad democrática para liderar el país. Sin esa legitimidad, a la que se apela pero sin resultados prácticos, el resultado obtenido, como era de esperar, ha sido decepcionante: no hay una base social afgana que apoye a las fuerzas internacionales y el escepticismo se abate sobre un país que no conoce la paz desde el año 1973.

Desde hace años, la criminalidad, el narcotráfico, el terrorismo y la corrupción galopante campan a sus anchas por este país tan endeble y con una arquitectura institucional, por llamarlo de alguna forma, absolutamente infuncional e incapaz de dotar al país de unos mínimos servicios asistenciales, tales como educación, sanidad y una administración ágil y eficaz. La comunidad internacional, tras haber ocupado el espacio dejado por los talibanes, no fue capaz de dotar al país de un Estado moderno.

Luego, y en segundo orden, pero no menos importante, la comunidad internacional, junto con sus fuerzas, no ha logrado en estos años granjearse el apoyo y la confianza de la población afgana. Numerosos errores en el mando a la hora de comunicar, ataques indiscriminados contra objetivos civiles, con el resultado de centenares de víctimas inocentes, y un desconocimiento casi total hacia las costumbres de los afganos, entre otros elementos a destacar en este largo rosario de desatinos, dibujan un sombrío escenario para nuestras fuerzas sobre el terreno y para el éxito final de una misión que “descarrilla” por momentos. La distancia entre las fuerzas internacional y los afganos es abismal, casi irrecuperable.

Y, por ultimo, pero factor fundamental para explicar lo que acontece, hay que reseñar que el país sigue mostrándose como lo ha sido tradicionalmente: un reino de taifas controlado por los señores de la guerra, los talibanes, el terrorismo internacional y los grandes narcotraficantes, que muchas veces trabajan conjuntamente y a base de pactos nunca ocultados para defender sus pingües negocios. A este cuadro tan desolador, que es reconocido por la mayor parte de los analistas e informadores que siguen el conflicto afgano, hay que añadir la permanente intromisión externa de Pakistán, cuyos ejército, policía y, sobre todo, servicios secretos están minados por Al Qaeda y otras organizaciones terroristas de carácter fundamentalista. Este “hilo conductor” pakistaní es vital para explicar el laberinto afgano.

La guerra, además, es imposible de ganar, pues las fuerzas internacionales necesitarían más medios y recursos, algo impensable en estos momentos, debido a la impopularidad de la intervención en casi todo el mundo occidental. La insurgencia, pero sobre todo los talibanes, son conscientes de que un ejército debe ganar para no perder, mientras que una guerrilla solo precisa no perder, es decir, sobrevivir, para ganar. La estrategia talibán ya está dando sus frutos, Occidente se despera.

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